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La ilusión de la revolución de las urnas

02 octubre de 2014

Hubo varios intentos frustrados de hacer llegar a la Presidencia sin estructura partidaria ni arraigo territorial. Ahora, Massa y Macri vuelven a intentarlo.

Desde la democratización en 1983, tuvimos siete elecciones presidenciales en Argentina y en pocos meses tendremos la octava. Con excepción de la peculiar elección de 2003, en todas ellas los candidatos vencedores se impusieron con resultados mayoritarios y con una propuesta estructurada a partir de uno de los dos partidos verdaderamente nacionales con que cuenta nuestro país: el peronismo y el radicalismo.

No obstante, todas estas elecciones contaron con actores de reparto de gran protagonismo. Se trata de las terceras fuerzas, o la nueva política: los candidatos que, a partir de partidos pequeños y más jóvenes, pretendieron romper los cimientos más profundos de la política argentina y llegar a la Presidencia a partir de una campaña extraordinaria. En el archivo de esos esfuerzos, tenemos al Partido Intransigente de Oscar Alende, la Ucedé de Alvaro Alsogaray, el Modin de Aldo Rico, la Acción por la República de Domingo Cavallo, Recrear de Ricardo López Murphy, y el ARICC de Elisa Carrió.

Esta última fue la más exitosa del grupo, ya que fue la única que compitió en dos elecciones presidenciales consecutivas, con resultados competitivos, y la que mayor porcentaje de votos alcanzó de todos ellos, en 2007. Gran protagonismo, decíamos, porque muchos de ellos jugaron un papel importante en lo programático. Llevaron adelante las ideas clave de la campaña, aunque luego fueron otros, los ganadores, quienes se las apropiaron. Había una gran expectativa en ellos, sobre todo en los centros urbanos.

En perspectiva, uno puede preguntarse acerca de los fundamentos de esa ilusión. ¿Cómo pretender ganar una elección presidencial, y luego gobernar, en un país extenso y federal, sin un partido político implantado en todo el territorio? Pero en aquellos momentos se sentía real. Nuestro sistema produce la creencia en esa posibilidad, pese a toda la evidencia histórica, y varios políticos toman malas decisiones por culpa de ella.

Si todo indica que gana las elecciones quien cuenta con la más amplia coalición nacional, pretender hacerlo sin ella y solo a partir del motor de una candidatura atractiva es como apostar mi ficha a un pleno de la ruleta, mientras los grandes partidos tienen un montón de fichas y juegan a color.

Podrían haber invertido sus recursos y esfuerzos en construir primero un partido nacional, que en nuestro país es sinónimo de gobernar provincias y municipios, tras ganar elecciones locales. Pero prefirieron creer que la revolución de urnas, la gran sorpresa desde arriba, era posible. En esta campaña que aún no comienza, hay dos partidos sin candidato, y dos candidatos sin partido nacional. Mauricio Macri y Sergio Massa podrían ser las nuevas versiones de esa ilusión.

Pero parecen algo más realistas que sus antecedentes. Alsogaray, López Murphy o Carrió jamás quisieron ser candidatos a intendente o gobernador, aunque ese era el camino lógico hacia la presidencia. Macri, en cambio, se negó varias veces a tirar el pleno presidencial, y prefirió ganar las elecciones porteñas y gobernar la CABA. Había aprendido la lección territorial. Luego, no dio en el clavo con el armado nacional. Por eso, pese al canto de sirenas de las encuestas de instalación, si es consecuente con su prudencia pasada Macri no querrá ser candidato presidencial sin una alianza partidaria sustentable, y hoy la posibilidad es con el radicalismo.

Massa, en cambio, hoy se parece más a estos casos del pasado, al proyectar su candidatura más sobre la oportunidad que en base a los recursos disponibles. Su idea original, que era quedarse con una buena porción del PJ, hoy es menos clara. Massa sería un fuerte candidato a la gobernación bonaerense, pero si pierde la presidencial, su futuro ?y el de su partido? es incierto.

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