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O país mais previsível do mundo

16 octubre de 2014

Brasil no es para principiantes, decía Tom Jobim. Pero complejidad no es

impredictibilidad.

Hace unas semanas, parvas de analistas trompeteaban la volatilidad brasileña. Algunos veían a Dilma ganando en primera vuelta, otros pronosticaban la victoria de Marina en la segunda, todos daban a Aécio Neves por muerto. Volátiles resultaron sus vaticinios. Brasil sorprende en fútbol, no en política.

Si Dilma Rousseff es reelecta el 26 de octubre, el programa Bolsa Familia se mantendrá. Y si no, también. A pesar del efímero huracán desatado por un avión, estas elecciones repiten un padrón reiterado desde 1994. Y lo hacen por dos razones. La primera es que la democracia brasileña está consolidada o, visto de otro modo, bloqueada: no cae, pero tampoco cambia. La segunda es que las elecciones en América Latina están más influenciadas por factores internacionales que por factores locales, cuyo corolario es que quien gobierna no hace mucha diferencia. Si algo cambia en Brasil, difícilmente será por el resultado.

En los últimos veinte años, el sistema político brasileño desarrolló tres constantes: multipartidismo en el Congreso, bipartidismo en la presidencia y coaliciones en el gabinete.

La enorme cantidad de partidos representados en el Congreso no es trivial: de hecho, Brasil tiene el parlamento mais fragmentado do mundo. El número efectivo de partidos es superior a diez, lo que equivale a tener diez bloques parlamentarios con 10% de las bancas cada uno. En la práctica, el gobernante Partido de los Trabajadores no supera el 17% en la Cámara de Diputados ni el 15% en el Senado, donde es superado por el PMDB. Este último carece de ideología, es el heredero de la oposición permitida durante el régimen militar y está aliada al PT, que lo premia con la vicepresidencia y ministros. Pero aún con esta alianza el quórum queda lejos. En consecuencia, la construcción de una mayoría legislativa para aprobar los proyectos del Ejecutivo requiere la compra de muchas voluntades ? literalmente?. Que la gobernabilidad sea posible no significa que sea gratis. La fragmentación partidaria se extiende por el territorio, donde 27 estados son gobernados por seis partidos diferentes. El PT sólo controla cinco.

Paradójicamente, en las presidenciales el país ha sido bipartidista desde la primera elección de Fernando Henrique Cardoso, el padrino político de Aécio. Desde 1994, dos partidos se alternaron en el primero y segundo lugar: el PT y el PSDB. El partido más grande, el PMDB, no presenta candidatos pero acostumbra incluir a uno de sus hombres como vicepresidente en la fórmula de alguno de los otros dos. Cuando su aliado es derrotado, no tiene complejos en correr en auxilio del vencedor. La competencia estadual (provincial) también es cruzada y confusa: el partido de Marina, por ejemplo, apoyó a candidatos a gobernador del PT en algunos estados y del PSDB en otros, a pesar de enfrentar a ambos partidos por la presidencia. La foto de Gerardo Morales con Massa sería, en Brasil, rutinaria.

La combinación de fragmentación parlamentaria con bipartidismo presidencial se manifiesta en una fórmula de gobierno llamada presidencialismo de coalición. Los brasileños adaptaron al presidencialismo una práctica típica del parlamentarismo y la exportaron a toda la región, aunque a Argentina llegó sin las instrucciones de uso. La fórmula, sin embargo, tiene contraindicaciones y efectos secundarios. El más visible es un gabinete sobredimensionado y loteado, que en este momento incluye a 39 ministros de diez partidos. La consecuencia es un país que se gobierna pero no se reforma, porque el presupuesto alcanza para pagar políticos pero no políticas.

Aunque parezca imposible, la distribución de cargos que surge de la elección del domingo augura más fragmentación. En la Cámara de Diputados, el número efectivo de partidos se elevará a 12. El PT tendrá el bloque más numeroso, con 70 legisladores sobre 513: menos del 14%. En la cámara alta, de los 27 senadores en disputa el PT logró? dos. El partido mayoritario seguirá siendo el PMDB, que con su 20% en el Senado será fundamental para gobernar con Dilma o con Aécio, o viceversa.

Si Dilma es reelecta, la razón será que la economía brasileña está parando pero todavía no está cayendo. Sin embargo, las perspectivas son negativas. Quienquiera gane las elecciones enfrenta un periodo de crecimiento débil, alta inflación y crecientes demandas sociales. Porque Brasil es tan previsible que periódicamente repite sus milagros cortos y los salpica con estancamientos prolongados.

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