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08 febrero de 2016

(Columna de Eduardo Rivas)

Massa demostró en el último año ser uno de los dirigentes con mejor lectura del acontecer político nacional.

El proceso electoral que vivimos los argentinos durante el 2015 tuvo ciertas particularidades que lo hacen muy singular. Entre ellas, su extensión temporal (más de siete meses), la definición de la elección presidencial en un balotaje y, asimismo, el hecho de que uno de sus ganadores fue uno de sus perdedores.

Tras su formación en las filas de la liberal UCeDé y su militancia en el peronismo, Sergio Massa se separó del Frente para la Victoria (FpV) del que era parte para conformar el Frente Renovador (FR) desde el cual se alzó con el triunfo en las elecciones legislativas de 2013 en la provincia de Buenos Aires.

Luego, se erigió como uno de los líderes de la oposición y coqueteó durante el período previo al cierre de las listas electorales con un acuerdo opositor, y tras la no concreción de éste, fue sindicado como funcional al mantenimiento del statu quo y el triunfo de Daniel Scioli.

Sin embargo, tras las elecciones del 25 de octubre tanto el FpV como Cambiemos se disputaron el apoyo de Massa.

Aunque no hizo explícito su apoyo personal ni el de la fuerza política que encabeza en favor de ninguno de los contendientes, fue el único candidato presidencial que entendió las elecciones como un juego de suma positiva en lugar del clásico juego de suma cero que excluye de las mieles del triunfo a quien no gana.

En este sentido, y tras su victoria y posterior rueda de contactos con los restantes competidores presidenciales, el presidente Mauricio Macri optó por tener a Massa como interlocutor predilecto en su relación con la oposición y éste, a su vez, buscó erigirse como líder opositor privilegiado y lo hizo a partir de acentuar ese juego de suma positiva que comenzó a jugar tras el pasado 25 de octubre.

Con esta lógica debe leerse una serie de acciones y medidas desacostumbradas en el ambiente político argentino pero que contribuyen a la consolidación de un poderío político que excede lo conseguido en las pasadas elecciones. Es en esta línea que hay que entender la asunción de un legislador del FR en la presidencia de la Cámara de Diputados de la provincia de Buenos Aires, el apoyo de los legisladores renovadores a la sanción del Presupuesto en esta provincia, el poner a disposición del nuevo Gobierno asesores y proyectos propios, o la disposición de acompañar al Presidente al Foro Económico Mundial de Davos. Todas estas acciones eran impensables en el pasado reciente, cuando no existía margen para la cooperación política, sino que la relación dicotómica era oposición o cooptación.

Ahora bien, si todo esto que hemos mencionado hasta aquí resulta innovador para la política nacional tan afecta a la relación binaria gobierno-oposición, lo es más aún cuando tomamos nota que Massa pretende encumbrarse como uno de los dirigentes restauradores del Partido Justicialista (PJ). Al respecto resulta muy interesante la reunión que celebrara junto al gobernador salteño Juan Manuel Urtubey y el ex director de la Anses, Diego Bossio, porque del encuentro surgieron definiciones que explicitan claramente qué tipo de política y con qué herramientas pretende hacerlo Massa.

Es de relieve este hecho puesto que, sin el PJ, el FpV queda sin sustento, dado que, pese a que muchos de sus dirigentes sostengan que éste es una instancia superadora del justicialismo, la realidad es que no es más que un maquillaje de ocasión, como en su momento lo fue el FREJUPO del que formaban parte muchos de los victorianos de hoy y que encabezara el ex Presidente y senador filokirchnerista Carlos Menem. Tras ese encuentro, Massa sostuvo que la doctrina sobre la que debe fundar su accionar el justicialismo es de “mirada social cristiana”. Y en esta sencilla frase dice mucho más que lo que menciona puesto que, ubicado en el rol de restaurador del justicialismo, busca trazar la línea divisoria pretendiendo volver a las raíces históricas del movimiento peronista y echar por tierra aquellas posturas ilusorias que pretendían incorporar a éste a la Internacional Socialista y pretendiéndolo de raíces socialdemócratas y desconociendo, u ocultando, su pertenencia histórica a la Internacional Demócrata Cristiana, a través de la OCDA, junto al Partido Popular español, la Unión Demócrata Cristiana alemana o el Partido Demócrata Cristiano cubano. En una nueva onda histórica, aunque política en lugar de económica y a mitad de camino entre Kuznets y Kondratiev, una vez más la patria peronista derrota a la patria socialista, dejando una vez más de manifiesto que el peronismo de izquierda no es más que un oxímoron.

Y en línea con su postura poselectoral afirmó, asimismo, que “hay que proponer y salir de la idea de que ser opositor es ser destructor” y para evitar confusiones enfatizó que “hablamos del futuro, no del pasado. Hablamos de aquellos que creemos que podemos ocupar un rol en la sociedad del futuro. Cristina es una etapa que terminó en Argentina”, lo cual demuestra mucha habilidad en sus movimientos políticos, puesto que con tan sólo unas declaraciones y una foto dio la vuelta de página en un partido al que no pertenece en la actualidad pero al que pretende encabezar para posicionarse a futuro como una alternativa de poder real frente al Gobierno actual.

En síntesis, Massa demostró en el último año ser de los dirigentes con mejor lectura del acontecer político nacional, puesto que a todo lo antes expuesto se le suma que no deberá asumir los costos de la gestión cotidiana que, tras doce años de kirchnerismo, se avizora como sumamente compleja. Dejando a un lado la correlación amigo-enemigo schmitiana de la cual fue parte y reproductor, entendió que la sociedad ya había superado esta lógica en pos de una relación basada en la colaboración y se erigió como garante de esta nueva situación al afirmar que “me toca encabezar con responsabilidad desde el Congreso el límite y la propuesta. Me toca ser responsable como opositor en materia de cuidado y reconocimiento de aquello que se haga bien”.

Este tipo de liderazgo político fue intentado por algunos, denostado por muchos y definitivamente, nunca implementado por el justicialismo que, como decía Antonio Cafiero, tiene un Día de la Lealtad y trescientos sesenta y cuatro días de traiciones. La historia dirá qué tipos de días está viviendo Sergio Massa.

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