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¿A dónde va el sistema de partidos?

10 junio de 2011

(Artículo publicado en la edición nº33)

Más del 70 % del electorado se inclinaría hoy por una opción peronista o radical, pero esa polarización no se verifica en el Congreso ni en las gobernaciones.

Los números muestran a Cristina Fernández muy cómoda en el primer lugar de las

encuestas y al candidato de la UCR, Ricardo Alfonsín, lejos pero firme en el segundo

lugar. Cuando falta algo más de cuatro meses para las elecciones, todo indica que entre dos tercios y un 80 % de los votos se inclinaría hoy por los candidatos que llevan los dos apellidos más importantes del peronismo y el radicalismo en las últimas décadas.

Además, puede haber otros candidatos que invoquen su condición de peronistas con

lo cual quedaría una representación menor para otras fuerzas políticas. Sin embargo, esta creciente polarización se mantiene únicamente como un fenómeno de la elección presidencial, lo que obliga a relativizar cualquier intento de caracterización de “bipartidista” del sistema de partidos que se vislumbra para el 23 de octubre.

Las gobernaciones, el Senado y en menor medida la Cámara de Diputados, además,

muestran una composición claramente de mayoría peronista, que muestra al peronismo como partido predominante, según la clásica definición del politólogo Giovanni Sartori. De todas maneras, aun considerando los números de las encuestas como definitivos, queda el 25% del electorado fuera de la cuenta que, en cualquier estimación razonable, parece un número elevado para caracterizar a un sistema como bipartidista.

Para Mariel Fornoni, de Management & Fit, “hoy hay una polarización incipiente. Si

el 55% que hoy no elegiría a Cristina se nuclea alrededor de Alfonsín, ahí si puede haber una polarización en torno a la UCR que marque cierto rasgo de bipartidismo electoral. Pero también hay que tener en cuenta que el ascenso de Alfonsín es concomitante con que se hayan bajado otros candidatos. Al menos él tiene conocimiento e imagen, las dos condiciones básicas como para poder empezar, algo que es muy difícil de lograr en candidatos de fuerzas ni peronistas ni radicales, como es el caso de Binner”.

Graciela Römer sostiene que “hay una fuerza dominante con un perfil muy nítido y un piso electoral muy importante y una dispersión enorme de partidos, por lo que la

posibilidad de alternancia se ve muy difícil si no hay algún tipo de alianzas en el frente

opositor. La UCR, que casi había desaparecido de la escena nacional, sigue teniendo

una importancia grande a nivel territorial, en términos de intendencias, concejales, etcétera. Eso es lo que permitió que, pese a la elección de 2003, haya una supervivencia de cierto estilo bipartidista”.

Vuelve a comprobarse la poca proyección nacional que pueden tener terceras fuerzas

emergentes en distintos distritos, por mayor éxito que conserven en sus terruños.

Tras la corta experiencia del Frepaso en soledad, siquiera las fuerzas que vencieron en

distritos resonantes como Santa Fe o Capital pudieron proyectarse con éxito fronteras

afuera de sus asentamientos. Las renuncias de Mauricio Macri y Fernando Solanas

a las presidenciales del 23 de octubre son otra consecuencia evidente de esa realidad.

CEMENTERIO DE TERCERAS FUERZAS

Para algunos analistas, en esa línea, como se trata de una elección presidencial de la

que ya se bajaron varios candidatos se puede dar un fenómeno que caracterizan de “polarización ficticia”, que da una sensación que no se corresponde con la realidad y que induce a pensar en una especie de bipartidismo forzado.

La ausencia de alternativas nacionales de fuerzas o de alianzas con eje en aquellas experiencias de éxito local (PS en Santa Fe el Pro en la ciudad de Buenos Aires),

acrecienta esa sensación. En esa línea, Andrés Malamud sostiene que “la Historia argentina es un cementerio de terceros partidos. Las alternativas al bipartidismo,

cuando aparecen, son unidistritales y no nacionales: Stolbizer, Sabatella, Binner, Juez, Solanas y Macri son fenómenos de una sola provincia”.

Liliana de Riz coincide con ese análisis y plantea: “El país sigue siendo un cementerio de terceras fuerzas que el sistema electoral ayuda a expulsar, como ha venido ocurriendo desde hace mucho, y no por las nuevas reglas que ponen exigencias a la proliferación de partidos ?muchos puros sellos?, sino por condicionantes políticos y de la cultura política más que normativos e institucionales”.

Para de Riz, igualmente, “estos partidos distritales sin alcance nacional terminan

razonando con la lógica de una confederación, resignando la visión nacional, como ha demostrado el socialismo. A la vez, tras la crisis del sistema de partidos, hay un

espacio del electorado que se quedó sin representación fija, y ahí deberá apuntar la

UCR para tratar de revertir lo que hoy por hoy, más allá de las encuestas, sigue siendo

una clarísima mayoría peronista, en gobernadores e intendentes”.

Según María Matilde Ollier, el enorme peso conjunto que podrían llegar a tener las

candidaturas de Fernández de Kirchner y Alfonsín de confirmarse los números que

marcan los primeros sondeos, se produce porque “queda poco margen para otra fuerza en el escenario actual. Siempre las principales alternativas están dentro del binomio peronismo/antiperonismo, que sólo el radicalismo ha podido y sabido aprovechar en el tiempo y la totalidad del territorio. Hoy hay muy poco lugar más allá de ellos y quedan reducidas a terceras fuerzas que no logran tener un armado nacional y terminan siendo expresiones provinciales. El bipartidismo a nivel nacional es algo histórico y es indeclinable por ahora. Los presidentes democráticos son o peronistas o radicales”.

En esa dirección, un dato clave para terminar de acercarse el bipartidismo, teniendo en cuenta el predominio peronista en los últimos años, es la evolución de la UCR. En

una rápida mirada retrospectiva a los últimos comicios presidenciales, la situación

actual, con un candidato 100 % propio pudiendo ser la primera minoría, contrasta con

el panorama de 2003, cuando Leopoldo Moreau obtuvo el 2% y el peronismo fue dividido y con el de 2007, cuando, más allá del apoyo partidario a Roberto Lavagna, ningún afiliado radical compitió por la Presidencia.

Fue una fuerza, hoy debilitada como la Coalición Cívica, la que se alzó con el

segundo lugar. Con el peronismo como claro partido predominante (ganó cuatro de las

últimas seis elecciones, con amplia ventaja en varias provincias), la pregunta es si el radicalismo pasa por un momento de recuperación en sí mismo o si es una consecuencia de ser la única fuerza nacional capaz de sobrevivir a duras derrotas con una estructura nacional y saber aglutinar en esta coyuntura a los no peronistas.

“Por ahora la polarización creciente es una tendencia en las encuestas, más allá de

que a juzgar por la importancia que el resto de las fuerzas le siguen asignando a la famosa 'pata peronista', es el peronismo quien sigue definiendo el posible oficialismo y en parte también la posible oposición. Y en esas coordenadas es que creo que hay que leer el acercamiento de Alfonsín con De Narváez: es un arreglo hecho por los radicales, sin grandes presiones del electorado, sino más bien es una decisión para las propias élites políticas. Las mismas élites le están dando al peronismo un lugar central para la gobernabilidad y dentro del sistema de partidos. El tema es a quién le confieren la responsabilidad de ser la principal oposición, y cuán sostenible se hace. Porque además, si bien hay una ciudadanía más compleja y variada conforme a lo que pasa en el mundo, a la hora de votar, lo hace por la gobernabilidad, por las garantías, vota o peronista o radical, y es en ese factor que no hay dudas de que el bipartidismo se sigue expresando”, resume Ollier.

Sobre ese punto, Malamud, sí refuerza la hipótesis de predominio peronista-radical

y asegura que en todo caso “el bipartidismo tiene base subnacional. Aunque a veces

parezca disolverse nacionalmente, el arraigo de peronistas y radicales en las provincias lo mantiene latente hasta la siguiente resurrección”.

Una línea de argumentación muestra que a medida que se baja en la estructura hay más equidad en el reparto de poder entre ambos, es decir, que el número de concejales tiende a ser más parejo que el de intendentes y mucho más que el de gobernadores. Ese arraigo local es condición sine qua non para la supervivencia boina

blanca aun después de grandes derrotas nacionales como la de 2003 que habrían hecho desaparecer a otro tipo de partidos como el socialismo o el Pro.

Para De Riz, si bien la opción radical no parece hoy tener la fuerza para hablar de un acercamiento al bipartidismo, sí puede erigirse como el eje sobre el cual se convoque

a un frente que haga de “contrapeso” al PJ. “Con los datos de las encuestas no se

puede afirmar que hay un bipartidismo, lo cierto es que hay dos ejes claros que se van

perfilando, el peronista y el radical, pero de ahí al bipartidismo hay una gran distancia.

El panradicalismo que se esbozara en las elecciones de 2009 se despedazó, y el peronismo con todas sus denominaciones se unifica. Hay una gran franja del electorado que no tiene representación hasta ahora en candidaturas, y se quedará huérfana pero si vota en contra del oficialismo no estará votando al partido radical de modo que esta polarización eventual no tiene futuro bipartidista”.

En esa línea, para Römer, hay un primer quiebre del bipartidismo en 1995 que produce la primera señal fuerte de alteración en su formato tradicional pos 1983. “La Argentina venía de un sistema político dominado fundamentalmente por dos partidos

mayoritarios y el Frepaso logra meter una cuña y ser una opción a nivel nacional. A

partir de ahí, y especialmente después de la efervescencia de la crisis de representación política hay una demanda muy fuerte de apertura y se produce una desagregación importante en el sistema de partidos, aunque esto comienza a dar señales de estar revirtiéndose. Hoy encontramos en la opinión pública un sector de la población que viene creciendo que vincularon la demanda de búsqueda de acuerdos y consensos como la mejor manera de dotar al sistema político de condiciones para el crecimiento y el desarrollo. La gente prefiere un sistema que tienda a la búsqueda de acuerdos y de alianzas tratando de conformar dos fuerzas mayoritarias que compitan entre sí y no un sistema de partidos fragmentados. Y esta segunda opción es con un polo alrededor de la UCR y otro del PJ”.

Ese es el esquema que durante los primeros años de la presidencia de Kirchner había en la cabeza de varios dirigentes del oficialismo, con los dos famosos polos de centroizquierda y centroderecha redibujando un sistema que desdibujara las identidades de PJ y UCR. Fue un mero ejercicio intelectual.

Recuadro:

Tres criterios para hablar de bipartidismo

Para determinar si hay bipartidismo suelen tomarse en cuenta tres factores: los resultados de las elecciones presidenciales, los resultados de las elecciones de diputados nacionales y los resultados de las elecciones de gobernadores.

En esa línea, Marcelo Leiras analiza uno por uno esos factores, teniendo en cuenta los

porcentajes alcanzados por los principales partidos: “El bipartidismo en la competencia

presidencial fue un fenómeno excepcional y efímero” en la Historia argentina reciente.

En cuanto a las elecciones de diputados nacionales, Leiras sostiene que “en los períodos más recientes esa medida de fragmentación ha oscilado en el mismo nivel, pero no porque el radicalismo haya vuelto a los niveles previos a 1995, sino porque el oficialismo peronista tiene un bloque muy grande y el resto de las fuerzas se dividen en una multitud de bloques pequeños. La UCR es segunda minoría, sí, pero muy lejos de la primera”.

¿Y qué pasa con las gobernaciones? “Sí, afiliados al radicalismo gobiernan el 17% de las

provincias, más o menos lo mismo que entre 1995 y 1999, pero el PJ gobierna casi dos tercios de las provincias”, precisa Leiras y se pregunta: “¿Llamaríamos a eso bipartidismo? Las reformas resultantes del Pacto de Olivos suelen interpretarse como un esfuerzo de los partidos mayoritarios para preservar el bipartidismo. No se qué hubiera pasado si no hubiera habido reforma. Por ahí, sin reforma el bipartidismo se

hubiera debilitado aún más pero, a la luz de los datos, incluso con la reforma, del bipartidismo no queda nada”.

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