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Crear dos, tres, muchos Del Sel

09 abril de 2012

En el PRO no comprenden que su débil estrategia de expansión nacional es el principal problema que tienen.

El tiempo avanza, imparable, y para regocijo de los lectores de esta columna, pronto habremos vuelto al clima electoral. Tenemos elecciones de medio término en 2013 y, si la muy conjetural hipótesis de una reforma constitucional cobra cuerpo, la discusión sobre elecciones se adelantará. Es que en ese eventual e hipotético escenario, a la renovación de la mitad de los diputados y un tercio de los senadores nacionales del año próximo, habría que agregar la elección de convencionales constituyentes. ¿Esas elecciones serían concurrentes, o separadas? Ya estaríamos, en todo caso, hablando de elecciones otra vez.

El nuevo ciclo electoral abrirá diversos interrogantes, y uno de ellos concierne al PRO. El partido de Mauricio Macri está preparándose para jugar en primera, toda vez que en la sociedad opositora existen importantes expectativas sobre la futura candidatura presidencial del jefe de Gobierno que ya no tiene reelección. Dentro del macrismo, denominación que recibe la estructura política que pervive en los pasillos del gobierno de la Capital, hay un convencimiento generalizado y genuino acerca de que el PRO con Macri como candidato va a ser la primera fuerza opositora en la próxima presidencial. Cabe preguntarse, entonces, si el macrismo está preparado para los objetivos que se le plantean.

Para crecer como fuerza política enfrenta un gran problema: es un partido que apenas existe fuera de la ciudad de Buenos Aires, un distrito cuyo electorado no llega a representar ni el 10% del padrón nacional, y cuyos votantes se parecen cada vez menos ?si ello fuera posible? al elector medio argentino. Este problema merece ser tildado de “gran” problema, en principio, porque no todos en la mesa chica del macrismo lo entienden como tal. En discusiones pasadas sobre la posibilidad de lanzarse al plano nacional, dirigentes importantes del PRO estaban convencidos de que una red de aliados en el “interior del país”, provenientes del peronismo federal y los partidos provinciales conservadores, podía constituir una base suficiente para proyectar una fórmula ganadora. Tiempo después terminaron por descubrir que esa red de aliados que habían dibujado sobre un papel era demasiado débil. En suma: carecieron de un buen análisis político nacional, y pensaron al “interior del país” como un conjunto de vagones que podían ser arrastrados por un proyecto capitalino. Se dieron cuenta, es cierto, pero que lo hayan creído durante algunos meses es un dato a considerar seriamente.

Se trata de un partido atrapado en el concepto algo superado de que el poder comunicacional puede compensar la inexistencia de una organización partidaria. El PRO, como partido electoralista, tiene no pocas virtudes. No por nada logró convertirse en el partido político de la ciudad. Tiene en Macri a un candidato dúctil, capaz de llegar a diferentes públicos a pesar de su perfil empresarial conservador. Y tanto el PRO como Macri comprenden correctamente la dimensión mediática de la política contemporánea. Que se recuerde, debe ser el único partido que cuenta con un especialista en campañas electorales como referente. Nos referimos, claro está, a Jaime Durán Barba. ¿Qué otro partido institucionalizó el rol del asesor de campaña, en el imaginario público al menos, como el PRO lo hizo con él?

Otro mérito que debe reconocerse al PRO en su camino hacia convertirse en un partido político es que entendió la importancia del gobierno local en la construcción partidaria. Los nuevos partidos, otrora llamados “terceras fuerzas”, en general habían apostado todo a la Presidencia. El macrismo, en cambio, supo desde el comienzo que, antes de lanzarse a esa arena, debía consolidar su posición distrital. Macri rechazó reiteradamente la posibilidad de ser candidato presidencial con perspectivas de posicionamiento para garantizar su triunfo en la CABA. Algo que no hicieron “Chacho” Alvarez, Elisa Carrió o Ricardo López Murphy, y que probablemente tampoco hubieran hecho Oscar Alende o Alvaro Alsogaray.

Ello no quiere decir que el PRO sea un partido localista porteño, aunque por momentos lo parezca: es un partido nacido en la ciudad de Buenos Aires que contiene un proyecto nacional. Sin embargo, pasan los meses y el PRO sigue sin tener una idea sólida acerca de cómo expandirse al resto del país. Por ahora, mantiene el plan del avance gradual, consistente en asignar tareas de construcción del partido a operadores de diferente experiencia política, y una agenda de viajes mensuales al “interior del país” ?insistimos con el entrecomillado- del propio Mauricio Macri. Tanto el líder como sus emisarios viajan a las capitales provinciales, se reúnen con sus pocos partidarios locales, hacen alguna declaración de prensa, y retornan a la Capital. El rédito es escaso, si lo medimos en función de lo que deberían ser las metas.

Para separar a los electorados locales de sus preferencias estables, y orientarlos a una nueva fuerza política, hay que hacer una verdadera revolución, como la que casi hicieron en Santa Fe. Esto significa enfrentar duramente a cada uno de los gobernadores, o realizar una fuerte inversión en estructura partidaria. El PRO no hace ninguna de las dos cosas, ya que muchos de ellos ?no todos, tal vez? aún no comprenden que su débil estrategia de expansión nacional es el principal problema que tienen. Necesitan crear dos, tres, muchos Del Sel para ser temibles en las urnas.

(De la edición impresa)

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