sab 20 Abr

BUE 17°C

Los DNU no son ni de izquierda ni de derecha

08 febrero de 2016

Macri comenzó echando mano a los recursos del hiperpresi dencialismo. ¿Es señal de fortaleza?

El presidente Mauricio Macri removió el avispero cuando decidió firmar los primeros decretos, convalidar las herramientas del hiperpresidencialismo y la emergencia económica, intervenir organismos y remover funcionarios afines al anterior gobierno. Y los que hasta ayer hacían lo propio en función de gobierno se transformaron en los máximos defensores de la independencia judicial, la división y el control entre los poderes. Muchos se sorprendieron: les pareció algo llamativo, contradictorio e injustificable. Del mismo modo que cuando el ex juez Eugenio Zaffaroni defendió la permanencia de la procuradora Gils Carbó advirtiendo que “Democracia sin república es caos”, destacando hoy los atributos del republicanismo como límite al poder de las mayorías que con tanta insistencia había criticado ayer para defender la “democratización judicial” impulsada por Cristina Kirchner. O cuando Martín Sabatella intentó resistir su remoción del disuelto AFSCA buscando amparo en las medidas cautelares que tanto cuestionaban cuando estaban del otro lado del mostrador, mientras sus nuevos ocupantes lo acusaban de pretender “judicializar la política”. Un aprendizaje de la alternancia: el sistema condiciona a los actores y les impone explicar sus decisiones y meditar sus argumentos según el lugar en que están ubicados en el tablero.

1 Los Decretos de Necesidad y Urgencia (DNU), como las políticas antiinflacionarias o el equilibrio fiscal, no son de izquierda ni de derecha, ni populistas ni liberales. Son herramientas que sirven a uno u otro objetivo, el recurso ejecutivo por antonomasia en un contexto institucional como el nuestro. Resultado de cómo se fueron adaptando las normas constitucionales y principios del régimen político a la evolución y las prácticas concretas en estos treinta y dos años. Problema y solución al mismo tiempo; factor de fortaleza y, al mismo tiempo, de debilidad. Los DNU son los anabólicos del presidencialismo. Modelan un presidente con plenos poderes pero pueden llevarlo también a la atrofia muscular y la rigidez en los movimientos. Así ocurrió en estos años, con una democracia que se ha consolidado sobre bases híbridas de normalidad y excepcionalidad, juridicidad y discrecionalidad. ¿Cómo si no entender la permanencia de la Ley de Emergencia económica, que se viene renovando desde 2002 como salvaguarda de la gobernabilidad, habilitando amplias facultades al Poder Ejecutivo?

2 Un sistema político democrático supone no solo la existencia de elecciones libres y garantizadas, gobiernos surgidos del voto de las mayorías y renovación periódica de los mandatos sino también que quienes cumplen su papel como representantes del pueblo ?representando ideas, intereses y sectores sociales diversos? se acostumbren a un intercambio que incluya también estar preparados para cambiar de roles, como oficialismo u oposición. Esto ocurre cuando los líderes, partidos o principales referentes se preparan no solo para cumplir con sus mandatos en representación de una mayoría o minoría relativas, sin arrogarse el monopolio de esa representación ni sentirse destinados o condenados a actuar siempre en el mismo papel, sea como defensores sea como críticos de las políticas vigentes.

3 En Estados Unidos, España o Italia están más acostumbrados a que quienes fueron opositores a ciertas políticas o medidas se conviertan en defensores de parecidas políticas o medidas cuando llegan al gobierno, y encuentren la oposición frontal de quienes antes en el poder las habían justificado. Argentina despierta a esta novedad ?el intercambio de roles y argumentos? aunque algo de esto pudimos ya experimentar durante las anteriores alternancias. Ocurrió de Alfonsín a Menem, cuando los críticos de los primeros intentos de abrir la economía y privatizar empresas (caso Aerolíneas Argentinas) se convirtieron en los mayores privatizadores “a mansalva”, con la oposición del radicalismo en el Congreso; y luego, con la Alianza que sucedió a Menem, llamando a Domingo Cavallo nuevamente al Ministerio de Economía para sostener una convertibilidad que se caía a pedazos, mientras el peronismo en el Congreso clamaba contra el ajuste neoliberal y toda la estantería se vino abajo arrastrando la renuncia de De la Rúa.

4 No significa esto que uno deba aplaudir el cinismo, la hipocresía o la futilidad de los argumentos. No se trata de abonar el maquiavelismo de quienes sostienen que no importan las ideas sino los intereses que éstas encubren; el relativismo que nos permite defender hoy unas ideas y las otras mañana según el gusto de los consumidores o el utilitarismo ?común a liberales y populistas? que señala que son más importantes los contenidos de las políticas que las formas de llevarlas a cabo (ver Martín Krause, “Por decreto, pero en favor de la libertad”, La Nación, 12/1). Significa, sí, que cabe reconocer cómo “civiliza” y hace madurar a una democracia la falta de mayorías políticas de larga duración. De manera que sus líderes deben moderar sus juicios taxativos y lapidarios y aprender a ponerse en el lugar del otro; a no criticar con tanto énfasis aquello que pueden verse obligados a defender mañana. Vale para la gente de Cambiemos, que debe aprender a gobernar con un Congreso adverso, como para kirchneristas “militantes”, ayer nomás voceros del mensaje del gobierno que cerraron las puertas de los medios públicos a toda voz discordante, devenidos en defensores a ultranza de la libertad de expresión. Escenas de la vida poskirchnerista que muestran otra evidencia desatendida: nada más progresista que el imperio de la ley y el gobierno dividido para defender a los más desfavorecidos, sean parte de la mayoría o de las minorías, frente al poder discrecional de los gobernantes, aún de aquel que se ejerce legalmente y en nombre de las mayorías.

últimas noticias

Lee también