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Buenos Aires y la suerte de la fea

09 abril de 2013

(Columna de Lorena Moscovich)

La política bonaerense es subsidiaria de la nacional, y el gobernador es vulnerable. La provincia más rica tiene una política pobre.

Muchos gobernadores bonaerenses pretendieron ser presidentes, pero muy pocos lo lo graron. ¿Por qué, salvo Bartolomé Mitre, ninguno logró capitalizar en votos su liderazgo político sobre la provincia más rica del país? Sería casi de sentido común que para asegurarse el éxito de su fuerza política, un presidente saliente se apoye en un sucesor que controla la provincia con el 40% del padrón electoral.

Claro está que, para el gobernador, contar con los beneficios del aparato del Estado Federal al servicio de una campaña electoral a nivel nacional sería una ventaja frente a cualquier adversario. Pero el sentido común es el menos común de los sentidos, y la relación entre el presidente y el gobernador bonaerense es, fue y será la historia de un amor inconcluso. Ni aun perteneciendo al mismo partido, el gobernador bonaerense será apoyado por el presidente por una sencilla razón: no precisa de él. El presidente puede obtener lo que necesita de la provincia sin su mediación.

Y si no es apoyado por el presidente, ¿cabe alguna posibilidad de que el gobernador bonaerense compita con éxito por esa posición?

El presidente apoya a los gobernadores que cumplen un rol decisivo en el intercambio entre recursos federales y favores políticos provinciales. Los gobernadores gastan más de lo que recaudan y todas las provincias completan más de la mitad de sus presupuestos con recursos de origen federal (y en algunos casos más de 75%), distribuidos tanto de en manera automática como discrecional. La moneda de cambio es el control sobre la política provincial.

Esto le asegura al presidente apoyo legislativo y electoral. El Congreso Nacional es una arena de refrendo de acuerdos políticos informales. Los legisladores responden con lealtad a los gobernadores, más que a sus partidos y que a los votantes. Los gobernadores controlan las ramas partidarias locales, usan los recursos públicos para reproducir sus maquinarias y deciden quién ocupa determinados lugares en listas y en el gobierno. Además, tienden a permanecer en el poder por más de un período de gestión y la competencia está acotada en muchos casos a una élite provincial con poco margen para la emergencia de liderazgos alternativos. Más aún: en las provincias las élites partidarias y económicas tienen fronteras difusas.

¿Qué es lo que hace más vulnerable al gobernador bonaerense? Buenos Aires es la provincia de los tercios: un tercio de las exportaciones del país salen de allí, aporta más de un tercio del PIB nacional y un tercio largo de los argentinos reside en su territorio. Próspera, también depende de los recursos federales y, aunque aporta el 40% de los recursos coparticipables, sólo recibe de vuelta el 20%. Todos los gobernadores bonaerenses reclaman por un aumento. Conciliador por definición, Daniel Scioli evitó tocar el tema en su primer discurso de apertura de sesiones legislativas. Pero no pudo sostener el silencio en el tiempo: las trasferencias de la Nación son prioritarias cuando la presión sindical sube al compás de la inflación.

La Presidenta dejó de respaldar su gestión y cortó las imprescindibles transferencias discrecionales a causa de su ambivalente relación con la oposición, sus ambiciones presidenciales y, principalmente, porque no lo necesita. Los conflictos y protestas bonaerenses tienen eco en todo el país. Los medios de prensa nacionales operan como medios locales reproduciendo y amplificando cada uno de los muchos problemas de la provincia.

Más de 3.200.000 de personas se mueven a diario a la Capital y forman, junto con los municipios del conurbano, el territorio metropolitano, sin gobierno, pero con enormes desafíos para el gobernador que no puede gestionar los problemas sociales, ambientales y urbanos que de esta fusión se desprenden. El gobernador bonaerense se expone a un mayor desgaste y es notable que Scioli mantenga una alta imagen positiva entre la ciudadanía. Pero buena imagen no es igual a intención de voto.

Otro grave problema para el gobernador que impide el control de su régimen subnacional es la fusión relativa entre la política federal y provincial. María Matilde Ollier habla de imbricación para subrayar este problema de fronteras. La intervención del Ejecutivo Nacional es una constante luego de la reforma constitucional de 1994 cuando, gracias a la eliminación del Colegio Electoral para elegir presidente, los intendentes de los municipios más poblados se convirtieron en actores de peso para el control de los votantes para las elecciones presidenciales.

Ministros y políticos federales tienen delfines en la provincia, lo que multiplica el número de candidatos vía colectoras. Un sinnúmero de organizaciones sociales también reciben y distribuyen recursos federales. Más aún: el sector agropecuario, que suele apoyar a la oposición, tiene mayor peso en la Legislatura provincial, haciendo más complejo para el gobernador llegar a los consensos necesarios para gobernar. Así, él no puede cohesionar a lac élite política bonaerense, y crear lealtades que eviten el surgimiento de desafíos y de competidores. Tan subsidiaria es la política bonaerense de la federal que de los últimos cinco gobernadores, uno ha sido vicepresidente, dos miembros del gabinete nacional y dos más han cumplido ambas funciones.

Si la escena federal es una plataforma para hacer política provincial, la provincia es una calle cerrada para quien quiere despegar a la presidencia. Siquiera Eduardo Duhalde, el más poderoso de los gobernadores bonaerenses desde la recuperación democrática, el único ex intendente, el que más recursos manejó y el que mayor control tuvo sobre su territorio, pudo capitalizar el caudal electoral y sólo fue elegido por una coalición legislativa con apoyo de la oposición en el marco de una crisis excepcional. El carácter subsidiario de la política provincial respecto de la federal se ve acentuado con la política radial de acuerdos kirchnerista.

Si desde 2003, con más intensidad que nunca, los presidentes puentean a los gobernadores haciendo pie en territorio con acuerdos bilaterales, derivando recursos y apoyando a más de un candidato, los gobernadores se han mostrado exitosos para resistir estos embates y mantener el control de la política provincial. En cambio, al gobernador bonaerense, desde mucho antes del comienzo del ciclo kirchnerista, la intervención de la Nación le embarra la cancha. Las provincias menos prósperas y pobladas, sobrerrepresentadas en el Congreso, son más influyentes en la política federal y sus gobernadores más poderosos en sus territorios.

Buenos Aires tiene potencial, pero le falta algo que sus pares tienen: el control. Es como una chica guapa que cada sábado vuelve sola a casa. Así como la suerte de la fea la linda la desea, Buenos Aires es una provincia rica con una política pobre.

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