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Capital: un voto estratégico

29 julio de 2011

(Publicado en la edición nº36)

Lo que se preveía sería una elección similar a la de 2007, incorporó al final algunos elementos propios del voto castigo.

Sobre el final, la lógica propia de las campañas electorales acentuó los perfiles diferenciales de las opciones que se enfrentaban en las elecciones para jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Mauricio Macri debió así redoblar sus esfuerzos por representar una opción local, carente de perfiles e implicancias nacionales, y Daniel Filmus se vio a su vez obligado a representar, muy contra su

intención inicial, el papel de delegado del “modelo nacional” encarnado por el kirchnerismo.

Uno y otro afrontaron así, con suerte muy diversa, los límites y condiciones que el país impone a cualquier proceso de innovación de la pesada herencia recibida. El balance marca un punto de inflexión en la carrera hacia las elecciones presidenciales de octubre y plantea algunas incógnitas de todavía difícil resolución.

La primera de ellas se refiere sin duda a la naturaleza del proceso electoral de la Capital. Desde todo punto de vista, la victoria de Macri representa mucho más que la simple ratificación de una gestión municipal exitosa. Al igual que Francisco de Narváez en el año 2009, el líder del Pro supo proponerse como un cauce de expresión de la voluntad de castigo al Gobierno Nacional de sectores muy importantes de la opinión independiente.

Votaron a Macri, además del 35% de los porteños que constituye su “núcleo duro”, alrededor de un 12% de votantes perteneciente al radicalismo, el socialismo porteño, el peronismo no kirchnerista, la Coalición Cívica o los conservadores no macristas. Todos ellos vieron en Macri un instrumento efectivo para un voto de protesta antikirchnerista, desprovisto de toda contraindicación.

Después de todo se votaba ?como el resto de las circunscripciones electorales del país- precisamente a quién gobierna y se propone como garante de la continuidad de una situación básicamente sentida como muy positiva. Lo que parecía ser un primer capítulo de una elección nacional de corte similar a 2007, devino sobre el final en un episodio de voto castigo, en el que el Gobierno Nacional se vio forzado a afrontar pases de facturas que parecían fuera de cuestión en el presente turno electoral.

Los porteños ejercieron así un voto estratégico, inspirado más en consideraciones estratégicas que en convicciones personales, del tipo de los que suelen inducir cambios profundos en situaciones que hasta ese momento se estiman como garantizadas.

De allí el desborde del voto macrista en la mayor parte de las estimaciones preelectorales. Valga en este punto un descargo, al menos en lo que se refiere exclusivamente a nuestro trabajo profesional. En su última hipótesis de proyección de voto, difundida entre sus clientes el miércoles anterior a las elecciones, OPSM estimo una intención de voto para Mauricio Macri del 38%, con una proyección posible para el 11,6% de indecisos que permitía hablar de un posible 44,3%.

La diferencia entre este pronóstico y el 47,09% del resultado real es de un mínimo 2,79%. Porcentaje que puede estimarse dentro del margen de error de este tipo de encuestas ?alrededor del 3%- . Sorprende la campaña de ataques a las encuestas, dado que la mayor parte de los pronósticos, excluidos algunos de inequívoca raíz partidista, se movieron dentro de este rango de previsión.

El desempeño de OPSM fue más que razonable, sobre todo si se compara el 27,8 % de intención de voto que se estimó para Filmus, frente al 27, 78% real, o el 8,9% para Solanas frente a su 12,8 final. Salvo en el caso de Silvana Giudici, que obtuvo 2,6% contra la proyección de 1% que difundió OPSM, la consultora obtuvo estimaciones casi exactas en todos los candidatos que participaron en la elección de jefe de Gobierno y acertó puntualmente en los resultados de candidatos a legisladores e incluso en todas las comunas, con la sola excepción de la 8.

Las variaciones del voto fueron mínimas durante meses y la sorpresa del final fue el efecto de un clima sobreviniente sobre el final del proceso electoral Hay que tener en cuenta que la Ciudad de Buenos Aires ha sido en los últimos años el distrito más suspicaz y reactivo ante los estilos e iniciativas presidenciales, para no hablar de su hipersensibilidad frente a muchos de los escándalos que ensombrecieron la campaña de 2011.

De allí la posibilidad de que la elección del jefe de Gobierno haya de hecho operado como cable a tierra de angustias y resentimientos no resueltos, aflorados recién en el momento del voto. Estos cambios de posición, por lo general inspirados por decisiones súbitas, orientadas por una intención de voto castigo, suelen ser a su vez fruto de reacciones ante hechos extraordinarios o provocaciones que llevan al votante a postergar su voto de convicción o “pertenencia política” y a ejercer, en cambio, un voto útil o “de preferencia”.

Como siempre que se actúa en contra de convicciones, ideales o estereotipos acerca de lo que se espera de uno, se trata de decisiones difíciles de reconocer ante un extraño como el encuestador. Es que, en el fondo, las elecciones a la Jefatura de Gobierno en Buenos Aires enfrentaron dos modelos fuertemente contrapuestos, al menos en la sensibilidad y las expectativas profundas del electorado.

Por un lado, el modelo de la política diseñado a partir de las necesidades y las demandas heredadas de la crisis del 2001 y sus secuelas de desempleo, exclusión y barreras al acceso pleno a los servicios. Por otro lado, el modelo de la política diseñado a partir de los imperativos de futuro de una sociedad satisfecha en sus necesidades básicas y demandante de un shock de inversión, de desarrollo y de futuro, similar al que viven la mayor parte de las capitales del mundo.

Desde este y muchos otros puntos de vista, las pasadas elecciones volvieron a demostrar, al menos en la Ciudad de Buenos Aires, las dificultades crecientes de la política convencional para adaptarse a las condiciones radicalmente nuevas de una sociedad en acelerada transformación que busca expresar en la política lo que ya expresa en todos los órdenes de su vida económica y social.

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