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El idioma del kirchnerismo

15 abril de 2013

(Columna de Lorena Moscovich)

Hay un idioma que la oposición no habla y que deberá aprender, o sumar traductores, si quiere competir con chances en las elecciones.

Con diez años en el poder, el kirchnerismo es más que un proyecto político electoral. Es una época. Hoy, la mayoría de los votantes vivieron gran parte de su vida adulta en los últimos diez años. Mamaron kichnerismo, se criaron en sus usos y costumbres. Adoraron a Messi. Compraron un plasma. Veranearon en Mar de las Pampas. Vieron cómo la Argentina se convertía en un país latinoamericano. Las chicas de Palermo se convirtieron en Amélie y los modernos en mendigos. Algunos amigos dejaron de verse. “Están muy fundamentalistas”, dicen unos de otros. En los barrios se sabe quién es el puntero, pero no muy bien a quién responde. Las organizaciones sociales llegaron para quedarse, y el paco también. Los argentinos vieron deteriorarse los servicios públicos y el transporte. Volvieron a las ciudades que los vieron partir, ahora prósperas. Estos votantes nunca tuvieron tanta plata y nunca les alcanzó para tan poco. Se acostumbraron a alquilar y a gastar, ¿ahorrar para qué? No saben mucho del futuro, ni de la inflación. Viven un poco a tientas.

Las chances de la oposición no peronista (la que carece de aparatos territoriales de movilización de votantes efectivos) dependen de que aprenda a “hablar” este idioma.

Hay factores demográficos y tecnológicos que deben considerarse. Dentro de los primeros está, por un lado, el envejecimiento saludable. Políticos, profesores e intelectuales no tienen fecha de vencimiento, dando lugar al virtuoso maridaje entre capacidad y experiencia. Este envejecimiento saludable convive con otro proceso. La mayor parte de las economías en desarrollo, y la argentina entre ellas, experimentan un aumento de la población económicamente activa en paralelo con una baja en la población dependiente. En cada casa hay más personas en condición de producir ingresos, hay una ventana de oportunidad para el ahorro y la inversión que, bajo determinadas condiciones, que describió José María Fanelli en una entrevista reciente con el estadista, puede implicar mayores niveles de crecimiento.

¿El bono demográfico podría ser también un bono electoral? De ser así, ¿la oposición estará en condiciones de aprovecharlo? El 71% del padrón tendrá entre 16 y 45 años en 2013: estas personas pasaron la mayor parte de juventud o vida adulta en el período kirchnerista. El 26% del padrón tenía entre 6 y 15 años en 2003 y otro 24% entre 16 y 25 años. Desde el punto de vista de la renovación de la élite política, el envejecimiento saludable, el rejuvenecimiento del padrón y los cambios en la cultura política entran en tensión. El oficialismo, como opción política, ha sabido capitalizar la experiencia vital de los jóvenes que crecieron en el kircherismo como época. Músicos, universidades, actores y críticos del poder se hicieron oficialistas.

A diferencia del período menemista, ser oficialista y/o militante comenzó a ser bien visto entre los jóvenes. Hoy en las mesas de las agrupaciones universitarias se pueden ver más estudiantes de primeros años que alumnos crónicos. La Cámpora era una agrupación en decadencia cuando falleció Néstor Kirchner. Su funeral catalizó un proceso cultural, social y demográfico, y terminó de signar el rejuvenecimiento de la política. Desconfiada de los cuadros tradicionales del PJ y reticentes a las grandes figuras que puedan hacerle sombra, desde el comienzo de su gestión Cristina se apoyó en su tercera línea o buscó colaboradores jóvenes. Cuando la fatalidad la dejó sin su compañero, pudo prescindir de algunos de los compromisos de su armado partidario, consolidando esa política de los sub 50.

Si el proverbio chino versa “un hombre tiene la edad de la mujer a la que ama”, la política argentina hoy tiene la edad de los cuadros y militantes que la abrazan con fe. La oposición no se hace eco de esto. Prueba de ello son la baja rotación de nombres entre sus principales referentes, la actitud reactiva frente a la agenda del Gobierno y la dificultad para proponer temas de discusión, y también para adaptarse a los nuevos hábitos de consumo y comunicacionales de los votantes. Hace veinte años que los nombres de la oposición no cambian. Son políticos experimentados, pero los políticos de su generación no manejan este código de época y tendrán menos chances de interpelar a este electorado kirchnerista.

El PRO es una nueva fuerza, sin embargo, no es visto tanto como un partido joven por su corta existencia como por la sensación de que las segundas y terceras líneas son más influyentes y capaces que sus principales referentes. Los políticos en general y la oposición en particular dan poca importancia a las redes sociales como medio de diálogo con los votantes y de operación política. Hermes Binner envió tarde su mensaje de Navidad vía Twitter el 5 de enero. Le puede pasar a cualquiera. El mensaje salió involuntariamente a destiempo. Solo diez días después, “Obvñzfhnhxds” fue el tweet en su cuenta. “Tenía el celular en el pantalón”, explicó. Le puede pasar a cualquiera pero no a un político que quiere ganar una elección.

En estos diez años hubo acceso masivo a Internet y en los últimos seis explotaron las redes sociales. En 2007 30.000 argentinos usaban Facebook y en 2013 el número asciende a más de 20 millones. Somos el país número doce en número de usuarios. Twitter tenía 1.000 usuarios en 2007 y hoy tiene 4 millones activos (6.500.000 registrados). Internet y las redes cruzan clases sociales: los que no tienen equipos en su casa visitan los locutorios del barrio. Pero no así a las edades: las redes son el territorio de los más jóvenes. Los políticos de la oposición que quieran llegar a esta generación de electores deberán tomarlas en serio.

Dentro del kirchnerismo como fuerza política las viejas prácticas conviven con las nuevas tendencias. Algunos de los jóvenes políticos kirchneristas tienen denuncias de violencia doméstica, como José Ottavis, otros son capaces de llamar “atorranta” a una legisladora de la oposición o matonear a un periodista que les hace una pregunta incómoda, como fue el caso de Andrés Larroque. El mismo proyecto que facilitó el matrimonio igualitario será el que siga obstaculizando los progresos en violencia de género y despenalización del aborto. Con relación a las redes, el intendente filokirchnerista de La Plata, el político sub 50 Pablo Bruera, probablemente haya cavado su fosa política cuando se descubrió que mintió en su cuenta de Twitter mientras la ciudad se hundía bajo el agua en la mayor crisis de su historia.

Sin embargo, el kirchnerismo dispone del aparato estatal y las redes territoriales, y puede darse el lujo de apelar a viejas y nuevas estrategias. Para la oposición no peronista esto no será un opción y tendrá que apoyarse en mayor medida en las estrategias mediáticas y discursivas para seducir al electorado.

No se trata de plantear una falsa dicotomía entre una gerontocracia y el “Diario de la guerra del cerdo”, de Adolfo Bioy Casares, sino más bien de reconocer que hay un idioma que la oposición no habla y que deberá aprender, o sumar traductores, si quiere competir con buenas chances en las próximas elecciones legislativas y, en particular, en las presidenciales.

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