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Me equivoqué

25 noviembre de 2015

Las notas en primera persona deben evitarse. Hay dos excepciones: cuando el autor es protagonista y cuando se autoflagela. Hoy aplican ambas.

El 30 de agosto de 2011 recibí un simpático email. Me lo enviaban de la Fundación Pensar y decía lo siguiente: “Somos el think tank de PRO y uno de nuestros desafíos es cerrar la brecha entre la política en general y el partido en particular (?) En ese marco, estamos haciendo una serie de reuniones del liderazgo partidario con intelectuales y académicos”. En síntesis, me invitaban a charlar con la cúpula del partido. La reunión se concretó el 20 de octubre de ese año, en la Casa de Gobierno porteña pero fuera del horario de trabajo. Mauricio Macri no estuvo presente.

Salí del encuentro con dos certezas. La primera: se trataba de buena gente con enorme capacidad de trabajo. La segunda: no entendían nada de política. En su visión, la mayoría de la sociedad argentina era más “aspiracional” que reivindicativa: miraba para adelante y quería cambiar en vez de mirar para atrás y querer volver. Lo habían medido con precisión, argumentaban. Los viejos partidos no representaban nada, continuaron. La nueva política sería, paradojaban, menos política y más social.

También escucharon, mucho. Pero me miraron con ternura cuando referí la importancia del poder territorial y la resiliencia de los partidos tradicionales. Fue un cordialísimo y enriquecedor diálogo entre mundos paralelos. Tres días después, en las elecciones presidenciales, el PRO no presentaba candidato. Dos años más tarde debieron aliarse con Sergio Massa para meter algunos diputados por la provincia de Buenos Aires, lo que los llevó a perder la personería jurídica. Todo era risa por acá. Y de repente llega el 22 de noviembre de 2015 y Macri es presidente electo. ¿Cómo pude equivocarme tanto?

Mi razonamiento se basaba en dos elementos: territorio y partidos. La experiencia democrática indicaba que el trampolín hacia la Presidencia era una gobernación. En 1989 compitieron el jefe de Córdoba (Eduardo Angeloz) contra el de La Rioja (Carlos Menem). En 1995, a Menem lo desafiaron el gobernador de Río Negro (Horacio Massaccesi) y el ex de Mendoza (José Octavio Bordón). En 1999 el gobernador de Buenos Aires (Eduardo Duhalde) enfrentó al de la CABA (Fernando de la Rúa). Las elecciones de 2003 fueron atípicas, pero aún así venció el gobernador de Santa Cruz. La primera vez de Cristina fue, en la práctica, una reelección. Como utilizó su reelección no conyugal en 2011, el camino quedó abierto para que un gobernador la reemplazara en 2015. Acá entran los partidos.

Un gobernador no hace verano: para llegar al poder necesita votos de todo el país y no sólo de su provincia. Pero en 2011, justo después de aquella charla, el peronismo se quedó con casi todas. Fuera de un par de partidos provinciales, enfrente sólo quedaron una provincia radical (Corrientes), una socialista (Santa Fe) y una del PRO (CABA). Insuficiente, pensé. El próximo presidente será un gobernador peronista, declaré en octubre de 2011 y publiqué en agosto de 2012. Vislumbré, es cierto, una escapatoria: que Macri fuera candidato representando “a un sector del justicialismo”. De ese modo, territorio y partido se reencontraban y le daban chance de llegar.

Nunca imaginé que la alianza iba a ser con el otro partido, y eso que yo lo conocía por dentro. O quizás precisamente por eso.

Porque Macri logró su objetivo combinando su método (“lo nuevo”, “la sociedad”) con el que yo defendía (“los partidos” y “la política”). Sin Jaime Durán Barba no ganaba, pero sólo con Durán Barba tampoco. Terció Emilio Monzó, quizás el más hábil de sus coroneles políticos. Y amaneció Ernesto Sanz, el radical más revolucionario desde Alfonsín. ¡Y Lilita! Mientras los viejos radicales clamaban que su límite era Macri y los jóvenes macristas moralizaban que jamás transarían con la vieja política, el límite se licuó y la transa se consumó. Y hasta fue más allá, incluyendo al piquetero chic Alfredo De Angeli y al piquetero popular Gerónimo Venegas.

Es cierto: a la virtud encarnada por Cambiemos le cayó encima la fortuna vertida por una Córdoba maltratada, un Florencio Randazzo candoroso y un Aníbal desencadenado.

Pero en cualquier caso, la acción política venció al determinismo histórico. El análisis falló: como expresó Ignacio Ramírez, el director de Ibarómetro, sobró empirismo politológico y faltó imaginación sociológica.

Es cierto que hay un consuelo. Macri no ganó con una ONG: armó un partido político y se alió con otro. Y era gobernador. La fórmula territorio más partidos está intacta.

Lo que faltó fue introspección para anticipar con qué partido.

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