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El encargado del boliche

31 marzo de 2015

(Columna de Luis Toneli)

El presidencialismo coalicional no manifiesta su fuerza en el gabinete sino en las relaciones entre el Poder Ejecutivo y el Congreso.

La cuestión del presidencialismo de coalición nuevamente está en boca de los politólogos argentinos. No se trata de otra mera moda fashion, de esas que de tanto en tanto atraen la atención endogámica de la ciencia política, sino de un problema crítico para nuestra democracia: dado el nivel de dispersión de las fuerzas políticas, si no se da algún tipo de coalición electoral opositora, la alternancia se convierte en una posibilidad en abstracto. Frente a la fragmentación de las fuerzas políticas, los dados están cargados para quien maneja los recursos estatales.

Obviamente, la constitución de una gran coalición electoral opositora no garantiza su triunfo. Incluso cuando el oficialismo tiene todas la de ganar, las fuerzas políticas no tienen ningún incentivo para pagar los altísimos costos que siempre presupone un coalition building y prefieren perder cavando trincheras defensivas en solitario, como sucedió en la larga década K.

Las coaliciones políticas han sido estudiadas en extenso en los parlamentarismos, en los que la constitución de un gobierno depende de reunir una mayoría de escaños y su estabilidad de que no se forme una mayoría alternativa. El punto clave aquí es que, en los regímenes parlamentarios, la coalición electoral se replica con matices pero sin solución de continuidad en una coalición de gobierno.

Los presidencialismos “coalicionales”, sin embargo, exhiben una mecánica completamente diferente. Una coalición electoral no está ligada funcionalmente al armado de una coalición de gobierno por dos motivos: en primer lugar, es el Presidente el que decide formalmente quienes son sus colaboradores. Obviamente, todo dependerá del poder presidencial relativo y, dentro de esos límites, de la voluntad presidencial de incluir/excluir a quienes integraron la coalición electoral (coalición intrapartidaria/coalición extrapartidaria). En segundo lugar, el gabinete presidencial no se forma a partir de los integrantes del Congreso (y más aún, en muchos casos, se considera no cumplir con el mandato electoral específico que un diputado o un senador pida licencia a su banca para asumir un cargo en el Gobierno). Constitucionalmente, el presidente puede nombrar a quien se le antoje.

Pero lo que es más importante, la duración del gobierno no depende de la existencia de una coalición mayoritaria y siquiera de la existencia de una coalición mayoritaria opositora, ya que el mandato presidencial está fijado constitucionalmente. En el límite, la estabilidad “institucional” de un gobierno presidencial depende de la conformación de una coalición hipermayoritaria opositora ?que le habilite los 2/3 necesarios para el impeachment-. Por experiencia sabemos de sobra por estos lares que la persistencia de los presidencialismos depende de factores fácticos antes que institucionales; ningún presidente en la Argentina fue destituido por juicio político.

Por cierto, a nadie se le ocurriría considerar al kirchnerismo en el poder como un exponente del presidencialismo de coalición, pese a que el vehículo electoral haya sido un Frente (el FPV) y que él consigue la aprobación de las leyes gracias al auxilio de sus aliados. Más bien, la imagen política del kirchnerismo es la de un nucléolo político que desde el poder ejecutivo gerencia esas mayorías (integradas en su mayor parte por los peronistas, aunque también, entre otras especies, por legisladores que responden a gobernadores de origen radical devenidos los más fieles acólitos K). O sea, cooperación transpartidaria informal y ad hoc, aunque estable, no parece alcanzar para calificar a un presidencialismo como gobierno de coalición.

Si las coaliciones políticas pueden ser ex ante a las elecciones, o ex post a ellas, la teoría de las coaliciones en los parlamentarios se ocupa especialmente de su conformación posterior al resultado electoral. Las coaliciones ex ante (electorales) en los parlamentarismos se originan principalmente en sistemas multipartidarios que enfrentan una reforma electoral mayoritaria (como en el caso de Italia).

En cambio, el punto de partida para considerar a un presidencialismo como coalicional parecería ser el de la conformación de un acuerdo electoral entre dos fuerzas políticas que estén en similares niveles de relevancia política (ya sea, por su potencial electoral, o por su complementariedad funcional).

Luego, este acuerdo coalicional puede llevarse a la práctica de gobierno de muchas maneras, ninguna de ellas excluyentes, para que ese gobierno sea comprendido como fruto de la cooperación entre dos o más fuerzas políticas. Puede darse en la elaboración de un programa común de gobierno, en la integración de la fórmula presidencial, a nivel de conformación de listas de representantes comunes, en las reglas de distribución de las autoridades parlamentarias, en la integración del gabinete, en el modo en que comunican sus desafíos, políticas y amenazas.

Pero ni aún si el Presidente pertenece a una fuerza política y el jefe de Gabinete a la otra fuerza que integra la coalición presidencialista, ella se asemejará a la coalición parlamentaria. Una cosa es que los futbolistas jueguen al fútbol de once y otra es que jueguen al fútbol-tenis de a dos. Las fuerzas políticas enfrentan incentivos muy diferentes en uno y otro régimen de gobierno. No se puede demandar que un acuerdo electoral en Argentina se convierta automáticamente en la coalición entre el SPD y el FDP liderada en Alemania de los '70 por ¡Willy Brandt y Helmut Shmidt!

El lugar donde el presidencialismo coalicional manifiesta su fortaleza no es en el gabinete, si no en la densidad de las relaciones Poder Ejecutivo-Poder Legislativo, especialmente si se da una división de trabajo cooperativa entre las fuerzas que integran la coalición. Todo lo cual implica ni más ni menos, jerarquizar al Congreso, también el fortalecer el carácter federal de nuestro presidencialismo.

Por cierto, el Presidente tiene resortes poderosos como el aparato estatal y recursos económicos y siempre ha exhibido una tendencia concentradora: así como los “casados casa quieren”, puede decirse que los “presidentes presidencia quieren”. A lo largo de toda la nueva democracia argentina, los presidentes dedicaron ingentes esfuerzos por neutralizar a la inercia de su coalición electoral y poder conformar su propia coalición de gobierno, muchas veces aprovechando una crisis: Raúl Alfonsín promoviendo a Juan Sourrouille y su equipo, aparte de encumbrar a la Coordinadora; Carlos Menem a Domingo Cavallo, Fernando De la Rúa a Cavallo II (póstumamente), o la depuración general de Kirchner sacándose de encima a todos los pesos pesados de su cogobierno inicial con Eduardo Duhalde.

Todo esto tiene obvios efectos colaterales sobre muchas cuestiones importantes. El siempre perspicaz Andrés Malamud publicó en el estadista que el peronismo y el radicalismo siguen siendo los “patos vica” de la política argentina, cosa con la que estoy muy de acuerdo. Pero dada la centralidad de la Presidencia, el que se sienta en el Sillón de Rivadavia pasa a ser el “encargado del boliche”, el due- ño de la lapicera contratista y el que decide ?dentro de sus posibilidades- la música que se va a pasar (así como puede decirse que la ciudadanía es el accionista del establecimiento de marras y el Congreso, la asamblea de representantes de los accionistas).

Y entre los posibles escenarios que se barajan para las presidenciales de este año, está la posibilidad de que un candidato de la “nueva política” (con una cultura política incluso más distante de la UCR que la de los dirigentes del Frepaso), utilizando ese trampolín político peculiar creado por la Constitución del '94 que es la CABA, llegue a la Presidencia gracias a un acuerdo electoral. Que de allí pueda surgir un “presidencialismo” sustentado en las “coaliciones concéntricas” de las que habla Marcelo Stubrin, demandará de liderazgos convergentes, de voluntad acuerdista, de muñeca política, y de mucha creatividad (virtudes que, hasta ahora y auspiciosamente, se han hecho presentes en el armado de este nuevo acuerdo).

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