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La tiranía está en el ojo del gorila

02 octubre de 2014

Tal como Hillary durante el gobierno de Bill Clinton, la emergencia de Máximo Kirchner hiere la sensibilidad de mucha gente

Cristina Kirchner es un peligro para la República. Esposa y heredera de un ex presidente, fue reelecta y quiere volver a serlo. Y si no puede, su hijo aspira a sucederla. Su hija le entregó la banda presidencial. Su cuñada es ministra. El Congreso es una escribanía del Ejecutivo. La Justicia y el Consejo de la Magistratura están disciplinados o comprados. Y la prensa vive bajo amenaza.

No hace falta estudiar la tragedia de Weimar para anticipar el desenlace. Hay casos recientes de gobernantes que, por atornillarse en el poder, destruyeron las instituciones y acabaron con la democracia.

Para muestra basta la primitiva Europa:

-El desdichado Silvio Berlusconi gobernó durante tres períodos no consecutivos. Así y todo, sumó 10 años en el poder.

-Tony Blair gobernó durante tres mandatos, un total de 10 años.

-Margaret Thatcher, tres mandatos y 11 años.

-François Miterrand, dos mandatos y 14 años.

-Felipe González, cuatro mandatos y 14 años. Helmut Kohl, cuatro mandatos y 16 años.

Y todos sus países se hundieron en el autoritarismo. Pero el continuismo no es la única acechanza que pende sobre la República. También el nepotismo y la sucesión dinástica la asedian. A diferencia de la monárquica Europa, estas pústulas son propias del incivil continente americano:

-Dos Bush, padre e hijo, presidieron Estados Unidos durante 12 años.

-Dos Adams, padre e hijo, lo hicieron durante 8.

-Y dos Roosevelt, tío y sobrino, durante 20. Entre ambos ganaron seis elecciones presidenciales.

-En la República de Chile dos Frei, padre e hijo, sumaron 12 años en la presidencia.

-Cuatro integrantes del clan Batlle gobernaron la República Oriental del Uruguay durante 22 años. Esta tradición familiar se desplegó en tres siglos diferentes. ¡Bolivarianos!

Ante el riesgo de transformarnos en alguno de esos países, un tradicional diario argentino publicó hace pocas semanas una editorial en fascículos: la tituló Argenzuela. En una oda al desatino, desgranó similitudes políticas y familiares entre las dos naciones sudamericanas. Es cierto que, con reluctancia, reconoció diferencias. Pero el escrito destila pasión antes que reflexión, propaganda antes que análisis. Se ve que el chavismo lo inspira.

Pablo Gerchunoff fue uno de los primeros en salir al cruce de esa estrategia de crítica. Jocoso, afirma que “el kirchnerismo es suficientemente malo. El calificativo chavismo está equivocado y confunde” . Y agrega que, aunque disguste a propios y ajenos, el kirchnerismo es demasiado liberal como para transformar al país en la malquerida Venezuela.

Tiene razón, pero se queda corto. La matriz política del peronismo es, desde 1983, mucho más liberal de lo que se acepta. El peronismo es liberal porque, aunque enfocado en lo social, su dinámica interna es profundamente individualista: la decisión de liderar, de alinearse o de traicionar está en cada uno. Parafraseando a Talleyrand, cual se elija es una cuestión de tiempo. Y la cultura peronista también es liberal por ser transgresora y pragmática, por admitir que alterar, torcer o contornar las normas es la regla, por celebrar a los innovadores que conducen al poder y dejar de celebrarlos cuando lo pierden. Saadi, Cafiero, Menem y Duhalde tuvieron todo y se les escurrió en vida. ¿Por qué Cristina habría de seguir otro destino? Quizás Néstor termine siendo el único peronista que, como el fundador, dejó este mundo antes de dejar el poder.

Si los gemebundos republicanos argentinos exageran la amenaza autoritaria, entonces: ¿cuál es el problema? Para los politólogos es la falta de equilibrio. El quid no reside en el 54% de Cristina sino en el 17% del segundo.

Para “la gente”, el problema son las alternativas. Tal como la democracia para Churchill, esto que hay puede ser malo pero todo lo demás fue peor. Y para los políticos el problema es no ser peronistas. Muchos ya descubrieron cómo resolverlo.

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