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Paciencia estratégica se busca

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11 agosto de 2020

por Ignacio Labaqui

La relación entre Argentina y Brasil atraviesa su peor momento en las últimas décadas y no se perciben como socios

La relación bilateral entre Argentina y Brasil atraviesa tal vez el punto más bajo en cuarenta años. Probablemente haya que retroceder hasta los años previos a los acuerdos firmados por Videla y Figueiredo a comienzos de los años '80 para encontrar un momento de semejante frialdad en la relación bilateral. No es que desde entonces el vínculo con nuestro socio estratégico haya sido un lecho de rosas. De hecho, en los años comprendidos entre el final del Plan Real en enero de 1999 y el colapso de la convertibilidad en diciembre de 2001 hubo importantes picos de tensión. Pero nada comparable a la frialdad que caracteriza a la relación entre los gobiernos de ambos países en este momento.

A lo largo de los últimos meses hemos podido observar numerosos desacuerdos entre el gobierno de Jair Bolsonaro y la administración de Alberto Fernández. Algunos de ellos se refieren al rumbo del Mercosur. Sin embargo, las diferencias no se agotan en los distintos puntos de vista del futuro del bloque regional. Mientras que Brasil, acompañado de Uruguay y Paraguay, desea avanzar en las negociaciones de nuevos acuerdos de libre comercio, Argentina se ha mostrado más reticente al respecto. Pero independientemente de la cuestión comercial, los gobiernos argentino y brasileño han mostrado posturas divergentes respecto de la situación de Bolivia y de Venezuela. Más aún, Brasil apoya a un funcionario de la administración de Donald Trump para la presidencia del Banco Interamericano de Desarrollo, antes que al candidato promovido por su socio estratégico.

Entender los motivos que explican el momento que atraviesan la relación bilateral y el Mercosur es relevante por diversas razones.

En primer lugar, Brasil continúa siendo nuestro principal socio comercial, si bien su relevancia como destino de nuestras exportaciones es mucho menor que hace veinte años, cuando representaba alrededor de un 30% de las mismas.

En segundo lugar, porque el enfriamiento de la relación con Brasil tiene lugar en un contexto internacional signado por fuertes incertidumbres, las cuales desde ya han sido agravadas por la pandemia del Covid-19. Cuarenta años atrás el acercamiento entre Argentina y Brasil, iniciado por las dictaduras de ambos países, y luego de las respectivas transiciones democráticas, continuado por los presidentes Alfonsín y Sarney, se produjo, entre otras causas, para enfrentar un escenario internacional que se mostraba, como mínimo, desafiante, especialmente en el caso de las entonces nuevas democracias. El escenario actual no es menos desafiante. A la disputa entre Estados Unidos y China -un elemento del paisaje internacional que independientemente de lo que ocurra el primer martes de noviembre en Estados Unidos- parece haber venido para quedarse, se le suma la pandemia, que ha deteriorado severamente las perspectivas económicas de nuestra región. Enfrentar el actual escenario internacional en soledad es para decirlo de modo amable, poco prudente.

¿Qué hay entonces detrás del enfriamiento de la relación bilateral? Por un lado, por primera vez en cuarenta años los ciclos políticos argentino y brasileño se encuentran desacoplados. Si observamos la evolución de Argentina y Brasil en paralelo a lo largo de las últimas cuatro décadas años veremos que hay una alta correspondencia en los ciclos políticos de ambos países. El acercamiento se produjo cuando ambos eran gobernados por dictaduras militares. Luego de las transiciones democráticas, ello se profundizó mediante la adopción de medidas de confianza mutua que contribuyeron a aliviar las históricas tensiones que habían signado la relación entre Argentina y Brasil. Los gobiernos de la transición democrática también fueron los que pusieron la piedra fundamental de lo que pocos años más tarde sería el Mercosur. Durante los años '90 ambos países tuvieron gobiernos que abrazaron las reformas de mercado, con distinto grado de intensidad ciertamente.

En la década siguiente ambos países fueron parte del así llamado giro a la izquierda. Pese a que durante la era de los gobiernos progresistas en ambos países el Mercosur no logró mayores avances en el plano comercial, tanto los gobiernos del PT como el FpV coincidieron en la idea de relegar el cariz comercial del Mercosur, en favor del “Mercosur político” y el “Mercosur social”. Tras el fin del ciclo de gobiernos de izquierda, los gobiernos de Macri en Argentina y Temer primero, luego Bolsonaro en Brasil, coincidieron en retomar el espíritu aperturista en materia comercial, lo cual permitió concluir las dilatadas negociaciones con la Unión Europea y el Area Europea de Libre Comercio.

Pero no es solo el desacople entre los ciclos políticos entre ambos países lo que explica el frío momento que atraviesa la relación bilateral. Resulta útil en este sentido apelar a la primera y segunda imagen de Waltz para entender el presente de la relación entre Argentina y Brasil. En cuanto a la primera imagen de Waltz, “el hombre”, cabe decir que la relación bilateral ha sido y continúa siendo extremadamente dependiente de la diplomacia presidencial. Salvo escasas excepciones, a lo largo de los últimos cuarenta años los presidentes argentinos y brasileños vieron en su contraparte a un socio. Ya fuera que se buscara desactivar la hipótesis de conflicto para reducir la influencia de las Fuerzas Armadas sobre la política interna o avanzar a un paso más rápido en la apertura comercial.

Hoy difícilmente Bolsonaro y Fernández se vean como socios. De hecho, previo a las elecciones de octubre de 2019, mantuvieron un intercambio de agravios. A pesar de haber puesto paño frío luego de las elecciones presidenciales argentinas, la relación entre ambos mandatarios es incómoda por no decir inexistente. Y ello no debería sorprender a nadie.

Los amigos de Fernández en Brasil son justamente aquellos a quienes Bolsonaro detesta. El grupo de Puebla y la nostalgia que Fernández siente por Lula, Dilma, Correa y Chávez no pueden ser si no una pesadilla para Bolsonaro.

Pero la cuestión excede la mala o en el mejor de los casos nula relación entre los presidentes de ambos países. La segunda imagen waltziana es también relevante a la hora de comprender el presente de la relación bilateral. En Brasil ha prevalecido una coalición claramente internacionalista basada en el sector de agronegocios y el sector financiero, en tanto que en Argentina, la victoria del Frente de Todos marca el retorno de una coalición de claro perfil mercado internista. De ahí que nadie debería sorprenderse frente a los desacuerdos del gobierno argentino con Brasil y los demás países del Mercosur, respecto de la continuidad y timming de las negociaciones comerciales en curso.

Dados los desafíos que plantea el actual escenario internacional el estado actual de la relación bilateral dista de ser una buena noticia. Más bien lo contrario. A comienzos de este siglo, tras el colapso de la convertibilidad, era usual escuchar que Brasil tenía respecto de la Argentina paciencia estratégica. Tal vez, considerando el mundo que ambos países deberán enfrentar en los próximos años, sea conveniente que esa paciencia estratégica sea puesta en práctica tanto en Brasilia como en Buenos Aires.

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