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Dilma, Cristina y el dilema de profundizar o moderar

05 octubre de 2012

(Columna de Ezequiel Avila)

Los procesos políticos que lideran Cristina y Dilma exhiben varios rasgos en común y, también, diferencias sustantivas.

"La Presidenta nos puso un cuchillo al cuello. Retrasaron las negociaciones y sólo esta última semana el gobierno vino con una propuesta que está muy por debajo de lo que pedimos. Nos sentimos traicionados”, dice un influyente sindicalista. “Con el anterior presidente era distinto, entendía más de política”, dicen otros dirigentes políticos. Y agregan que no son pocos los que aseguran que El se sentaba a negociar con operadores políticos y sindicalistas mano a mano en un tono distendido, donde se discutía fuerte pero siempre llegando a un acuerdo. En cambio, ella es distinta. Otro sindicalista afirma: “La Presidenta debería tener un mejor trato con los huelguistas (?) son trabajadores que sustentaron este gobierno y confiaron en que le daría continuidad al proceso de transformación social iniciado por el anterior presidente. La Presidenta necesita una base social fuerte y los trabajadores son su principal elemento”.

Hasta aquí, sin poner nombres, sin ahondar en especificaciones, no es fácil distinguir si estamos hablando de la Argentina o de Brasil, ni si esas aseveraciones se realizan acerca del dúo Néstor y Cristina Kirchner o Lula Da Silva y Dilma Rousseff. En realidad, estas frases fueron extraídas de dirigentes del país vecino, pero pueden ser aplicables a la Argentina, demostrando parte de las similitudes entre los procesos políticos vividos por ambos grandes del Cono Sur en la última década.

La mandataria que se alejó de la base que sostenía al Gobierno puede ser Cristina Kirchner enemistándose con algunos gobernadores y sindicalistas, pero puede ser una Dilma Rousseff a la que no le tiembla el pulso para insuflar el juicio por el escándalo de corrupción del “mensalão” que afecta a su propio partido o para otorgar aumentos en cuotas a empleados estatales. El anterior presidente, pueden ser los más políticos Lula o Néstor Kirchner, o el estilo que pretende aparecer como más principista de las actuales jefas de Estado. Lula está presente, como una amenaza contra las intenciones reeleccionistas de Dilma. En la Argentina, mientras tanto, no faltan los interpretadores del verdadero sentir del kirchnerismo de Néstor. Lula y Néstor vendrían a ser aquellos liderazgos que se afincaban en la política como ética de la responsabilidad.

Cristina y Dilma basculan más en el otro polo de la conceptualización weberiana, asentándose en el ejercicio de su jefatura como ética de las convicciones. Más allá de estas similitudes, existe una diferencia de fondo que resulta sustancial. Rousseff ha iniciado un camino hacia un modelo más moderado en relación a la política económica y a los vínculos con el Partido de los Trabajadores (PT). Cristina, en cambio, pareciera buscar, con mayor principismo, más apoyo en una base propia antes que abrirse a nuevos sectores. El accionar de la presidenta brasilera está dirigiéndose a dotar a su apoyatura social y electoral de una base que contenga una importante porción de la nueva clase media brasilera, cifrada en unos nada despreciables 30 millones de ciudadanos. En cambio, la jefa de Estado argentina acentúa un discurso más apelativo a la profundización del modelo potenciado por sectores bajos que a una reconciliación con los segmentos medios que critican la inseguridad y una inflación que supera el 20% anual.

En Brasil, como efecto de pinza, Lula sigue conquistando con su carisma y el recuerdo de su política social a los sectores bajos de la pirámide social, mientras Dilma trabaja en lograr consenso entre los sectores medios y empresariales mediante un desempleo que apenas supera el 5% y una inflación de 5,4%. Pero es importante ser cautos con la valoración que se realizan de ambos procesos. Para algunos, el giro moderado que ha dado el PT se diferencia positivamente de un intento de radicalización del kirchnerismo que se está chocando con un contexto que exige menos gasto público, mayor impulso a la producción y menos Estado. Desde esta perspectiva, Rousseff está logrando procesar demandas de un segmento de la sociedad que, habiendo logrado niveles de consumo aceptable, un trabajo estable y posibilidad concreta de movilidad social ascendente, interpela a los poderes públicos con exigencias de transparencia política, más facilidad para emprender pequeños y medianos negocios, mayor seguridad pública, mejores servicios de transporte y discursos públicos de contenido republicano. Entendiéndose esto último como respeto a la división de poderes, recambio dirigencial y publicidad de actos de gobierno, entre otras características.

Desde quienes apoyan esta tesis, Cristina es observada como la que va a contramano de estas medidas. Sus funcionarios hablan de rereelección, la investigación de casos de corrupción en los que están involucrados miembros del Gobierno es poco frecuente y la postura oficial respecto a la inflación es errática. Pero desde otra mirada, el modelo brasilero se ha desviado de la tendencia progresista iniciada en Latinoamérica por Néstor Kirchner, Lula Da Silva y Hugo Chávez, transformándose más en un esquema político que pretende ser receptáculo de apoyos de clase media que de la gran masa de pobres que aún existe en nuestra región. Brasil, aseveran desde esta postura, tiene uno de los PBI per cápita más bajos de la región y la desigualdad continúa siendo muy elevada. Brasil, dicen, recién hoy está impulsando su propia Conadep y aún no puede de - sestructurar una concentración corporativa de medios de comunicación.

Quienes observan estos rasgos como la mitad vacía del vaso son los que, asimismo, esperan un triunfo de Chávez en las próximas elecciones presidenciales venezolanas y los que atizan sobre un llamado de atención al PT en las elecciones municipales de octubre, en las que se espera una jornada negra para los candidatos de Lula y Dilma. Desde esta visión, se pide tener en cuenta que el modelo populista que ha dado voces a nuevos sujetos que antes miraban desde afuera la escena de la economía y la política de sus países no sólo debe ser profundizado, sino que debe ser considerado como un esquema desde el cual analizar y practicar las relaciones con el resto de bloques y potencias mundiales.

Es desde el populismo progresista que América Latina debe dar una lección al mundo sobre cómo crecer, cómo resolver las crisis económicas, cómo desenrollar las difíciles relaciones con China, la crítica eurozona o EE.UU. De manera simplificada, estas son dos de las visiones más importantes que cortan transversalmente la región latinoamericana de hoy. Son las dos Américas que va dejando este proceso neokeynesiano que amaneció al calor de las luchas anti-neoliberales y que ya lleva una década de vida. De cómo resuelvan sus similitudes y diferencias dependerá el devenir de este segundo decenio.

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