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El negacionismo kirchnerista

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19 febrero de 2016

(Columna de Claudio Chiaruttini para El Economista)

El kirchnerismo se ha refugiado en la lucha agonal macrismo-antimacrismo.

Negar la realidad forma parte del ADN kirchnerista. La necesidad de crear un “relato” para darle sentido e integridad a una cierta realidad, en el fondo, implica la terquedad o imposibilidad de comprender la realidad misma. Por eso, va a ser para alquilar balcones ver la cara de diputados y senadores del kirchnerismo de “paladar negro”, cuando el 1º de marzo, Mauricio Macri realice su primer apertura de Sesiones Ordinarias del Congreso y lea un pormenorizado detalle de lo que halló al llegar al poder.

Según prometen en la Casa Rosada, “todo lo que no dijimos hasta ahora, lo va a decir Mauricio en el Congreso. Y ahí vamos a ver quién los acompaña a la hora de votar los DNU que se tuvieron que firmar, los que aún faltan firmar y el paquete de leyes que estamos preparando”, sostiene una alta fuente de la Jefatura de Gabinete.

¿Se animará el Presidente de la Nación a contar que en media docena de sedes ministeriales o secretarías de Estado se encontraron viviendo personas y hasta una familia? ¿Contará que dos altos funcionarios kirchneristas firmaban normas y decretos mientras se trataban por adicciones? ¿Informará de los cientos (y quizás miles) de acondicionadores de aire y televisores que se compraron y no aparecen por ningún lado? ¿Revelará la verdadera cantidad de dólares físicos que había en el Banco Central cuando Federico Sturzenegger llegó a la entidad?

Poco importa que el Estado haya pagado las cuentas de 46.000 celulares, que se desconozcan cuántos autos se llevaron los funcionarios y aún no devolvieron o los que no dejaron un solo papel que justifique los gastos realizados, por lo menos, el año pasado. En el Ministerio de Finanzas y Hacienda creen que hacer el inventario final y el cálculo de la deuda contingente que ha dejado el kichnerismo demandará dos o tres años.

Hace dos semanas, el ministro Alfonso Prat-Gay anticipó que el déficit de 2016 se vería incrementado en unos $100.000 millones de gastos impagos del último año de gestión kichnerista. Avanzado el recuento, Macri quizás revele que el número es exactamente el doble.

El 9 de diciembre pasado, horas antes de tomar la investidura presidencial, Mauricio Macri jugó al fútbol con Evo Morales. En medio del partido, el Presidente electo se enteró, por boca de su colega en ejercicio, que Bolivia estaba a horas de cortarle el suministro de gas por haber acumulado la Argentina una deuda de US$ 300 millones de dólares, tres meses de provisión del fluido. “Pará, pará”, dijo alarmado el entonces aún jefe de Gobierno porteño: “Dejame asumir y antes de marzo te cancelo la deuda”, suplicó. “Sí, pero gírame algo del dinero lo antes posible”, le dijo el boliviano. A las setenta y dos horas, el Tesoro de Bolivia recibía US$ 56 millones girados desde Buenos Aires. Hoy la deuda es menor a US$ 60 millones.

Pero más allá de las decenas, cientos o miles de millones de dólares que hay detrás de cada anécdota, cada historia, cada futura denuncia, es poco factible que el kirchnerismo tome un baño de realidad” y acepte parsimonioso la catarata de datos que promete ofrecer la Casa Rosada. Casi con seguridad, habrá protestas, gritos y no sería extraño que ese grupo de legisladores se levantara y abandonara el recinto. Al final, el negacionismo también permite un “acting” de víctima que evita dar explicaciones.

Y hete aquí una ventaja notable para el macrismo en su lucha por polarizar con el kirchnerismo: los seguidores de Cristina Fernández han llevado hasta tal extremo esta negacionismo que no han reconocido la derrota electoral. Hoy, en la lucha agonal macrismo-antimacrismo en que se ha refugiado el kirchnerismo le permite evitar discutir con el peronismo las causas que llevaron a perder las elecciones por sólo 678.000 votos.

Cuando se dice #YoNoPerdí en las redes sociales, la militancia kirchnerista hace propio el error que comete la dirigencia. Las mayores figuras del Gobierno de Cristina Fernández juntan miles de personas en decenas de plazas del país para explicarles cómo no perdieron. Es decir, tomaron la estrategia que usaron los tupamaros para explicar por qué recurrieron a la violencia en la década del '70 y escucharon los argumentos de por qué los uruguayos no los acompañaron (lo que dio origen al Frente Amplio). Pero, en el caso del kirchnerismo, hacen exactamente lo contrario. Discutir con el peronismo las causas de la derrota en Mendoza, Jujuy, la provincia de Buenos Aires y la Nación es un lujo que no se puede permitir el kirchnerismo sin darse un balazo en el pie que lo invalide políticamente para seguir encabezando la alianza con el Partido Justicialista, dado que el peronismo es despiadado con los perdedores.

El negacionismo kirchnerista le permitió polarizar cuando estaba en el poder Cristina Fernández. El negacionismo kichnerista costará a cada argentino miles de dólares de sus bolsillos. Pero el negacionismo kirchnerista será la causa que llevará al divorcio del peronismo y a su aislamiento político. Así, el aislacionismo puede hacer sido para el kirchnerismo su alfa, pero también puede ser su omega.

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