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Diapositivas de Melchor

25 febrero de 2012

La reciente muerte de Melchor Cruchaga obliga a un repaso de su actuación en la función pública y en los cargos partidarios.

?Nosotros nos vamos con vos.

La cara de Melchor Cruchaga se iluminó. El viceministro de Justicia dejaba el cargo pero el nuevo presidente, Adolfo Rodriguez Saá, le había pedido que su gente siguiera en el Ministerio. El gabinete de asesores incluía a once abogados de todos los ramos jurídicos y un politólogo. Los que ahora decidían acompañarlo al llano eran los dos de perfil más político, responsables por el análisis, la comunicación y el nexo con el Congreso y el partido. Otros eligieron seguir con el nuevo gobierno. La alegría inocultable de Cruchaga ante aquella muestra de solidaridad fue un bálsamo en horas aciagas. Dos días después, el 23 de diciembre, Mario Wainfeld publicó en Página/12 una columna demoledora hacia el gobierno recién extinguido.

Los palos no esquivaron ni a Chacho Alvarez y se ensañaron con Diana Conti “quien toleró impunidad para las violaciones de derechos humanos del pasado y nada dijo ?cuando la coherencia y hasta cierta pizca de astucia aconsejaban hablar? frente a las que ocurrían en la propia puerta de su Subsecretaría en los estertores de su gestión” . Rescataba solamente a tres funcionarios radicales y un frepasista. Dos eran ministros, Chrystian Colombo y Adalberto Rodríguez Giavarini. Y agregaba: “El gobierno que acaba de irse pudo ser menos penoso si el Presidente hubiera tenido más cuadros como, por caso, Melchor Cruchaga y Darío Alessandro que acompañaron políticas cuestionables pero al menos lo hicieron con el aditamento del trabajo constante, del diálogo democrático y de la incorruptibilidad personal” . Al leerlo se esbozó la segunda sonrisa de Cruchaga en pocos días, quizás las únicas en el peor mes de su vida. A los radicales siempre nos echaron los militares, reflexionaba dolorido; ésta es la primera vez que nos echa la gente.

Enamorado de su familia, su otra gran pasión era el partido. Presidía el Comité de la provincia de Buenos Aires en 1990 cuando debió enfrentar una prueba difícil. El Gobierno de Antonio Cafiero quería que la Legislatura aprobase una ampliación presupuestaria de 240 millones de dólares, pero los radicales se recusaban a votarlo. Un diputado peronista se reunió entonces con su contraparte radical y le ofreció una doscientoscuarentésima parte del monto en discusión para distribuir entre su bancada.

Honesto pero orgánico, el interpelado decidió plantear la cuestión en el bloque, que votó por mayoría ? no confundir con unanimidad ? para rechazar el donativo. Aborrecidos, dos de los diputados hicieron público el hecho en sendos diarios de sus pueblos, con tan mala fortuna que uno de ellos fue recogido por los medios nacionales. El escándalo se tornó mayúsculo: el bloque justicialista amenazaba al radical indiscreto con el desafuero y la UCR debía tomar una posición. No existían pruebas materiales de la oferta, y por lo tanto no había lugar para un juicio por soborno.

En conferencia de prensa convocada por el Comité Provincia, Cruchaga tranquilizó al diputado denunciante: no te vamos a dejar pedaleando en el aire. A continuación, y sentado a su lado, ratificó la denuncia pero la transformó en política, desjudicializando lo que todos sabían pero no podían probar. La ampliación presupuestaria terminó aprobándose durante una madrugada desierta, en ausencia del bloque radical. El partido perdía otra batalla pero no el honor.

El 12 de diciembre de 2001, como todos los miércoles al mediodía, Cruchaga reunió a su gabinete. Uno de los asesores cumplía años, así que a los habituales sándwiches de miga se agregaron dos botellas de champán. Cuando el jefe lo conminó a hablar, el agasajado realizó un análisis que, anticipando el default y violencia civil, concluía en la caída del gobierno a más tardar en marzo. Y continuaba: la reconstrucción posterior de un orden es posible en el corto plazo, pero sólo a partir del descalabro producido por el caos que se avecina y la reacción horrorizada de la sociedad. Demudado pero consciente, Melchor ensayó una ocurrencia y distendió el ambiente con la prestancia que lo caracterizaba. Después levantó la copa y llamó a un brindis por el cumpleaños. No ignoraba la realidad, pero un militante no se rinde. Acompañó al presidente saliente hasta el último día, y a su partido hasta el 6 de febrero de 2012.

A Melchor Cruchaga, maestro y amigo, salud.

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