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Victoria Murillo: “El Gobierno le presta atención a la opinión pública”

12 abril de 2012

La politóloga analiza las alianzas del oficialismo y repasa cuáles pueden ser las estrategias del peronismo y la oposición. Por qué no cree que el parlamentarismo pueda funcionar.

Profesora en la Universidad de Columbia luego de obtener su PhD en Harvard, María Victoria Murillo es una de las más destacadas politólogas argentinas. Enfoca su estudio en los partidos políticos y ha escrito numerosos papers y artículos en revistas especializadas. En diálogo con el estadista analiza el estado de la coalición de Gobierno y qué rumbos puede tomar en los próximos meses.

En los inicios del primer gobierno de Cristina Fernández usted publicó un paper junto a Steven Levitsky en el que analizaban la transición de “Kirchner a Kirchner” y que terminaba con algunos interrogantes sobre lo que, suponían, podía llegar a ser un gobierno hegemónico en el cual una de las mayores preocupaciones venía por el lado de la dispersión opositora. ¿Cómo analiza esos dos ejes con ese mandato ya transcurrido y especialmente luego de las últimas elecciones?

Es cierto que la última elección da la impresión de una posible lectura hegemónica, en el sentido de que la diferencia entre Cristina Fernández y Hermes Binner fue realmente grande, por lo que una lectura apresurada podría llevar a pensar que el peronismo se ha convertido en un partido hegemónico. Este tema sigue siendo una preocupación y por eso me sigo ocupando de él en un nuevo paper próximo a aparecer, esta vez con Ernesto Calvo, en el que planteamos que el resultado de octubre puede llegar a tener que ver con la fragmentación opositora y la falta de una figura fuerte que pudiera aglutinar al resto de la oposición, lo que fortaleció al Gobierno. Pero más allá del resultado de octubre, yo no hablaría tanto de hegemonía, porque no hay que olvidar que está la elección de 2009, en la que el Gobierno perdió.

Pero eso fue hace tres años y el Gobierno se recuperó rápido?

Sí, pero en ese año la economía, como suele pasar, actuó como predictor de la suerte del oficialismo. Y yo creo que ahí lo que se vio es que quedó claro que gran parte de los votantes son más independientes de lo que parecen. Es una sensación que apareció allí para quedarse, y que luego de octubre de 2011 se cristalizó. El Gobierno sabe que ganó con el 54%, pero es consciente de que los votos no le pertenecen. Tras ganar en octubre comenzó a retirar los subsidios, pero apenas percibió reacciones adversas en la opinión pública empezó a dar marcha atrás. En este Gobierno siempre hay mucha atención a la opinión pública, lo cual da la impresión de que no es hegemónico sino que trata de mantener el apoyo electoral continuamente, que son dos cosas muy distintas.

Un apoyo que igualmente parece mantenerse.

Es que hay otro punto en el que el peronismo es diferente a los otros partidos y es la percepción que tiene la población sobre su capacidad de gobernar. Esta variable puede explicar gran parte de la diferencia de votos. Hay distintos trabajos que tratan de explorar las causas, que son de lo más variadas, y si bien yo creo que todavía pesa fuerte la crisis de 2001, hay otras cuestiones como la capacidad desde 1983 hasta acá de controlar el Congreso, especialmente el Senado, y la mayoría que obtiene en las gobernaciones. Tiene, además, gran capacidad de controlar el conflicto social, tanto sea el sector informal como el formal. Es decir, los sindicatos que le hicieron 14 paros a Alfonsín y los sectores que salieron a saquear en 1989 y 2001. Durante todo este tiempo se quedaron dentro del peronismo, y por eso también está la percepción generalizada de que la gobernabilidad la mantiene mejor el peronismo.

¿Esta percepción del peronismo como garante de gobernabilidad podría ser la razón por la cual todas las experiencias opositoras de los últimos años a nivel nacional han tratado de sumar la denominada “pata peronista”?

Hay una razón fundamental, y es que sólo hay dos partidos que tienen estructura nacional: el peronismo y el radicalismo. La UCR claramente subexplota esa estructura, porque tiene mucho más de lo que uno pensaría en función de los votos que obtiene. El peronismo la usa bien y la pone en función de la victoria electoral. Una vez un ex ministro peronista me dijo: “Peronismo es ganar”.

¿Es de esperar entonces que las próximas alianzas sigan buscando esa pata peronista?

Sí, porque además, una vez que el peronismo gana y no se ve amenazado con perder el poder, comienza una división hasta la próxima elección. Los incentivos para pelearse dentro del peronismo aumentan en estos escenarios de oposición fragmentada. La impresión que da es que con la debilidad de las fuerzas opositoras, el sucesor de Cristina deberá surgir de un sector del peronismo.

Usted hablaba recién de la capacidad del Gobierno para mantener a su lado a los sectores informales y formales de los trabajadores. En los últimos meses, sin embargo, ha habido un distanciamiento notorio y evidente de la CGT. ¿Cómo evalúa esa relación?

Desde 1983 el sindicalismo siempre ha mantenido su autonomía para negociar con los gobiernos desde una posición clara. Es decir, privilegió la necesidad de mantenerse organizativamente, como estructura, y han sido bastante flexibles en aceptar cambios de políticas siempre que la organización se mantuviera: aceptaron las privatizaciones siempre y cuando pudieran participar de ellas y se pelearon con Alfonsín para defender las obras sociales que controlaban. Ahora bien, ¿qué pasó con el kirchnerismo? Después de la devaluación la recuperación salarial fue relativamente fácil, y el Gobierno cuando asumió Kirchner con el 22% de los votos, trató de acumular políticamente de todos lados y por eso se apoyó fuertemente en la figura de Moyano, a quien necesitaba. Esto se hizo en un contexto en el que realmente había para distribuir. A los dos les convenía mantener esa alianza. Si uno mira las demandas actuales del sindicalismo argentino, y que una de las principales es “suban el mínimo no imponible de ganancias”, se ve claramente en qué lugar están de la distribución del ingreso. Ellos hicieron un matrimonio de conveniencia para los dos. Y esto no fue patrimonio de Kirchner: con Menem, que tenía menos para darles en términos salariales pero más en cuestiones organizativas, también la mayoría del sindicalismo se fundió en una alianza.

¿Y por qué se resquebraja ahora ese matrimonio por conveniencia?

Ahora aparece nuevamente lo que describe Guillermo O'Donnell en “Estado y alianzas”: asoma el déficit fiscal, se complica el frente interno, con una suba de inflación, menos recursos y en ese contexto de menos pesos disponibles las demandas salariales ya no son tan fáciles de responder. Por eso no creo que hayan encontrado las desavenencias ideológicas de un día para el otro, ni con Moyano ni con nadie del movimiento obrero, sino que hay un momento en los que el modelo económico no puede mantener el ritmo de aumento salarial, y eso genera un conflicto con organizaciones aliadas que viven de darles aumentos a sus afiliados. Ahí está el verdadero conflicto: con una inflación alta, son las propias bases de estos dirigentes las que parece difícil que acepten contener las demandas de aumentos a cambio de otras cosas. En el único momento en que se aceptó fue en el menemismo, pero era un contexto distinto en el que se venía de la híper y con el freno a la inflación de esos primeros años las bases aceptaron mantener acotadas las demandas salariales por el impacto fuerte que eso tuvo en su ingreso real y en un contexto de creciente perdida de empleo.

¿Y no hay margen para que se acepten ahora desde las bases menores subas?

En este contexto inflacionario se vuelve más complicado. Por ahora el Gobierno parece tener más recursos en la lucha, si uno toma en cuenta no sólo el nivel político sino incluso el de la legislación laboral argentina, y se nota porque Moyano avanza con algunas “molestias”, como bloqueos o piquetes puntuales, pero por ahora no compromete seriamente, porque sabe que no está en una posición de fuerza. Yo creo que la preocupación del Gobierno es el nivel de las demandas salariales.

Usted mencionó recién el trabajo de Guillermo O'Donnell. Otro ítem que se analiza allí es la variación de los precios internacionales de los alimentos. En un trabajo reciente, Sebastián Mazzuca relaciona el commodity boom de los países de la región y sugiere que aquellas “izquierdas” que más logren institucionalizarse con este escenario más chances tendrán de perdurar. ¿Comparte esa visión?

Hay ahí lo que se dice un problema de endogeneidad, sobre cuán institucionalizadas están estas izquierdas, y cuáles son las causas y los efectos. Los gobiernos que él analiza, principalmente los de Correa y Chávez, son partidos que llegan no sólo con el commodity boom, sino que también lo hacen sin estructuras ni partidos por lo menos en la forma tradicional. Entonces tienen que inventar partidos donde se incluya al sector informal, en contextos nacionales en los que generalmente el sector formal es pequeño o ya ha pertenece o sido cooptado por otros. Y ahí es donde hay un uso del dinero para crear esas estructuras que en los partidos que él denomina “institucionalizados” ya existen. Los otros partidos de la región que llegaron al gobierno sobre estructuras sólidas no tienen esta necesidad porque ya contaban con una base política, social y de movilización sólida, como el FA o el PT. Igualmente, estos dos casos siguieron tratando de expandir su base social.

¿Y en qué lugar está la Argentina entre estos dos “modelos de construcción”?

Puede llegar a tener rasgos de los primeros, aunque claramente no tan dramáticos. Y ahí volvemos al 22% que sacó Kirchner en 2003 y que lo obligaba a expandir su base social y a tener que gastar para ganarse a los sectores formales ?sindicatos y demás con el ciclo de suba de salarios que mencionaba? e informales, a través de políticas de redistribución a través de programas sociales, etcétera. Son países donde hubo crisis más fuertes, mayor volatilidad política-electoral y por consiguiente la inversión en construcción política ha sido más grande para tratar de institucionalizar y dotar de mayor apoyo a sus respectivas alianzas de gobierno. Viendo a las denominadas “izquierdas” de la región, parece quedar claro que con una menor volatilidad histórica del voto es más fácil ser menos populista. Si uno considera a Chile o Uruguay, izquierdas en donde supuestamente todo funciona bien y les inyecta un alto grado de volatilidad a los votantes, no sé qué pasaría.

En ese contexto, otro de los debates que siempre aparecen en la región es en torno al parlamentarismo. ¿Cómo lo ve?

Hay una realidad y es que, por lo general, en América Latina las instituciones duran poco, pero la única excepción ha sido el presidencialismo. Por eso no creo que prospere una avanzada parlamentarista. En la Argentina la última aparición del debate fue en el contexto de la reelección, es cierto, pero nunca ha prendido demasiado. Hay una suerte de micromundo en la ciencia política y otros lugares en los que se prefiere el parlamentarismo, pero hay muchos menos cambios en el mundo real de lo que se debaten los politólogos. La mayoría de los países que empiezan presidencialistas terminan siéndolo, y deben tener sus razones para ello.

Mencionó recién el tema de la reelección. ¿Ve factible hoy en día que el Gobierno avance en la intención de modificar la Constitución para conseguir un mandato más de Cristina Fernández?

El tema de las sucesiones es un problema de los gobiernos argentinos recientes en democracia. Es en parte característica del peronismo y su condición amorfa. Hoy por hoy hay tantos posibles candidatos que se dicen peronistas, que no queda claro si la posible sucesión es dentro del peronismo o no. Hoy, desde la óptica del Gobierno, pensando en la “gobernabilidad”, los incentivos para mantener unido al peronismo son altos. Por eso la Presidenta tratará de dejar la incertidumbre sobre su posible reelección, que es lo que la ayuda a tener a la coalición detrás de ella y no que se vayan tras otro posible candidato peronista. Por lo menos hasta 2013.

(De la edición impresa)

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