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Los discursos de la (in)seguridad

10 septiembre de 2012

(Columna del politólogo Lucio Guberman)

La comunicación de las políticas públicas de seguridad desde el Gobierno y la oposición y cómo cerrarle el camino al oportunismo político.

Cuando aparece la inseguridad en los medios nos enfrentamos a un tema que la gente considera el más estrepitoso fracaso de las políticas públicas a todo nivel. La inseguridad es la política (policy, no politics) peor evaluada de casi todas las gestiones de gobierno, sean de rango nacional, provincial o municipal. Gestiones de gobierno con aceptación global de sus desempeños superiores al sesenta por ciento, cuando son evaluados en sus políticas de seguridad no alcanzan al veinte por ciento de aprobación.

Ante esta percepción pública los responsables de áreas con incumbencia en la materia y los políticos opositores eligen mayoritariamente un camino equivocado: explican, describen, hipotetizan, lanzan estadísticas. En breve: tratan de mostrar que saben lo que está ocurriendo. Sin embargo, poco aportan quienes en su rol de gobierno u oposición dicen que saben sobre un tema cuyas soluciones no están poniéndose en marcha para la mirada urgida de los ciudadanos.

Dejemos a un lado aquí aquellos intentos tan aislados como fallidos de minimizar la inseguridad considerándola “sensación” y concentrémonos en quienes sí intentan tomar el problema por el mango. Observando a estos dirigentes es que aparece un discurso elaborado desde el saber. La perspectiva de análisis del mensaje político indica que la modalidad del saber habilita dos tipos de discurso:

Descriptivo: que es uno que constata, describe situaciones.

Didáctico: explica, enuncia verdades universales.

Con cualquiera de las dos formas, descriptiva o didáctica, los dirigentes políticos corren el riesgo de caerse del espacio de credibilidad, una ventana muy pequeña, en general y más diminuta aún en el caso de la inseguridad. Su propia estrategia discursiva ubica a políticos de los más diversos colores partidarios en el rol de maestros, profesores o pedagogos. ¡Problema! No hay nadie que crea que unos maestros van a darles más seguridad. Al contrario, los maestros están en serias dificultades para lidiar con la violencia en las aulas.

SABER, DEBER, PODER

Por eso es recomendable que los políticos dispuestos a encarar el tema de la seguridad dejen esas modalidades de discurso pedagógico para temas en los que puedan funcionar. En el caso de la seguridad se vuelve perjudicial para quien habla y para quien escucha y, en definitiva, para toda la sociedad porque se deslegitima la política en uno de sus funciones indelegables: monopolizar la violencia legítima. La modalidad apropiada para quienes comunican sobre este asunto complicado y complejo es del orden del poder hacer.

Esto los ubicará sobre el eje programático del discurso político. Es en este eje en el que, al decir de Eliseo Verón, aparecen “los fantasmas del futuro”. Es este componente programático, el de la promesa, el que remite inequívocamente a la política. A los políticos, en tanto son percibidos como “líderes”, se les demanda una visión del futuro, una orientación, un indicio de ese horizonte con certezas hacia adónde se quiere enfilar colectivamente. Este rol social no se funda en un saber, se funda en una expectativa de poder, ese que pueden usar para hacer la vida de los ciudadanos un poco menos peligrosa.

Estas promesas de mayor seguridad pueden formularse desde cualquier posición del arco ideológico. No es aceptable que las respuestas a la inseguridad sean privativas de la derecha. De izquierda a derecha pueden (¡deben!) elaborarse propuestas. Evidentemente habrá diferencias, como las hay en las propuestas que cada uno de estos sectores formula para la economía, la política social o la educación.

Lo que no debería ocurrir es que falten las propuestas sobre seguridad pública de los principales sectores políticos y que el tema intente ser omitido de la agenda: esa constituiría la mejor invitación para el oportunismo político.

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