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Cerca de la abundancia y lejos del desarrollo

10 diciembre de 2012

(Columna de Jorge Alvarez, director del iadepp)

Casi la mitad de la población argentina vivió exclusivamente en democracia y las estrategias políticas deben adecuarse a esa realidad.

Durante el transcurso del año próximo se cumplirán treinta años de democracia estable en nuestro país. Según indica el Censo 2010, cerca de veinte millones de personas nacieron a partir del año 1983. Por ende, crecieron y se educaron en el período democrático más extenso de nuestra historia, en el que expresar libremente las ideas, votar por los mismos u otros gobernantes y consagrar nuevos derechos han sido sus pautas de vida política. La mitad de la población ha vivido toda su vida en democracia. Ello implica una configuración diferente de la realidad; son generaciones que estudiaron o se iniciaron en la sexualidad con absoluta libertad y, a diferencia de sus padres, aprendieron a relacionarse con criterios menos represivos sobre su vida individual y, por ende, en su percepción colectiva.

La primera generación democrática de la Argentina vive en un país en blanco y negro que muestra su incapacidad para encontrar puentes de comunicación y diálogo entre sus opuestos, donde no importa el argumento sino quien lo sostiene. Como sociedad no hemos salido de la encrucijada de convivir con dos visiones predominantes. Por un lado, la mirada autoritaria siempre dispuesta a dejarse seducir por las respuestas efectistas y, por otro lado, la mirada republicana de otros sectores de la población, generalmente con un alto concepto de sí mismos, capaces de elaborados discursos sobre la democracia y el progreso pero incapaces de acompañar y entender la modernización social del país en un siglo que ya es vertiginoso.

Como en la Argentina del primer centenario, en la última década hemos transitado por un exuberante crecimiento económico gracias al sector primario. Pocas veces en nuestra Historia tuvimos una época de crecimiento económico sostenido tan prolongado para iniciar una modificación estructural del país y alcanzar el desarrollo tan mentado. La abundancia reciente nos ha hecho perezosos a la hora de construir futuro, optando por la picardía de consumir rápido, renunciando a la inteligencia de invertir en el largo plazo.

Al finalizar la actual administración federal, nuestro país encontrará, más allá de la espuma de los discursos, intacta a la estructura social de infraestructura. ¿ Acaso son mejores las rutas del 2012 que las del 2003? ¿Son muy diferentes los trenes y subtes existente a los que había en el año 2003? Atento al crecimiento de la inversión en educación, ¿hemos construido realmente una renovación del paradigma educativo acorde al Siglo XXI? Sobre el diseño demográfico, ¿se habrá federalizado la estructura territorial de nuestro país? ¿La concentración del 40% de la población en el 1% del territorio se habrá modificado? Es probable que enfrentemos como Nación una nueva oportunidad perdida. Nuestra dirigencia vive la ilusión eterna de grandeza, expresa liturgias, reivindica próceres y vocabularios de un país que vivió la represión política, la falta de libertad en su sexualidad, en las instituciones educativas y en las formas de relacionarse humana y políticamente, pese a que la mitad de la población ha vivido su vida entera en democracia.

Para quienes se estudiaron de memoria las respuestas que el Siglo XX exigía, la realidad les está cambiando las preguntas vertiginosamente y ellos no lo perciben. La nanotecnología, el dominio de lo híbrido en la producción de alimentos, la fertilidad teledirigida, la explosión tecnológica? en fin, el conocimiento indefinido son las huellas de un tiempo presente que exige nuevos paradigmas y mejor calidad institucional. Llegar al desarrollo como sociedad requiere una cultura de consensos que superen los tiempos de una administración o de un mandato y, por sobre todas las cosas, requiere de generosidad política y menos especulaciones.

Según hemos observado en los últimos años, claramente el problema de nuestro país no reside solamente en quienes gobiernan, sino en la incapacidad de quiénes aspiran a gobernar, preocupados por sus estrategias e incapaces de ofrecer propuestas que solucionen los problemas cotidianos de los ciudadanos. Si el kirchnerismo es criticado por su falta de diálogo y su intolerancia, los partidos integrantes de la oposición hay que reconocer que funcionan como un espejo. No dialogan entre ellos, ejercitan la intolerancia en la competencia en un juego de suma cero y constituyen un atentado a la necesaria alternancia del sistema democrático.

Cerca de la abundancia y muy lejos del desarrollo, aún estamos a tiempo.

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