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La Argentina, según Dilma

09 febrero de 2011

Más importante que la próxima escala o noescala de Obama en la Argentina, fue la visita que nos ofrendó Dilma Rousseff. La Argentina no es un gran actor global con el que el gobierno estadounidense tenga temas sensibles que discutir. Es un país mediano a nivel mundial ?su economía es la vigesimosegunda, lo que no es poco, y la segunda de Sudamérica- que orientó su política exterior a la integración regional.

Sin embargo, la Argentina fue el primer país que visitó Dilma como presidente. La que mantiene con Brasil es la relación bilateral más importante para la Argentina. Eso podemos verlo en el volumen de nuestro comercio exterior, la agenda de temas que nos unen como consecuencia de la integración. Y, también, en que la dirigencia política acepta esta centralidad.

BRASIL PARA LA ARGENTINA

En los años noventa, la política había abrazado la idea de que la estrategia de inserción

internacional de la Argentina era una alianza con los Estados Unidos: el justicialismo,

una parte del radicalismo, la UCeDé y el cavallismo la compartían; el Frepaso la cuestionaba sin entusiasmo. Ello estaba en sintonía con los cambios que se producían en el orden internacional: con la desaparición de la Unión Soviética en 1991, Estados Unidos emergió como la potencia hegemónica mundial y ello conllevaba un proyecto de recentralización con respecto a América Latina. Lo que se expresó claramente en el Alca, iniciativa lanzada en la I Cumbre de las Américas, en 1994.

Hacia el año 2002, nuestra estrategia de inserción internacional cambió sustancialmente respecto de la anterior. La Argentina se reconcentró en sí misma, ocupada por su crisis y la resolución de los conflictos derivados del default; Estados Unidos se embarcó en la guerra antiterrorista y Brasil surgía a partir de un modelo de desarrollo regional autónomo. Todo eso proveyó un nuevo balance de poder

subregional.

Hoy como ayer, la dirigencia también defiende en su gran mayoría el giro dado en los

lineamientos de la política exterior. Lo habitual es que políticos y empresarios argentinos hoy admiren a Brasil, la larga duración de sus políticas y su “establishment en serio”. Los más propensos a la izquierda destacan su traza desarrollista y su autonomía en el plano internacional, mientras que los más propensos a la

derecha elogian sus “consensos” y su ortodoxia monetaria. Cada cual lo llena de sus propios significados, y todos lo refieren como un ejemplo a seguir.

La admiración a Brasil también proviene, en alguna medida, de la batalla ideológica

poscrisis, sobre todo en los círculos más informados: la derrota de los neoliberales dio

paso a la victoria, natural o por default, de los “desarrollistas”; la tradición vincula esta última opción al brasileñismo.

LA ARGENTINA PARA BRASIL

Por otra parte, la Argentina también es importante para Brasil. Ese fue el mensaje que

dejó la visita de Dilma al país. Muchos no pudieron creer el tono de sus palabras, y las atribuyeron a la jerga diplomática: la Presidenta de “un gran país”, que hoy juega en la primera liga de la globalización, haciendo loas a la Argentina.

Pero todo lo que dijo Dilma sobre la Argentina es cierto. Esto surge del tamaño de nuestro comercio exterior y de nuestro proyecto de integración política, que arrastra más de dos décadas. La fluidez del entendimiento entre Brasilia y Buenos Aires ha sido la clave de la integración subregional. El nuevo escenario de esta fluidez ha sido la expansión del Mercosur hacia un concepto de Suramérica como región

y a la Unasur, que la Argentina ha secundado decisivamente.

La posición de Buenos Aires ha sido la de articular el concepto de integración

suramericana desde su posición de potencia regional intermedia. El proceso de integración regional, que forma parte del interés primario de la geopolítica

brasileña, no hubiera sido posible sin el concurso de la Argentina. La transformación

de la política exterior argentina permitió ?entre otras varias cuestiones? la concreción de los objetivos regionales de Brasil. Somos un factor del ascenso brasileño, y Dilma parece entenderlo mejor que nosotros.

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