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Construir algo propio

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17 noviembre de 2015

(Columna de Gabriel Vommaro, coautor de Mundo PRO -Editorial Planeta-)

El salto a la competencia nacional estuvo en el horizonte de PRO desde sus inicios.

Luego de la caída de la Alianza, cuando la política de partidos se hallaba en crisis, Mauricio Macri y sus colaboradores decidieron formar un partido político propio y comenzar por la política local, en la ciudad de Buenos Aires, para luego dar el salto a la política nacional. Decidieron también evitar las internas peronistas, entonces en disputa por el liderazgo y por las candidaturas de cara a las presidenciales de 2003. Se trataba de no ser fagocitados por ese movimiento, pero también de no desdibujar los contornos de una nueva propuesta política: un centro-derecha pragmático y flexible. El diagnóstico de la crisis de 2001 y 2002 como fracaso de la “clase política”, y como oportunidad para que se metieran en la actividad cuadros provenientes del mundo empresario y del mundo de las ONG, reforzaba esta decisión de construir algo propio. Se trataba de volver la política y el Estado más transparentes y más eficientes. El problema de los años de reformas neoliberales no había sido el tipo de políticas implementadas, si no su forma. “La política” no había sido capaz de hacerlo seriamente. La crisis escenificaba una catástrofe social y económica que llamaba a los mejores a meterse en política, a donar parte de su tiempo a la vida en común.

En términos de estructura de oportunidades, como hemos mostrado en otra parte, CABA ofrecía buena perspectivas para un nuevo partido. Epicentro de la crisis de legitimidad de los políticos y de la crisis de los partidos mayoritarios, era terreno propicio para nuevos jugadores que llegaran “desde afuera”. Había también políticos disponibles y electores disponibles. El desmembramiento de la alianza electoral que había llevado al gobierno a Aníbal Ibarra en 2000 y que le había permitido ser reelecto en 2003 hizo el resto. El progresismo peronista y no peronista tomarían, en buena medida, caminos diferentes.

La estrategia de construcción de un partido local se terminó de revelar exitosa en 2007, con el acceso al gobierno. Entonces se solidificó una coalición electoral, que sumaba retazos de voto peronista de zona sur con el electorado tradicional de los partidos de centro-derecha, pero que ahora incluía también buena parte del voto no peronista del corredor central y norte de CABA. En términos de framing, PRO logró combinar una presentación en términos de nueva política sin resignar, en términos organizativos, una implantación barrial propia de la política tradicional: conservadurismo popular en el sur de la ciudad; política de comité en las zonas radicales; implantación de la derecha clásica en los barrios del norte y en los colegios profesionales. Y tanto en el partido como en el gobierno una coalición dirigente formada, en lo fundamental, por nuevos políticos, a quienes se sumaban los dirigentes provenientes de las fuerzas partidarias de centro-derecha, comprometidas con tener, por fin, una opción competitiva en términos electorales.

¿Y más allá de la General Paz?

Lo dijimos: siempre estuvo en el horizonte el salto a la competencia nacional. La estrategia gradualista permitía hacer pie en un gobierno local para tomar impulso. Permitió construir un partido, formar cuadros dirigentes y militantes, pero también definir los contornos de una propuesta política que tenía en la gestión uno de sus pilares. Las condiciones que facilitaron el armado porteño no se encontraban allende la General Paz. ¿Cómo ingresar a un espacio que ya parecía ocupado por jugadores de peso?

La estrategia de nacionalización siguió diferentes caminos. Primero, ocupar el espacio “natural”: el de los partidos de centro-derecha. La apropiación del nombre PRO por parte del Macri y su grupo es, de hecho, resultado de la cooptación de la mayor parte e los cuadros de Recrear, a partir de las legislativas de 2005, lo que terminó de consumarse en 2007. Ricardo López Murphy, el principal candidato del centro-derecha en las presidenciales de 2003, quedó entonces relegado del espacio político opositor. En el mercado de la representación del centro a la derecha del espectro político, se había logrado el cuasi monopolio. Los partidos provinciales también cayeron en buena medida bajo el influjo de PRO, aunque ofrecieron resistencia y quisieron instrumentalizarlo, como fue el caso de los demócratas mendocinos. A pesar de las tensiones, sus votos serían atraídos por la fuerza que se convertía en la opción más importante de ese cuadrante político. Luego, se trataba de consolidar los propios contornos partidarios. Hacer que más cuadros del mundo de la empresa y que más voluntarios y profesionales del mundo de las ONG se metieran en política. También se trató de extender el llamado a celebridades del deporte y el espectáculo: personas exitosas en su actividad, compatibles con el framing del testimonio y de la renuncia a un bienestar privado en pos de la donación de una parte del tiempo a la polis. Todo eso evitaba, siempre, que a pesar de la debilidad territorial PRO fuera fagocitado por un peronismo opositor que lo tentaba con su abrazo. A partir de 2011 se consiguieron algunos resultados: la intendencia de Vicente López, una ajustada derrota en Santa Fe, concejales en algunos distritos importantes, como Mendoza y Rosario.

Sin reelección posible a nivel local de Macri, y sin reelección posible de Cristina Kirchner a nivel nacional, 2015 constituía el horizonte ineludible de culminación de la larga marcha que había comenzado en 2001 (¿o en 1995, en la primera campaña por la presidencia de Boca Juniors?). La estrategia de los “PRO puros” había revelado sus límites. PRO competía con éxito por el electorado radical, e incluso disputaba con el neoperonismo opositor de Sergio Massa algunos apoyos de intendentes pertenecientes a ese partido, pero no alcanzaba a reproducir la implantación nacional de la UCR, construida durante más de un siglo de historia. Se había logrado, en buena medida, marginar a otra de las competidoras por ese voto, Elisa Carrió, quien por su tradición y sus discurso parecía una de las herederas naturales del electorado no peronista. Fue, de hecho, la candidata más votada de ese hemisferio en las presidenciales de 2007. Pero a diferencia de Macri, Carrió decidió erosionar las organizaciones que fue construyendo. No creyó que fuera importante tener un partido. Y al jugar la suerte de su espacio a su propia capacidad de atraer votos, la derrota de 2011 borroneó su pretensión de ser la principal referente de una opción electoral opositora. Con la aparición de Massa en 2013, otra vez surgía la tentación de ser parte de la interna peronista. Y otra vez Macri y sus colaboradores prefirieron mantener los contornos organizativos y de sentido de su fuerza política. Incluso contra las presiones del llamado “círculo rojo”. Cultural y políticamente, PRO defendió aquello que venía a representar, y que tenía que ver con el meterse en política originario.

Sin embargo, ya en 2014 una alianza con el radicalismo aparecía como un atajo posible para resolver los problemas de su deficiente nacionalización sin ser fagocitado por una fuerza mayor. Sin tener que resignar en términos de construcción partidaria propia. Eran, en cierta medida, complementarios. Uno necesitaba estructura, el otro un candidato presidencial competitivo. Carrió aceptó su derrota en el tablero opositor y promovió un acuerdo con Macri. La apuesta era atraer todo el voto no peronista tras de PRO. El voto peronista, con Massa como candidato, iría dividido. Los resultados de las PASO de agosto y de las generales de octubre dan cuenta del éxito de la estrategia macrista. La baja performance de Stolbizer es otra prueba de la hegemonía de PRO en ese hemisferio. La debilidad de su implantación nacional fue parcialmente suplida por la implantación radical y por la imposición de la figura de Macri como gran esperanza opositora. El triunfo en la provincia de Buenos Aires da cuenta de la ambigüedad de este éxito: la alianza Cambiemos ganó 64 intendencias, de las cuales 23 corresponden a PRO (que logró que muchos de sus nuevos cuadros que se metieron en política gobiernen a partir de diciembre municipios importantes del conurbano, como Lanús o Quilmes) y 41 a la UCR. Sin embargo, haber llegado a la gobernación de esa provincia, como afirmó Ernesto Calvo en un artículo reciente, parece anunciar una transformación de peso en la política argentina.

Vidalita? Una estrofa para la provincia de Buenos Aires

En un artículo que publicamos en el tomo VI de la historia de la provincia de Buenos Aires coordinado por Gabriel Kessler, mostramos que, a pesar de la imagen habitual, el conurbano no es territorio ganado para el peronismo. Desde 1983, hubo desafíos de fuerzas no peronistas y grandes conflictos al interior de las diferentes corrientes peronistas. Dos coyunturas marcaron una renovación de intendentes que favoreció al no peronismo: 1983 y 1999. Hubo, también, diferentes momentos de renovación motivadas por internas peronistas. En este sentido, el triunfo de Cambiemos en buena parte del primer cordón y en algunas intendencias del corredor norte y del interior de la provincia parecen continuar esta línea histórica. Sin embargo, la victoria de María Eugenia Vidal constituye una novedad mayor: por primera vez una mujer gobernará ese distrito. Por primera vez, desde 1983, el gobernador no será ni peronista ni radical. No se trata de minimizar la importancia de esta novedad, sino de sumar algunos elementos para comprender su alcance. Como Macri a nivel nacional, Vidal parece haber tenido la capacidad de concentrar todo el voto no peronista, y de sumarle a eso un plus. Si Graciela Fernández Meijide, la otra gran desafiante a la hegemonía peronista en la historia reciente, perdió en 1999 ante Carlos Ruckauf obteniendo un porcentaje mayor que Vidal (41,36% contra 39,5%), esta vez el voto peronista fue dividido (ahora, Aníbal Fernández obtuvo el 35,2% de los votos), pero también dejó de contar con los apoyos de las fuerzas políticas de centro-derecha que, en aquella oportunidad, definieron la elección a favor del PJ, que había completado su 37,44% de los votos con el 5,83% de Acción por la República y el 5,07% de la Ucedé. La división del peronismo y la reestructuración del voto no peronista dan cuenta de una reconfiguración de las alianzas electorales en la provincia, sin que sepamos aún qué impacto tendrá esto sobre el sistema de partidos.

Como en CABA, probablemente, PRO gobernará con el apoyo territorial de una parte del radicalismo y otra del peronismo. No sabemos si logrará construir una coalición electoral duradera. Por lo pronto, la alianza con la UCR, a diferencia de los que sucede en CABA, es orgánica. Lo que ocurra con el conflicto al interior del peronismo también condicionará la estabilidad de una presencia de PRO en la provincia. El voto dividido entre FpV y FR despierta una incógnita respecto del futuro de esa fuerza política, que se dirimirá sin duda en relación a la disputa por la sucesión del liderazgo de Cristina Kirchner. Por lo pronto, PRO buscará mantener la cohesión interna que lo llevó hasta acá. Y gobernará con esa combinación de gobernabilidad/real politik, de un lado, y “PRO purismo” basado en el ethos emprendedor y voluntario, del otro. La fórmula, hasta aquí, ha probado su eficacia.

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