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Los márgenes del progresismo

Margarita
Margarita
03 septiembre de 2015

(Columna de Néstor Leone)

El año electoral de los espacios de centroizquierda cosecha varios sinsabores, entre el retroceso y la disgregación. Razones y perspectivas.

Margarita Stolbizer acusó el impacto la misma noche de las primarias, bunker en penumbras y poco para decir. Su módico 3,51% le permitía llegar a las generales, al superar el mínimo necesario y no enfrentar rivales de manera directa,pero era una performance demasiado acotada como para retroalimentar tan rápido optimismos de campaña. La secuencia previa de elecciones provinciales tampoco ayudaba. La ajustada victoria del socialismo santafesino, uno de sus aliados, había llegado con un susto mayúsculoen su disputa por la gobernación, mientras la pobre cosecha de Hermes Binner, referencia del espacio, en su candidatura a senador nacional, dejaba muy atrás los tiempos mejores.

Ahí hubo retroceso, sin más. En términos de acumulación política y de resultados electorales. El tan alejado como meritorio segundo lugar del mismo Binner, en la presidencial anterior y con 16,81%, marca eso. Y quizá, también, lo mutilado de la denominación de la entente, del Frente Progresista al Progresistas a secas. El conglomerado de sellos resultaba similar; el peso específico de todos ellos, bastante menor. Sobre todo, tras los fallidos acopios en UNEN; y el nuevo desencuentro con el radicalismo, volcado a otro juego. Los perfiles similares de los candidatos más taquilleros y el giro del debate político hacia el centro (para aminorar rechazos, desde la derecha; para moderar encontronazos, desde el oficialismo), a su vez, pareció correrles el arco, dejarlos sin visibilidad posible.

Pero si ahí hubo retroceso, en otros espacios del espectro progresista lo que hubo fue consolidación de una presencia más disgregada en otras fuerzas, de una existencia subsumida en frentes más heterogéneos. El Frente para la Victoria, por caso, de manera predominante. La miríada de espacios que decidieron una participación más consustanciada en sus filas, ya sin “apoyos críticos” ni participación acomplejada es una prueba de ello. Nuevo Encuentro, por caso. La escasa densidad política propia en esa constelación con mando unívoco y núcleo afianzado marca algún límite. La posibilidad de trascender la fragmentación acostumbrada, los márgenes de presencia focalizada, alguna potencialidad.

RAZONES

Como tal, la categoría tuvo su predominio simbólico en los noventa, en tiempos de oposición al menemismo. El derrotero del Frente Grande-Frepaso expresó su apogeo. Aunque prontamente transitara de la ilusión de terciar entre las fuerzas mayoritarias, a quedar deglutido por el orden precedente y perder potencial de cambio. Su principal clivaje, entonces, fue “corrupción versus transparencia” y la eclosión de la Alianza de 2001, la adversidad de la que no pudo escapar. Aunque algunas de sus vertientes perduraran. Por caso, en la ciudad de Buenos Aires. La gestión de Aníbal Ibarra pudo contener el desbande. La clausura abrupta de su mandato, luego de la tragedia de Cromañón, multiplicó la fragmentación.

Con el kirchnerismo en el poder, la relación fue cambiante. La transversalidad ofició como convite inicial, como instrumento necesario para ampliar la escueta base de sustento con la que los Kirchner partían. Pero no tuvo implicancia concreta. Algunos leyeron la convocatoria como una celada. Otros se mantuvieron en su órbita, entre los “apoyos críticos” y los rechazos gentiles, pero distantes. La dinámica posterior les deparó otros matices, pero que contenían aquella disyuntiva y esta tensión (implícita, casi siempre): la disputa en desventaja por una agenda de temas y de símbolos (derechos humanos, estatización de ciertos recursos, cierta ampliación de ciudadanía) que consideran propios y el recorrido hacia una oposición incómoda, culposa e impotente.

A ese realineamiento de fuerzas (y cambios de ejes) que estableció el kirchnerismo en el heterogéneo y fragmentado universo progresista hay que agregarle la baja institucionalidad partidaria que las fuerzas existentes supieron conseguir. El GEN o Libres del Sur, por caso, distan bastante de ser apuestas partidarias con cierta organicidad. Unión Popular, de Víctor De Gennaro; o Proyecto Sur, de Pino Solanas, más todavía. Y al Partido Socialista, que la tiene, le cuesta demasiado trascender los límites de Santa Fe sin desguarnecerse. Hubo intentos de articulación transitorios, es cierto. La ya mencionada UNEN, o el anterior Acuerdo Cívico y Social tendieron, de algún modo, a aglutinar parcialidades. Pero con muchas intermitencias, y suficientemente atados a coyunturas precisas como para perdurar.

PERSPECTIVAS

Como se dijo, el giro “hacia el centro” del debate político (¿y de las demandas?) le quitó posibilidades. También la competencia con figuras más taquilleras en la oferta opositora respecto de aquella de 2011. Y cierta incapacidad propia para ir más allá de cierto discurso de transparencia y ofrecer alguna alternativa de gobernabilidad posible. La “baja” de Binner tuvo su peso, evidentemente. Pero explican sólo en parte ese retroceso. Las dificultades del socialista para retener aquella adhesión anterior, algunas adversidades en la provincia que gobierna su partido y cierto desdibujo de su perfil no aseguraban mucha mejor suerte. Mientras que la decisión de participar con “boleta corta” en Santa Fe y la escasa consustanciación del partido en la campaña, bastante preocupado por su desempeño local, sí tuvo su peso, por la negativa, y tiró hacia abajo las posibilidades de ambos.

Lo que no queda claro es si esa pérdida de “densidad” progresista tiene carácter transitorio o si demandará de reformulaciones más profundas para que recupere terreno. Por lo pronto, las generales de octubre están ahí, a un paso. Las chances de conquistar parte del voto radical que se quedó sin candidato propio y que desiste de hacerlo por los aliados de Cambiemos (el PRO, en este caso) le procura algunas esperanzas. Más aún si se tiene en cuenta la prosapia radical de Stolbizer y el panradicalismo de su fuerza. Lo mismo, algún resabio de “estupor” progresista ante un escenario de centro y con ejes de campaña crecientemente ajenos a ese ideario. Mientras que parece difícilque conserve posibilidades ciertas de representar al grueso del votante más decididamente antikirchnerista, ese electorado dispuesto a decidirsepor lavariante más concreta de“voto útil”.

La disparidad de recursos respecto de sus rivales, por cierto, no contribuye demasiado con la suerte de ese progresismo. Esa imagen ceñida a los márgenes del tablero político, casi testimonial, tampoco ayuda para revertir el retroceso. Es cierto, el progresismo de cuño K tampoco la tendrá fácil. Intentará dar la talla en un escenario complejo y en disputa. Ese que tiene a su otrora criticado Daniel Scioli como promesa de continuidad.

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