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Cuartos, tercios y ahora mitades

19 septiembre de 2014

(Columna de Luis Tonelli)

La apuesta de Scioli es polarizar con el no peronismo aun cuando eso puede enajenarle el voto de algunos segmentos del electorado

A un año de que se realicen las elecciones PASO, comienzan a develarse las estrategias que candidatos y fuerzas políticas están desarrollando con el fin de conseguir mejorar su posicionamiento pre-electoral.

Comenzar por el oficialismo kirchnerista significa enfrentar la paradoja de parecer decidido a no presentar candidato propio. Al estar imposibilitada la Presidenta de buscar la re-reeleccción, ninguno de sus colaboradores está en condiciones de tomar la posta de su liderazgo. Los más allegados no tienen potencia electoral; los que sí la tienen, no pertenecen al núcleo kirchnerista. Y, por supuesto, está la cuestión política tan esencial de que elegir heredero significa abdicar. Y Cristina Fernández quizás quiera imitar a su par transandino, Michelle Bachelet, ilusionándose con la vuelta.

Frente a esta ausencia, es el peronismo oficialista, conducido todos estos años por el kirchnerismo, el que se dispone a pelear por la presidencia, intento liderado por sus gobernadores más importantes. Es este peronismo, que se encolumna detrás de la candidatura de Daniel Scioli, la que enfrenta diversos desafíos electorales. Uno, y no menor, es la necesidad de heredar el voto kirchnerista pero diferenciándose del Gobierno Nacional, justo en momentos en que los problemas económicos arrecian.

Desde el comienzo mismo de su asociación con el kirchnerismo, Scioli encontró la manera de resolver esta contradicción con una simple fórmula: demostrar una lealtad absoluta hacia Kirchner y Cristina, y simultáneamente y por hacer esto, exhibir una moderación que contrastaba explícitamente con el estilo confrontativo presidencial. El problema para Scioli es que esa actitud fue simplemente copiada por el resto de los candidatos, que también levantaron la bandera de la “buena onda” y el “consenso”, interpretando también el hastío de la opinión pública con el estilo K. Por lo tanto, el gobernador concentró sus esfuerzos por llevar al “peronismo otra vez a la victoria”, aunque perdiendo un tanto su capacidad por convocar a los independientes.

En tren de las efectividades conducentes, hace dos semanas tuvo lugar en la gobernación de Buenos Aires en La Plata una cena que reunió a la flor y nata de los gobernadores peronistas (José Luis Gioja, de San Juan; Gildo Insfrán, de Formosa; Eduardo Fellner, de Jujuy y presidente del PJ) sumándose el díscolo José Manuel de la Sota, de Córdoba, y al sempiterno operador peronista Juan Carlos “El Chueco” Mazzón. La reunión fue convocada con la consigna de que sólo un peronismo unido podrá enfrentar con éxito el proceso electoral del año que viene. Claro está que está hipótesis de trabajo, fogoneada por “El Chueco” Mazzón, choca con un problema no menor: que Massa debe avenirse, de mínima, a jugar dentro de la interna del Frente para la Victoria y de máxima cambiar su candidatura presidencial por la de gobernador (como dijo uno de los asistentes a la reunión, “Massita no puede saltar del preescolar a la universidad”).

La condición necesaria para que se de siquiera la posibilidad de que el ex intendente de Tigre asuma tan traumática decisión es que ya haya sufrido previamente un trauma que muchos anuncian pero que todavía no se comprueba: su caída abrupta en las encuestas. La apuesta de Scioli es, entonces, polarizar con el no peronismo, para lograr que el peronismo oficialista se fagocite al renovador. Aquí, el Pacto de Olivos ayudaría y mucho, al establecer que con 40% de los votos positivos, y llevándole 10 puntos de ventaja al segundo, uno se convierte, automáticamente y sin necesidad de segunda vuelta, Presidente.

La erosión que provocaría hipotéticamente este “llamado a la unidad peronista”, debería también debilitar al massismo en su costado “no peronista”: presumiblemente, ese voto es atraído por la candidatura de Massa, si y solo si, se erige como seguro ganador del peronismo oficialista.

Pero un Macri en ascenso podría ser un imán más atractivo para ese voto estratégico y antikirchnerista. Obviamente, la unidad peronista es muy difícil, ya que Massa incluso en el caso de perder el primer puesto en las encuestas, puede perseverar en ser candidato para invertir en su ambición presidencial a futuro. Y además, para ser ganadora exige la fragmentación de las fuerzas opositoras: o sea, el PRO y UNEN cada uno por su lado y en direcciones ideológicas opuestas.

Sin embargo, la cuadratura del círculo no peronista está siendo resuelta con un pragmatismo que no tiene nada que envidiarle al peronismo: a nivel gobernación e intendencias las fuerzas no peronistas están encontrando la forma de amalgamarse para ser competitivas, como pasó en la localidad cordobesa de Marcos Juárez donde la coalición PRO-UCR se impuso al peronismo dividido.

Todavía falta un año, y se verá en que medida estas estrategias se depuran en su éxito o fracaso. Pero quienes están dando por sentado que por primera vez habrá segunda vuelta para decidir la Presidencia tendrían que empezar a considere un escenario en donde las PASO orientan el voto estratégico y funcionen ellas mismas como primera vuelta, no siendo necesario el balotaje. Se ha hablado mucho de que el sistema político argentino se divide hoy en cuatro cuartos (peronismo kirchnerista, peronismo renovador, nueva derecha y progresismo), hipótesis sustentada por los miembros de UNEN que no quieren una coalición con el PRO, o en tres tercios (peronismo, no peronismo y antiperonismo). También están quienes apuestan a que sea la vieja hechura de la política argentina la que finalmente termine prevaleciendo, generando un sistema de dos polos.

Que las tres hipótesis sean de algún modo plausibles es un hecho que habla por sí solo de la insoportable levedad de la actual política argentina.

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