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El juego del reconocimiento: Biden, Trump y las políticas exteriores latinoamericanas

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25 noviembre de 2020

Por Tomás Múgica

Como es habitual, el proceso electoral norteamericano fue seguido con especial atención en las capitales latinoamericanas. Tras la jornada del 3 de noviembre, hubo significativas variaciones en la respuesta de los países de la región a la controversia suscitada por Donald Trump acerca del resultado electoral. Nos concentramos en los tres más grandes. Los gobiernos de Brasil y México, los dos países más poblados y con mayor peso económico de América Latina no han reconocido aún el triunfo de Joe Biden. Tanto Jair Bolsonaro como Andrés Manuel López Obrador (AMLO) afirman que antes de pronunciarse es necesario esperar la respuesta a las demandas judiciales planteadas por la administración Trump. El gobierno argentino reconoció rápidamente a Biden como presidente electo.

La relación con Estados Unidos es una de las principales dimensiones de la política exterior de los países latinoamericanos. Es por ello que la conducta de los gobiernos durante la campaña y su reacción frente al resultado de la elección norteamericana nos brindan elementos para analizar la orientación de sus políticas exteriores y los factores que las determinan. Los posicionamientos de las administraciones latinoamericanas expresan diferentes balances entre los determinantes internacionales y domésticos de la política exterior. Entre los primeros, el principal es la distribución internacional del poder, esto es el poder relativo de cada Estado; entre los domésticos, se destaca la identidad político-ideológica de los mandatarios (cuyo peso en la definición de la política exterior es decisivo en el presidencialismo latinoamericano). ¿Dónde se ubican los “drivers” de la conducta externa y en particular del vínculo con Estados Unidos? ¿La mayor o menor cercanía a ese país configura una respuesta a la distribución de poder percibida o es una expresión de afinidades ideológicas? [1]

En el caso de México, predominaron los condicionamientos externos en la previa a la elección; la respuesta posterior del gobierno se origina fundamentalmente en un factor interno: el posicionamiento ideológico personal de AMLO. En Brasil -tanto durante la campaña como después de la elección- la conducta del gobierno de Bolsonaro responde principalmente a una variable doméstica, la ideología del presidente y su equipo. En el caso argentino, la vulnerabilidad externa -la debilidad relativa de nuestro país- ha terminado por prevalecer por sobre las afinidades ideológicas a lo largo de todo el proceso.

Miremos más de cerca. En el caso de México, la conducta del gobierno de López Obrador durante la campaña norteamericana parece haber estado dictada por los condicionamientos estructurales, es decir la desigualdad de poder entre ese país y Estados Unidos. A pesar de los insultos y amenazas de Trump a México y los mexicanos, AMLO se comportó como un presidente que hace a un lado sus prejuicios ideológicos, acepta la vulnerabilidad de su país en relación a su vecino del norte y busca preservar sus intereses fundamentales, especialmente en materia económica. Puro pragmatismo.

Las fuentes de la debilidad mexicana son notorias: Estados Unidos es su primer socio comercial, con un intercambio que alcanza los US$ 614.000 millones anuales y un alto nivel de integración en diversos sectores productivos. Se trata de una relación asimétrica: casi el 80 % de las exportaciones mexicanas tienen por destino el mercado americano, mientras que el 16% de las exportaciones norteamericanas viajan al sur; a ello se suma el rol de México como emisor de inmigración ilegal y narcotráfico, dos flujos que los gobiernos norteamericanos, de ambos partidos, han considerado una amenaza. Aproximadamente 5,5 millones de mexicanos residen ilegalmente en Estados Unidos; México es además país de tránsito de los inmigrantes centroamericanos que se dirigen hacia el norte. Los cárteles mexicanos, en fin, controlan los principales canales de exportación de drogas hacia Estados Unidos.

Durante la campaña norteamericana, el gobierno mexicano apostó por evitar cualquier ofensa a la administración Trump, buscando conservar el vínculo con su vecino. En julio pasado AMLO visitó Washington para el lanzamiento del T-MEC; durante su estadía evitó reunirse con Biden o con otros miembros del Partido Demócrata. Fueron gestos de apoyo implícitos al presidente norteamericano en su campaña por la reelección.

Siguiendo esta línea, era esperable que López Obrador reconociera rápidamente a Biden, un presidente con el que tendrá que convivir hasta el final de su sexenio. Pero no lo ha hecho. La razón aparente es su posicionamiento personal, con raíces en su historia política. El actual presidente mexicano cuestionó fuertemente los resultados electorales en 2006 y 2012, cuando fue derrotado por Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, respectivamente. En 2006, el reconocimiento externo ?AMLO recuerda especialmente a Rodríguez Zapatero- contribuyó a consolidar un resultado dudoso. Como Trump, López Obrador ha cuestionado repetidamente el funcionamiento de las instituciones democráticas en su país, a las que considera inclinadas al mantenimiento del statu quo.

En el caso de Brasil, la orientación ideológica del presidente -un factor doméstico- explica la conducta del gobierno. Aunque mantiene un vínculo importante con Estados Unidos ?su segundo socio comercial y uno de los principales inversores externos- no existen las condiciones de interdependencia asimétrica que se observan en el caso mexicano. La relación con China ?su primer socio comercial, los países de la región (especialmente Argentina) y la Unión Europea son de primera importancia para Brasil y configuran un sistema de relacionamiento externo más diversificado que el de México. En resumen, Brasil dispone de un margen de maniobra suficiente para evitar alinearse con Estados Unidos.

Sin embargo, desde el comienzo de su gobierno, Bolsonaro y parte de su equipo -especialmente el canciller Ernesto Araújo y su hijo Eduardo - han buscado acercarse a la administración Trump, a la que visualizan como modelo a seguir y como líder en la lucha de Occidente contra las fuerzas globalistas. Un aliado en una cruzada ideológica, muy popular entre quienes conforman la base electoral del presidente brasileño.

Los ataques a China; la postura dura frente a Venezuela; el rechazo a los regímenes internacionales sobre el cambio climático; y hasta la promesa de trasladar la embajada brasileña en Israel a Jerusalén, son todas señales de alineamiento de la administración Bolsonaro con Estados Unidos. Sin mencionar la respuesta a la pandemia de Covid-19, frente a la cual -al igual que Trump- el presidente brasileño apostó por la continuidad de la actividad económica a cualquier costo y el ataque a evidencia científica sobre la enfermedad.

En la misma línea, durante la campaña Bolsonaro hizo explícito su apoyo a Trump; también su rechazo a Biden, especialmente respecto a las declaraciones del ahora presidente electo sobre la desforestación del Amazonas. Conocido el resultado, se niega a reconocerlo. Por cierto, la conducta del presidente encuentra algún contrapeso en el ala más pragmática de su gobierno, liderada por el vicepresidente Hamilton Mourao, quien ha reconocido ?apelando a una retórica oblicua- el triunfo de Biden. Pero la línea dominante, claro está, es la del mandatario.

Finalmente, un comentario respecto al caso argentino. Más allá de la disputa en torno a la presidencia del BID, y de sus preferencias ideológicas ?que lo inclinan hacia los demócratas- el gobierno argentino buscó preservar el vínculo con Trump durante el año electoral. Nuestro país necesitaba del apoyo del gobierno norteamericano para renegociar sus obligaciones con los acreedores privados y lo necesita ahora con el FMI. Tras la derrota del republicano, el reconocimiento de Biden continúa la misma lógica. En resumen, reconociendo la vulnerabilidad externa, se intenta mantener equidistancia, para poder trabajar con el ganador.

El gobierno argentino se encamina a negociar con el equipo de Biden. La pregunta que se impone es hasta cuando AMLO y Bolsonaro sostendrán su posición. Cualquiera sea el juicio que nos merezca su respuesta a la elección norteamericana, el episodio nos recuerda que las identidades político-ideológicas de los gobiernos, surgidos de procesos democráticos, cuentan (y mucho) en la definición de la política exterior. Es esperable, sin embargo, que más temprano que tarde se impongan las realidades del poder: la enemistad con Washington sigue siendo demasiado cara en nuestra región.

[1] Me baso aquí en Merke, Federico, Diego Reynoso, and Luis L. Schenoni. 2020. "Foreign Policy Change in Latin America: Exploring a Middle-Range Concept”, Latin American Research Review, 55(3), 413?429

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