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¿Puede sobrevivir el peronismo?

28 enero de 2016

Hay partidos que duran y otros que se extinguen. Y los analistas son incapaces de distinguirlos hasta que es tarde.

Ustedes no pueden ganar”. Los militantes del PRO se cansaron de oír esa sentencia definitiva. Políticos y politólogos los desahuciábamos por igual. Ellos eran los tecnócratas, los gerentes, los ingenuos, los boludos, como ironiza, entre la sorna y la revancha, Hernán Iglesias Illa en su libro “Cambiamos”. Bueno, pudieron.

“¿Puede sobrevivir el radicalismo?”, se cansan de oír los boinas blancas desde que Alfonsín resignó su cargo en 1989, o desde que el Frejuli los aplastó en 1973, o desde que Perón los masacró en 1952. La pregunta se transformó en una especie de sentido común de? sí, políticos y politólogos. Se supone que, alejado de la presidencia y con una tradición de rajarse temprano, el destino del partido es disolverse. Desde hace sesenta y cinco años. Bueno. No.

¿Y qué pasa si es el peronismo el que no sobrevive a la derrota? preguntó de repente un marciano que no era Moreau. ¿Qué ocurriría si el PRO, en vez de comerse al radicalismo, hubiera llegado para comerse al peronismo? Después de todo, ya le robó la provincia inexpugnable. Y sus principales ciudades: La Plata, Mar del Plata y Bahía Blanca. Y no para de birlarle dirigentes. Fue el más lúcido de los peronistas el que armó la alianza con el radicalismo para derrotar al FpV y hoy preside la Cámara de Diputados. El segundo peronista más votado en 2015 come de la mano de Macri en Davos. Si la compensación por esas fugas es Claudia Ledesma, la esposa santiagueña que participó en la cumbre de gobernadores, el saldo está en rojo. El alerta también.

Hace pocos días María Esperanza Casullo planteó “una pregunta de base: qué es ser radical hoy, y en qué se diferencia la identidad radical de la del PRO”. Quizás sin saberlo, el contrapunto lo armó Alberto Fernández: “a esta altura está muy poco claro qué significa ser peronista, me parece que lo que hay que resolver es esto”. Lo complementó Juan Manuel Abal Medina en la reunión de Santa Teresita: “si nos disgregamos estamos jodidos, y si no reconstruimos la matriz partidaria tenemos macrismo para rato”. Sí: hay peronistas con miedo. De disgregarse. De no volver. Suena razonable: después de todo, son el partido del poder. Por eso, es el que más arriesga cuando lo pierde. El radicalismo, en cambio, tiene entrenamiento existencial en el llano. ¿Y si el certificado de defunción anticipada se le expidió al partido errado?

Sugiere Miguel De Luca que, desaparecidos el partido comunista italiano, su contraparte demócrata cristiana y hasta la Unión Soviética, sostener la eternidad del peronismo es un acto de fe y no de ciencia. Reflexionemos sobre esta cuestión a la luz de tres mitos nacionales.

Dicen que los líderes peronistas no vuelven de la derrota. A rey muerto rey puesto: Luder, Saadi, Cafiero y Menem no tuvieron segunda oportunidad. Duhalde sí, pero fue elegido por el Congreso y tuvo que irse antes. Sin embargo, desde Córdoba, el más derrotado de los peronistas sonríe. De la Sota se cansó de perder contra el radicalismo, pero un día cambió la mano. Desde entonces no paró de ganar. ¿La excepción confirma la regla o la deroga?

Un futuro lúgubre también se augura a los embajadores sin carrera. Una designación en una capital importante es un honor y una tumba política, como pueden certificar José Octavio Bordón y otros que se jubilaron después de una embajada. El debate se reavivó a partir del nombramiento de Martín Lousteau: ¿Macri lo premió, lo congeló o lo liquidó? Si Guga pretende un futuro político, puede solazarse en? Córdoba. Porque fue el mismo De la Sota quien volvió de la embajada en Brasilia para ganar la gobernación y relanzar una carrera con impacto nacional.

El tercer mito es el de Buenos Aires como provincia decisiva. Es difícil encontrar un disparate mayor. Todos sus gobernadores fracasaron en elecciones presidenciales, y los grandes vencedores de las intermedias (Moreau, Fernández Meijide, De Narváez, Massa) vienen teniendo carreras menos que rutilantes. Si hubo una provincia decisiva en la historia electoral argentina, ésa fue Córdoba en 2015: único caso en que excluir un distrito habría invertido el resultado nacional. En otras palabras, Scioli sería presidente en una Argentina con veintitrés provincias.

Las conclusiones son contundentes: de la derrota se puede volver; del exterior también; y una provincia peronista alcanza para derrotar a un país peronista. Tres mitos menos. Quizás el de la inmortalidad del peronismo también sea una exageración.

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