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Brasil, la Celac y la farsa de la integración

16 diciembre de 2011

No siempre se comprende la diferencia que existe entre cooperación e integración.

Brasilia, 3 de diciembre de 2011. La comitiva de la Comisión Europea se prepara para embarcar en el vuelo de regreso a Bruselas cuando, en la fila del aeropuerto, el estadista consulta a su jefe sobre los motivos del viaje.

?¿Vinieron para seguir las negociaciones entre el Mercosur y la UE o para afianzar

la asociación estratégica con Brasil?

?Ninguna de las dos: fuimos invitados por las asociaciones empresarias y el gobierno en una operación de charming.

?¿Y funcionó?

?Este país es enorme y ofrece increíbles oportunidades. Hay que apostar acá. El único problema es que no entienden cómo funciona la política internacional.

?¿Y?

?Están obsesionados con obtener un lugar permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidos y piensan que lo van a lograr con una votación en la Asamblea General. No se dan cuenta de que esa cuestión la deciden los miembros del Consejo con derecho de veto, y que China nunca va a aprobar una reforma que incluya a la India o Japón. Sin esos dos países, es Estados Unidos el que nunca aprobará la reforma. Ergo, las chances de Brasil son nulas. ¡Pero qué país impresionante!

El asesor de la Comisión Europea se explaya también sobre dos vecinos, Venezuela

y la Argentina. Del primero destaca que Chávez está más enfermo de lo que se sabe y teme que la lucha por la sucesión pueda ser sangrienta; de la Argentina menciona una supuesta inestabilidad emocional de la Presidenta. El reduccionismo clínicopsiquiátrico del análisis revela que los líderes europeos conocen mejor el funcionamiento de la ONU que la política latinoamericana. Pero, probablemente, sepan incluso más de América Latina que de estabilización financiera, a juzgar por su enternecedora gestión de la crisis del euro.

¿Y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe recientemente inaugurada en Caracas? No estaba en la agenda del viaje, aunque los europeos la consideran un instrumento del presidente venezolano para remplazar a los Estados Unidos como líder regional. Son meras ilusiones, sean venezolanas o europeas; pero en algo no se confunden los visitantes: saben que la Celac no tiene nada que ver con integración regional. La integración es un proceso por el cual varios Estados soberanos deciden compartir o delegar soberanía, y no una organización intergubernamental sin capacidad para tomar decisiones vinculantes para sus miembros. El hecho de que se mencione a este invento como un reemplazante de la Organización de Estados Americanos revela su naturaleza: la OEA no encarna integración sino cooperación. La diferencia entre una cosa y otra es la misma que existe entre un cónyuge y un compañero de trabajo.

Pero las chocheras de la integración no se develan con opiniones sino con hechos. De los treinta y tres miembros de la Celac, nueve tienen como jefe de Estado a? Isabel II, la reina de Inglaterra. Eso significa que hay más Naciones británicas que bolivarianas, ya que los socios del Alba son sólo ocho. Y la integración monetaria avanza al mismo paso que el idioma inglés, ya que tres países comparten el dólar como moneda nacional: Ecuador, El Salvador y Panamá. La economía, sin embargo, pasa por otra organización: inmediatamente después de la cumbre en Venezuela, los presidentes o cancilleres de Chile, Colombia, Perú y Panamá siguieron camino hacia México, donde confirmaron la fundación de la Alianza del Pacífico.

Sin Brasil, este bloque (más grande que el Mercosur, removía la herida el presidente mexicano) pretende convertirse en el motor del desarrollo latinoamericano y en puente privilegiado con Asia. En otras palabras, y a dos días de distancia, los mismos presidentes que integran desintegran. Las cumbres consecutivas de la Celac y del Pacífico reflejan la vigencia de la fórmula romana panem et circenses ?en orden invertido?.

¿Qué queda entonces del discurso y la práctica de la integración latinoamericana? El discurso, por supuesto. El bolivarianismo seguirá existiendo tan vocinglero y fracasado como el prócer que le da nombre. Porque, si el Libertador de Colombia y Venezuela hubiera tenido éxito, sus seguidores no precisarían luchar ahora por la segunda independencia. Como alegadamente masculló San Martín al salir de la conferencia de Guayaquil, “dejadme de fastidiar con Bolívar”.

(De la edición impresa)

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