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La brutal geopolítica del dólar

03 febrero de 2014

En la Argentina, la fuga al dólar se produjo con independencia de los lineamientos de los diferentes “modelos”

Una y otra vez, la cuestión cambiaria se convierte en el talón de Aquiles de la gestión macroeconómica argentina. Esto se da con independencia de los lineamientos de los diferentes “modelos”: nuestra moneda se aprecia, se produce la fuga al dólar, el Tesoro se desfinancia y el tipo de cambio se convierte en la herramienta de corrección macro. Este proceso traumático produce grandes ganadores y perdedores, con tremendas transferencias de unos a otros. El que esto se haya dado, en los últimos treinta y cinco o cuarenta años, bajo diferentes orientaciones de política económica, y siempre con los mismos resultados, sugiere que la teoría económica no tiene todas las respuestas a este enigma. Todas las políticas económicas que conocimos parecen contener los incentivos para la fuga de divisas por parte de los grandes agentes económicos.

Hablar del dólar y las monedas globales parecería ser un asunto de economistas, pero también puede abordarse desde la perspectiva del poder mundial. Hay una moneda global, el dólar, que en rigor es la única que puede ser considerada como tal. Hay otras dos, el euro y el yen, que se utilizan intensamente fuera de sus áreas de origen; el resto, al decir de algunos autores, son “monedas territoriales”.

Pero el dólar claramente supera a las otras dos. Más del 80% de las transacciones comerciales internacionales se hacen en esa moneda. El 54% de los depósitos bancarios del mundo se hace en dólares. Es la unidad de cambio, de cuenta y de atesoramiento de la economía global. Si existe algún tipo de competencia, proviene de la transnacionalización de las monedas en Europa y Asia-Pacífico, que buscan fortalecer sus áreas monetarias pero no confrontar con la famosa Reserva Federal. Estados Unidos, indudablemente, obtiene ganancias políticas y económicas de este liderazgo indiscutido.

Mientras tanto, la política económica de los últimos años se ha planteado una meta de desdolarización (ya antes, la convertibilidad había planteado una dolarización). Uno de los fundamentos es que la dolarización forma parte de un sistema cultural, instaurado por el neoliberalismo a partir de 1976. De ahí lo de la “batalla cultural” que se propone dar. Pero si bien es cierto que la dictadura y la dolarización coexistieron, no lo es tanto que el origen haya sido una opción propia de la Argentina. Confrontar con su primacía parece como un desafío demasiado difícil para un país emergente mediano, y en soledad.

La Argentina comenzó a imprimir su propia moneda en el Siglo XIX y en los inicios de la globalización, en la década del '70 del Siglo XX, se profundizaron varios procesos de desterritorialización monetaria, como la llama John Agnew: el uso creciente del dólar para transacciones internas (como las propiedades), el surgimiento de las monedas regionales, el dinero electrónico. Todos estos fenómenos, como sabemos, tienden a incrementarse. La globalización de las monedas refleja la vanguardia de las relaciones de poder político.

Una característica muy conocida por nosotros es que esta hegemonía es una referencia contra la desvalorización monetaria local. Los actores se refugian en la moneda global cuando hay inflación. La desdolarización, lejos de ser una batalla cultural interna, es una quimera geopolítica. El único instrumento conocido contra la primacía de la moneda global es el desarrollo de una moneda de alcance regional que permita limitar su influencia en nuestra área. Cuando emergió este nuevo régimen monetario internacional, la Argentina conoció una nueva forma de periferia. Ahora, lo único que tiene a mano es la posibilidad de un peso del Mercosur. Pero una vez que Brasil desistió de esa idea, hace ya dos años, la Argentina debió aceptar que la batalla contra el dólar estaba perdida.

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