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El fin de ciclo se acerca: es en 2019

01 noviembre de 2013

El lunes 28 de octubre, por una vez, Página/12 informó mejor que Clarín y La Nación. La aristocracia porteña no aprende a leer el país.

Los grandes medios amanecieron la semana regocijados. “El país votó por un cambio” y “otro fuerte voto castigo al Gobierno”, titularon. “Massa arrasó y se abre una nueva etapa política”, se refocilaron. Todo mezclado, mucho equivocado. Primero, “el país” no votó. Hubo veinticuatro elecciones provinciales, no una nacional. Que Mauricio Macri o Sergio Massa quieran ocultarlo es inteligente, pero que analistas veteranos se coman el amague lo es menos.

Segundo, no se votó por mucho cambio. En diecisiete de los veinticuatro distritos ganó la lista del gobernador. La mayoría de las elecciones revalidó al oficialismo local. No hubo voto castigo para los gobernadores kirchneristas de Entre Ríos, Chaco o Santiago ni para los opositores de Corrientes, Neuquén o San Luis. Los resultados ratificaron más gobiernos de los que castigaron.

Tercero, si hubo electores que votaron por el cambio, no está claro hacia dónde quieren cambiar. En las siete provincias en que perdió el oficialismo local, los triunfadores fueron el Frente para la Victoria (Tierra del Fuego), el peronismo disidente (Buenos Aires y Chubut) y el radicalismo (Mendoza, Santa Cruz, Catamarca y Jujuy). El cambio es politeísta y sus adoradores son idólatras.

Cuarto, la “nueva etapa política que se abre”? es parecida a la anterior. El Frente para la Victoria triunfó en doce provincias (incluyendo a Salta en la categoría senadores) y salió segundo en ocho. El radicalismo con sus aliados socialistas y lilitos ganó siete, su promedio desde 1983. Los peronistas con remordimientos ganaron cuatro, y el Movimiento Popular Neuquino prevaleció en la que gobierna? también desde 1983. Más importante: el Gobierno Nacional mantuvo el quórum propio en ambas cámaras del Congreso. Si el voto castigó a alguien, las instituciones no se enteraron. El FpV arrasó en senadores, acopiando catorce sobre dieciséis posibles: sólo perdió uno en Neuquén y dos en Capital, pero compensó la derrota de Filmus con una tercera banca amañada en Santiago del Estero. El gran fracaso en esta categoría fue del radicalismo, que sumó cuatro derrotas sobre cinco bancas expectables. Más allá de sus victorias en provincias importantes como Mendoza o simbólicas como Santa Cruz, la ineptitud de la UCR en la elección de senadores tornó impracticable la unificación de una alternativa nacional.

El Gobierno enfrentará oposiciones bilaterales, lo que le facilitará el final del mandato. Contra la vulgata predominante, el resultado bonaerense no es lo más relevante. Quien sólo cuenta votos en lugar de bancas comete una negligencia populista, avasalla al federalismo electoral y legitima a las masas por sobre las instituciones. Es un error trillado llamar populista al gobierno de los Kirchner, pero el Frente para la Victoria venera la organización y la ideología: es la antítesis del populismo.

Al contrario, muchos críticos republicanos endiosan a “la gente” y desdeñan a los partidos, en una operación que los italianos llaman qualunquismo. Oír a Macri candidateando a “mi primo” en una frase y criticando el nepotismo en la siguiente inspira ternura. La familia es lo primero, pero administrar el poder requiere partidos. Néstor y Cristina lo entendieron, Mauricio menos. ¿Y Sergio? La respuesta es afirmativa, y por eso su futuro político está anclado en el peronismo. Que, si lo lleva al poder en 2015 junto con Lavagna, Peirano y Redrado, no habrá concretado la alternancia sino la sucesión ?aunque Jorge Lanata no entienda la diferencia?.

Con alta probabilidad, las próximas elecciones presidenciales serán ganadas por un candidato peronista que completará un ciclo de dieciséis años. Si es un gobernador o un ex ministro resulta indiferente: lo central es que coronará un período marcado por la reconstrucción política y el crecimiento económico.

En 2019 la oposición no peronista enfrentará, por fin, la oportunidad de la alternancia, y para eso necesitará plataformas territoriales. Si el panradicalismo quiere jugar con los adultos, en 2015 debe ganar las gobernaciones de Córdoba y Mendoza. Para lograrlo, Binner podría cumplir (con más coherencia y dignidad) la función que le cupo a Lavagna en 2007: fungir como candidato presidencial potable que proteja electoramente al radicalismo mientras éste se reconstruye en el territorio. Porque los diarios porteños, los primos y las cámaras de vigilancia no consiguen substituir a los partidos.

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