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Para Europa, Brexit es el menor de los problemas

29 febrero de 2016

La desintegración europea tiene tres motores: euro, refugiados y nacionalismos.

Argelia dejó la Comunidad Europea en 1962, cuando se independizó de Francia. Groenlandia la abandonó en 1985, y ni falta le hizo independizarse de Dinamarca: negoció su retiro directamente con Bruselas. Y el próximo 23 de junio un referéndum decidirá si Gran Bretaña también se va. Sería la primera vez que se retira un Estado completo en lugar de una parte. O no: Escocia podría luego escindirse de Inglaterra para permanecer en la UE, acabando con el Reino Unido. La integración europea nunca fue perfecta pero avanzaba. Ahora Londres amenaza con poner reversa. ¿Puede derrumbarse el más complejo sistema político creado por el ser humano?

Abandonar un bloque regional es frecuente en América Latina. Chile se retiró de la Comunidad Andina en 1976, y Venezuela en 2006. La Organización de Estados Americanos excluyó “al actual Gobierno de Cuba de su participación en el Sistema Interamericano” en 1962. Honduras y Paraguay sufrieron suspensiones temporarias, uno de la OEA y otro del Mercosur. Pero Cuba y Chile son casos más interesantes: a pesar de su membresía en la ALADI, ambos países rechazan compartir soberanía con sus vecinos. Esta aversión es común a todos, pero algunos lo ocultan detrás de procesos retóricos de integración como el Mercosur.

En Europa, los renegados son explícitos. Noruega y Suiza están afuera de la unión porque sus electorados lo decidieron en referéndums. Poner la soberanía en manos de vecinos es cosa seria. Una potencia como Alemania no puede firmar tratados comerciales. Italia no puede emitir moneda. Francia no puede imponer controles fronterizos. España no puede fijar aranceles. Integración significa renunciar a la capacidad de actuar solo. Nadie puede avanzar más rápido que su vecino, ni en otra dirección. Y la velocidad de una caravana está dictada por su miembro más lento, del mismo modo que la resistencia de una cadena es la de su eslabón más débil.

Por años, Gran Bretaña consiguió excluirse de casi todas las cadenas. No participa en el euro. No integra la unión fronteriza definida por el Tratado de Schengen. Tiene la opción de rechazar las políticas de asilo. Se le devuelve una parte de los fondos que paga a la UE. Y pese a todos los privilegios, quiere más. Su salida traería más perjuicios económicos a sí misma que a Europa, pero los efectos inmediatos serán limitados. La tragedia estaría en el efecto demostración: Argelia y Groenlandia eran minúsculas periferias extraeuropeas mientras Gran Bretaña es la Nación de Churchill, que en marzo de 1946 dio a luz en un mismo discurso a la guerra fría y la integración europea:

“La seguridad del mundo, damas y caballeros, requiere una unidad en Europa de la cual ninguna Nación debe ser permanentemente excluida”.

Y justamente, lo que Gran Bretaña pone en juego es su exclusión permanente.

Pero más graves dinámicas de desintegración se manifiestan en otras áreas. La UE enfrenta tres crisis monumentales además del Brexit: la del euro, la de los refugiados y la de los nacionalismos.

La crisis del euro tiene tres componentes: los bancos, que insisten en quebrar; los Estados, que coleccionan deudas y déficit y la economía, que trepa para abajo. Los tres se retroalimentan. En los últimos días se disparó la tasa de riesgo en Portugal, se develó una crisis bancaria en Italia y se prolongó el desgobierno en España. Grecia es irrecuperable. La raíz del problema es la integración asimétrica: una política monetaria común es incompatible con una veintena de políticas fiscales autónomas. O se integra la fiscalidad o se desintegra la moneda. El primer escenario requiere decisiones; el segundo, esperar.

Los refugiados, siendo pocos, son demasiados. En la pobre Turquía hay dos millones de sirios y viven en carpas; en la próspera Unión Europea hay un millón? y viven en carpas. Los europeos rechazan a los inmigrantes si no logran garantizarles altas condiciones de vida, y entonces no los ofrecen ninguna. El problema es que las migraciones, como las drogas, pueden regularse pero no prohibirse.

La UE podría sobrevivir a la crisis del euro y de los refugiados mediante más integración, pero los nacionalismos aspiran a menos. La construcción regional se basó en la prosperidad económica y la homogeneidad social. Ahora que la crisis del euro bloquea la prosperidad y la de los refugiados amenaza la homogeneidad, el nacionalismo se prepara para apretar el gatillo. Mirando la disolución europea desde la ventana de al lado, Vladimir Putin se regodea con la mayor victoria rusa desde la Segunda Guerra Mundial. En el viejo mundo, la pesadilla de unos es el sueño de otros.

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