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Un panorama del activismo mediático del Ejecutivo en Sudamérica

18 septiembre de 2012

(Columna de María Esperanza Casullo)

El contacto directo de los presidentes con los ciudadanos crece en la región y demostró ser, más allá del debate normativo, muy efectivo.

En los últimos tiempos, mucho se ha discutido sobre el uso (o abuso) de la Cadena Nacional por parte de la Presidenta. Más allá de si hace buen o mal uso de este recurso, o de si su repetida exposición frente a las cámaras terminará desgastando su relación con la sociedad, lo cierto es que el uso intensivo de las apariciones personales de la Presidenta en televisión (más un uso igualmente intensivo de la comunicación por Internet y las redes sociales) y la creación de canales para la transferencia de información directa entre el público y el jefe del Poder Ejecutivo no es una particularidad de Cristina Fernández de Kirchner, sino una tendencia actual de casi todos los presidentes sudamericanos.

Rafael Correa y Hugo Chávez, por ejemplo, hacen un uso aún más intenso de la televisión, con programas televisivos propios y abundantes conferencias de prensa. También la usa, aunque menos sistemáticamente, Evo Morales. Tanto ellos como Cristina tienen un repertorio de activismo mediático que incluye, según el caso, programas televisivos semanales (como el caso paradigmático del “¡Aló, Presidente!” chavista,) la transmisión televisiva de los viajes del presidente y su gabinete a ciudades del interior del país y de sus periódicos encuentros con ciudadanos, cadenas nacionales, o (en el caso ecuatoriano) conferencias de prensa de “rápida respuesta” en las cuales el Gobierno sale a desmentir a periodistas y noticieros opositores pocos minutos después de su salida al aire.

En definitiva, se trata, más que del uso más o menos intensivo de uno o otro recurso televisivo, de subsumir toda la estrategia de comunicación de un gobierno en el formato de “campaña permanente” en la cual lo que se busca (como lo describe Philip Kitzberger en su artículo “The Media Activism of Latin America's Leftist Governments: Does Ideology Matter?”) es asegurar que a los públicos de cada país le lleguen constantemente “paquetes” de información provenientes del Ejecutivo que no hayan pasado por los filtros establecidos por los medios de comunicación de masas ya existentes en cada país o contradigan directamente los mensajes de los “medios dominantes”.

A esto se le suma, en general, un verdadero “embargo” informativo hacia los medios tradicionales, que dejan de ser reconocidos como interlocutores válidos. De allí las recurrentes quejas de que los presidentes ya no dan entrevistas a periodistas o que las conferencias de prensa no incluyen preguntas. Por supuesto, la asunción de base de la “campaña permanente” de los gobiernos populistas de izquierda es que los medios de comunicación masivos (en especial, los diarios y canales de televisión privados) no constituyen un “cuarto poder” transparente, sino un actor político relacionado con poderosos grupos empresarios y con la capacidad (y el interés) de construir agendas que en su mayoría van en contra de las de los gobiernos.

Por supuesto, es tentador achacar este manejo centralizado de la comunicación gubernamental sin pasar por los filtros o mediaciones de los medios de prensa de propiedad privada al populismo y ver esta búsqueda de interpelar directamente hacia el ciudadano/ votante como consecuencia directa del estilo de construcción de poder populista de Chávez, Morales, Correa y Fernández de Kirchner. Sin embargo, esta afirmación, sin ser falsa (la búsqueda de una relación directa entre líder y pueblo es sin duda una característica populista) debe ser matizada, ya que, como revela Kitzberger, tanto la relación contenciosa con los medios de comunicación privados como un activismo mediático incrementado son más la norma que la excepción en la región, aún de aquellos gobiernos que no pueden clasificarse como populistas de izquierda.

Por ejemplo, si bien la política del PT hacia los medios ha sido más moderada en términos de, por ejemplo, el avance hacia nuevas formas de regulación de los medios, hay que recordar que el ex presidente Lula Da Silva, por caso, tenía su programa semanal de televisión, y que él hizo públicas repetidamente sus críticas al poder político de los medíos brasileños concentrados y a su bloque de “telediputados”. Lula Da Silva, como añade Kitzberger, expandió el sistema de medios públicos brasileños y, entre otras cosas, realizó varias conferencias con blogueros políticos, a quienes alentó a constituirse como alternativas a los medios dominantes.

De hecho, tal vez el país con la comunicación más personalizada del jefe de Gobierno sea, después de Venezuela, Colombia (disputando, eso sí, con Ecuador), ya que Álvaro Uribe inauguró, y Juan Manuel Santos continuó, un estilo extremadamente activista y personalista de comunicación política. De hecho, Santos y Uribe mantienen una virulenta y continua “guerra verbal” personal vía Twitter, en donde se critican y azuzan mutuamente en mensajes de 140 caracteres.

Así es que, según un estudio publicado recientemente en el Boletín del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de Los Andes de Colombia (fruto de una investigación encabezada por el profesor de esa casa Miguel García) el presidente con el estilo de gobierno más personalista de Latinoamérica en el años 2010 era el colombiano Alvaro Uribe, seguido por Hugo Chávez y Rafael Correa. Se define “estilo de gobierno personalista” como “una estrategia política en la cual el presidente busca contacto directo con sus seguidores sin intermediaciones institucionales”. De las doce categorías que conforman el índice, una tiene que ver con el uso de los medios de comunicación, y otra con la relación directa con las comunidades mediante, por ejemplo, asambleas. En el 2010, Lula Da Silva estaba un puesto por encima de Cristina Fernández de Kirchner, aunque ambos estaban en la mitad de la tabla.

Entonces, en la categoría de “uso habitual y personal de los medios de comunicación masiva en pos de una comunicación política basada en el modelo de campaña permanente” existen más casos en la celda del “sí” que en la del “no” para Sudamérica hoy. Los únicos países sudamericanos cuyos gobiernos tienen una relación clásica con los medios de comunicación son Chile y Uruguay, aunque hay que señalar que Sebastián Piñera hizo un uso magistral de las posibilidades propagandísticas del “evento del siglo”: el rescate de los treinta y tres mineros encerrados a 700 metros de profundidad.

Por último: otra cuestión que debe señalarse es que, a pesar de las repetidas críticas hacia los gobiernos que hacen un uso más agresivo del activismo mediático, este comportamiento no ha sido (hasta ahora al menos) castigado electoralmente. Ninguno de estos presidentes parece haber pagado un costo ni siquiera moderado por su mayor activismo mediático. Antes bien, sus gestiones han sido ratificadas en las urnas o se han retirado del poder con altísimos índices de popularidad. El activismo mediático de los presidentes latinoamericanos puede discutirse desde un punto de vista normativo, pero no así desde el punto de vista de su efectividad política.

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