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Cuando un gobierno se va

05 septiembre de 2014

Multiperonistas y panradicales se enfrentan en cuatro fases electorales. Cambian las reglas pero no los actores.

Como un amigo, todo gobierno que se va quiere dejar un espacio vacío. Para que se note su ausencia y para volver a ocuparlo. Pero la política tiene horror al vacío, aducen los aspirantes a llenarlo. En la Argentina son varios los que aspiran. Y eso pese a que, recuerda el Coronel Gonorrea, el kirchnerismo tiene las trompas ligadas. O quizás por eso.

Las elecciones de 2015 serán muchas y encadenadas. El premio mayor se elige en la final. En el precalentamiento, los partidos se enfrentarán en elecciones provinciales donde se verá cómo están parados. Después vienen las primarias, que son eliminatorias y dejarán a la mayoría en el camino. Sigue la primera vuelta de las presidenciales, semifinal que clasificará a sólo dos candidatos. El campeón saldrá de la segunda vuelta.

Concentrémonos en las primeras tres etapas, que antes de llegar a la última habrá goleadas inesperadas. Las elecciones a gobernador son importantes por dos motivos. En primer lugar, crean expectativas y marcan tendencias. La derrota del radicalismo en sus feudos de Catamarca y Río Negro anticipó la debacle nacional frente a Cristina en 2011. Pero además, las gobernaciones son semilleros de candidatos presidenciales y bases de apoyo del gobierno federal, por lo que un partido sin gobernadores?no es un partido y no gobierna.

El desdoblamiento del calendario electoral permitirá vislumbrar si hay algo más que peronismo en el horizonte. Si el radicalismo recupera un puñado de gobernaciones antes de iniciar la etapa siguiente, hay partido. La lupa estará sobre Catamarca, La Rioja y Tucumán, aunque una plausible victoria de, por ejemplo, Martín Lousteau en la Capital alteraría radicalmente el escenario nacional.

Por lo imprevisibles, las primarias constituyen la vuelta más fascinante de la carrera. Cuatro espacios se dividen la intención de voto. Su desempeño dependerá de dos factores: la situación económica y la variedad de candidatos. Si la situación económica se equilibra hasta mediados de 2015, resultarán favorecidos los dos oficialismos: el kirchnerismo nacional y el macrismo porteño. Los perjudicados por una economía ordenada serán el massismo y UNEN, según aquel proverbio andreottiano de que el poder desgasta?a los que no lo tienen. Pero si la economía colapsa, los candidatos del gobierno caen y los de la oposición suben, incluso si son radicales. Eso, claro, salvo que la situación sea tan desesperante como para requerir un piloto de tormentas, en cuyo caso el peronismo en sus múltiples versiones se transforma en proveedor monopólico.

El segundo factor relevante es la variedad de candidatos. Cuantos más, mejor. Mientras UNEN y el kirchnerismo salen con ventaja, fuerzas unipersonales como PRO y el Frente Renovador están condenadas a primarias sin atractivo. Para resolverlo pueden reclutar a algún caudillo provincial que se ofrezca para enfrentar al líder y simular competitividad. Al parecer, De la Sota y Rodríguez Saá no le hacen asco al simulacro. Componiendo los dos factores, si la economía aguanta el Gobierno llega a las primarias mejor posicionado que los demás, y el Frente Renovador peor. Los demás se ubican en la mitad de la tabla, cada uno con una ventaja de la que el otro carece: diversidad de candidatos en UNEN, un gobierno que mostrar en el PRO. Pero si la inflación no mengua y el desempleo se dispara, la situación puede invertirse. Un derrumbe total no le conviene a nadie, aunque perjudicaría menos al pescador de Tigre revuelto. Todos los demás quedarían pegados con uno u otro colapso económico.

En la semifinal, cuatro candidatos pelearán por llegar al balotaje. Con Macri y Massa definidos y aburguesados, la pimienta correrá por cuenta del kirchnerismo y de UNEN. En el primero Scioli sigue tomándose un cafecito, aunque el gobierno insiste en negarle el azúcar. Los demás gobernadores no miden, y Randazzo amenaza con terciar pero sus chances penden de un motorman. En UNEN convergen los dos partidos centenarios de Argentina, cuyo arraigo en el territorio (gobernaciones e intendencias) asegura movilización y fiscalización. A ellos se suman Cassandras y progresaurios que mejoran la capacidad electoral tanto como reducen la de gobierno. Nunca tan merecida la etiqueta de panradicalismo. Y nunca tan vivo el espíritu de los partidos tradicionales, aun si temporariamente revuelto en cada uno de los cuatro espacios.

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