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La Argentina y las potencias emergentes

02 noviembre de 2012

(Columna de Ezequiel Avila)

Nuestro país busca aceitar sus lazos con los emergentes y plantear una visión alternativa al sistema de poder mundial actual.

Ya no es novedoso afirmar que el mundo parece haber encontrado en los últimos diez años un nuevo motor que moviliza sus flujos comerciales, culturales y políticos. A la par del crecimiento demográfico y de la inclusión a la vida de consumo de grandes cantidades de personas, los precios de los alimentos han aumentado de manera exorbitante, se precisan nuevas fuentes de energía y se valora de manera creciente las mejoras en la productividad logradas mediante innovación en ciencia y tecnología. Con una clase media más extensa en países como China y Brasil y con nuevos sectores que acceden al consumo masivo como en la India o Rusia, ese nuevo motor, que un economista denominó BRIC, ha aumentado su participación en la economía mundial y sirve de pulmotor alterno en momentos en que los protagonistas tradicionales viven una crisis de gravedad inusitada.

Nuestro país no ha estado ajeno a esta reconfiguración del orden mundial y se ha visto beneficiado por el crecimiento en sus ventas de productos primarios al Gigante Asiático y por el fluido comercio de manufacturas de origen industrial y agropecuario con Brasil. Pero estos cambios en las variables de la economía no tienen efectos solamente en ese ámbito sino que estamos asistiendo a un impulso, desde los países emergentes, en pos de un cambio en el escenario político internacional, el cual incidirá en la política exterior argentina.

Se trata de una transformación que abarca dos dimensiones que tocan fibras sensibles de la actual distribución de fuerzas: la política y la seguridad internacional, por un lado y lo economía y el comercio, por el otro.

La primera incluye la discusión sobre la reforma en el Consejo de Seguridad, al tiempo que la segunda refiere a la financiación de proyectos de desarrollo y la regulación de las normas que rigen el comercio mundial. Los dos aspectos se corresponden con organizaciones internacionales clave: el Consejo de Seguridad (CS), el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM) y la Organización Mundial del Comercio (OMC).

Con respecto al primer punto, es válido resaltar que Brasil viene realizando un trabajo diplomático gradual en miras a ocupar un lugar permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Su campaña es vista con cierto recelo por otros líderes de la región como la Argentina y México, quienes preferirían que el lugar permanente sea para Latinoamérica y el Caribe en lugar de para un país en específico. Pero Brasil no está solo en esas metas puesto que se ha unido a Alemania, Japón y la India en el esfuerzo por la reforma de este relevante organismo. La Argentina acaba de obtener un lugar como miembro no permanente del CS y serán sin duda dos años en los cuales tendrá el desafío de demostrar al mundo que su política exterior tiene algo que aportar, más allá de la cuestión Malvinas, en favor de un orden global más seguro, pacífico y multilateral.

Según sea su comportamiento en torno a los “temas calientes”, como Siria e Irán, estará más cerca de las potencias tradicionales (Estados Unidos, Reino Unido y Francia) o, por lo contrario, más inclinado hacia las posiciones de los emergentes. En este marco se convierte un punto central observar los intentos de limar asperezas con Irán por el tema AMIA así como intercambiar apoyos en las cuestiones Malvinas y Taiwán con China. Es decir, en relación a lo político, nuestro país parece orientarse a aceitar sus lazos con las potencias emergentes y plantear una visión alternativa al poder mundial tal como ha sido ejercido desde la Segunda Guerra Mundial a esta parte, con fuerte supremacía de EE.UU. y Europa. La estrategia de cooperación Sur-Sur debe leerse en esa línea.

En cuanto a la cuestión económica y comercial, son harto conocidas las cuantiosas críticas que recibe el FMI desde las potencias emergentes por sus posiciones aún centradas en recomendaciones ortodoxas. Se trata de sugerencias que tratan de mantener un statu quo basado en el anterior equilibrio de poder. En la última reunión anual del FMI, el organismo tuvo que admitir que se incluyeran en el documento final recomendaciones que ponderasen la importancia del crecimiento y del fomento del empleo como mecanismos de solución de la crisis, y no sólo del ajuste y la austeridad. Significó un éxito de un grupo de países que considera que una visión de la economía de tintes neokeynesianos debe prevalecer por sobre las miradas más promercado. En el encuentro de 2010, el Grupo de los 24, entre los cuales se ubica la Argentina, presionó para que el sistema de cuotas que rige el voto de los países fuera modificado, aumentando el peso de China, Brasil y la India. Pero esta reforma quedó trunca porque EE.UU., quien tiene un peso importante en cuanto a derechos de voto, aún no realizó el proceso interno de aprobación de estos cambios.

Los temores de los países centrales no son infundados. El avance de las nuevas potencias se hace notar de manera creciente también en lo referente a la financiación de proyectos de desarrollo. Por ejemplo, entre 2009 y 2010, el Banco de Desarrollo de China realizó préstamos por aproximadamente US$ 110.000 millones, superando al propio Banco Mundial. La OMC también es campo de batalla entre emergentes y países centrales. El sistema de liberalización comercial y de registro de patentes impulsado por este organismo internacional no es visto con buenos ojos por los países en vías de desarrollo, los cuales aducen que se trata de un régimen poco transparente y demasiado afecto a sancionar sus medidas proteccionistas pero demasiado laxo con el dumping y otras prácticas de dudosa legitimidad proveniente de las potencias.

En conclusión, el inicio del Siglo XXI nos está mostrando un esquema de fuerzas que, paulatinamente, desafía los equilibrios tradicionales determinados por la relación centro-periferia. Pero se trata de un desafío que, si bien emplea como punta de lanza factores de tipo económico, poco a poco comienza a extender su influencia en cuestiones de política y seguridad internacional. El potencial militar y el monopolio legítimo del uso de la fuerza todavía están en manos de un Consejo de Seguridad donde ni Latinoamérica, ni Africa, ni los perdedores de la segunda guerra mundial (Japón, Alemania e Italia) tienen influencia decisiva. Por su parte, el potencial militar de China todavía sigue siendo menor al de EE.UU.

La Argentina debe definir su estrategia ante este nuevo escenario. La diversificación de sus exportaciones; el aumento de patentes; la inversión en ciencia y tecnología; la implementación de políticas estables en sus posturas ante los grandes temas internacionales de seguridad, política y disputas territoriales y el impulso a favor de un diplomacia de la seguridad alimentaria o del hambre cero son algunas de las dimensiones en las se debería que avanzar.

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