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Cambiemos y el laberinto económico

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05 diciembre de 2015

(Columna de Alejandro Radonjic)

Tras el ajuste de precios relativos durante el verano, los especialistas creen que la economía puede crecer a tasas superiores al 3-4% a partir de mediados de 2016.

Resulta inevitable, a la hora de lucubrar hipótesis sobre el apoyo social del que dispondrá Mauricio Macri a partir del 10 de diciembre, preguntarse cómo andará la economía. La dinámica de “la macro”, y sus indicadores reales más relevantes, fueron, son y serán una variable determinante en la dinámica política vernácula. Generalmente, cuando la economía anda bien para una porción mayoritaria de la sociedad la imagen positiva del Presidente es elevada, y viceversa. Ejemplos sobran.

Pero, primero, vale la pena saber dónde estamos parados y hacer un análisis aproximativo sobre la relación de los argentinos con la economía y la política económica para calibrarsus demandas. Si los argentinos creen que están en una época de relativa bonanza, la política económica es la apropiada y la intervención del Estado en la economía es la correcta, la exigencia será que la política siga haciendo más o menos lo mismo. Así lo demandó en 1995 y 2007, por ejemplo. Si, en cambio, hay una percepción general de que la economía está mal y la política económica está extraviada, la sociedad demandará cambios, pretenderá que la política genere otros resultados y castigará el continuismo. Ese fue el mandato, por ejemplo, en 1989.

Pero el desafío actual es intrincado porque estamos en un escenario intermedio y difícil de leer para las nuevas autoridades, tal como sugiere la exigua diferencia entre los dos contendientes del reciente balotaje y la búsqueda del centro político por parte de ambos. Hay, por un lado,problemas inocultables y conocidos por el gran público y existen, al mismo tiempo, niveles de desaprobación importantes con la política económica en curso. El gran público percibe que la economía tiene problemas serios y la política económica no logra resolverlos y, nota al pie, ni siquiera reconocerlos públicamente (cfr. Indec). No casualmente 12,9 millones de argentinos eligieron a un candidato que, aunque haya matizado su discurso en los últimos meses, propone cambios y estuvo en la vereda opuesta al “modelo” durante los últimos años.

Pero 12,1 millones también eligieron a un candidato que prometía seguir por un camino similar al vigente. Los argentinos que sufragaron por el FpV creen que la orientación de la política económica, en líneas generales, debe mantenerse (o tenía reparos fuertes con lo que pregonaba su contrincante). Por un lado, y dicho algo esquemáticamente,una mitad del país pretende cambios importantes en la política económica y, por otro, hay otra mitad que pretende seguir recorriendo el mismo camino. El mandato que emana de las urnas es confuso, pero nada que un buen focus group no pueda resolver.El equipo económico deberá moverse como elefante en un bazar y detectar con precisión quirúrgica qué se debe cambiar (bajar la inflación, por ejemplo)y qué se debe mantener (AUH, por ejemplo). Ese proceso de internalización comenzó hace tiempo en Cambiemos, y se exhibió en el giro discursivo de Mauricio Macri. Pero, ahora, hay que pasar al quirófano.

¿Podrá hacer equilibrio político entre estas demandas aparentemente contrapuestas? Sí, pero no será magia. La clave, y entrando en los desafíos técnicos,será hacer un ajuste expansivo(o lo menos recesivo posible) en los próximos meses. A lo Scioli, la política económica deberá cambiar lo que haya que cambiar y mantener lo que se deba mantener para dejar a unos y otros satisfechos.Si bien la operación parece compleja, es realizable pues no son posturas irreconciliables. En definitiva, los dos candidatos prometían resultados finales similares y todos pretenden, al margen de su elección en el cuarto oscuro y su inclinación ideológica sobre la orientación de la política económica,lo mismo:más empleo, mejores salarios, más crecimiento, mejor distribución, más certidumbre para tomar decisiones,etcétera.Resultados matan grieta.Tan solo algunos años atrás, había una aprobación social mayoritaria hacia el modelo económico, quizás como nunca antes desde 1983 hasta acá.

Por supuesto, recetar un ajuste expansivo es mucho más fácil que implementarlo. A los hechos: corregir el atraso cambiario sin coletazos sociales no es fácil y disminuir el déficit fiscal, tampoco. La receta, entonces, parece indicar gradualismo para satisfacer incrementalmente las demandas de cambio sin descuidar a los más propensos a la continuidad.

Pero, por más que ese fuere el camino óptimo y, acaso, el preferido políticamente por Cambiemos,no hay mucho margen para ser graduales. La economía se encamina hacia una crisis en su balanza de pagos, encerrona que siempre se “corrigió” con un ajuste devaluatorio disruptivo. Si la política no corrige a tiempo, ajusta el mercado, el dólar se dispara y, con él, la inflación (y, por supuesto, la pobreza). Ejemplos, desgraciadamente, también sobran.

El debate técnico más caliente al interior de Cambiemos es precisamente cómo abortar ese escenario. Algunos son más partidarios del shock cambiario y otros son más proclives al gradualismo.El temor de los primeros es que el gradualismo se quede a mitad de camino(los dólares entrarán una vez que los agentes tengan certeza que la paridad cambiaria se sostendrá allí y no seguirá escalando) y el temor de los gradualistas es que se dispare la inflación. Todo indica que éstos últimos han avanzado algunas posiciones en las últimas semanas. Será una partida de póker que durará varias semanas, o meses.

Si todo funciona, la economía saldrá con un tipo de cambio único y más competitivo (aunque, probablemente, con algunos puntitos de inflación más), y podría volver a crecer pronto. Vale recordar que las recuperaciones en Argentina suelen sorprender. Una vez hecho el ajuste de precios relativos(que, más temprano que tarde, también debe incluir las tarifas de servicios públicos), el país tiene músculo para crecer a tasas superiores al 3-4%y activar la vía económica para acumular poder. La economía no está endeudada (y, por ende, no debe desapalancarse, proceso que dura años) y el contexto global, si bien complejo, no es drámatico. Pero, primero, hay que pasar el verano.

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