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Unidad nacional y puja distributiva

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23 diciembre de 2019

por Néstor Leone

El mensaje conciliador de Fernández y las tensiones por el nuevo reparto de costos. Desequilibrios heredados, pobreza y capacidad de repago

1. PRIORIDADES Y URGENCIAS

“Tenemos que suturar demasiadas heridas abiertas en nuestra Patria. Apostar a la fractura y a la grieta significa apostar a que esas heridas sigan sangrando. Actuar de ese modo sería lo mismo que empujarnos al abismo (?) Quiero ser el Presidente capaz de descubrir la mejor faceta de quien piensa distinto a mí”, dijo Alberto Fernández, en su discurso inaugural, ante la Asamblea Legislativa, en el traspaso de los atributos conferidos por la voluntad popular. “Al decir esto no ignoro que los conflictos que enfrentamos expresan intereses y pujas distributivas. Pero también soy consciente de que, si actuamos de buena fe, podemos ser capaces de identificar prioridades urgentísimas y compartidas para acordar después mecanismos que superen aquellas contradicciones”, agregó el mandatario, al desplegar la otra dimensión de su apuesta política. Que tiene a la unidad nacional como horizonte de sentido necesario, pero también la reversión del ciclo político que lo precedió, con otra distribución de costos, cargas y sacrificios. En ese tramo medular de su discurso, Fernández habló de “conflictos” e “intereses y pujas distributivas” para luego hacer referencia a una nueva “ética de las prioridades y las emergencias, comenzando por los últimos, para llegar a todos”. Las primeras medidas, con un programa alimentario para los sectores más vulnerables, por caso, marcan un camino en ese sentido. Lo mismo cierta vocación por recuperar el aparato productivo, apuntalar la demanda agregada, recuperar el poder adquisitivo de los salarios o reoxigenar el mercado interno. Las primeras tensiones con los sectores alcanzados por las medidas impositivas que intentan robustecer las espaldas del Estado, en tanto, anticipan aquellas pujas y los eventuales conflictos. Mientras, en ese juego de equilibrios inestables, la recuperación de la capacidad de repago de la deuda gana terreno como prioridad y urgencia.

2. RESTRICCIONES

El diagnóstico del Gobierno parece claro. Lo expuso Fernández en campaña, con trazos gruesos. Lo afina su equipo económico en la gestión. Sostiene que la restricción externa sigue siendo la gran dificultad, acentuada ahora por el mayor endeudamiento que deja Cambiemos como herencia. A esto le añade que sin reordenamiento macroeconómico (fiscal, sobre todo, pero no sólo) no habrá chances de renegociar con éxito esa deuda, pero tampoco de “prender el motor” del aparato productivo y generar el círculo virtuoso necesario, más allá de un esperado repunte inicial parido por el cambio de expectativas. Inflación y tipo de cambio serán indicadores clave que medirán esa marcha. Dos premisas conexas completan el cuadro: frenar el drenaje de divisas (a como dé lugar) y financiar la inversión social necesaria para impulsar el consumo de los sectores más vulnerables (programa alimentario, incluido) de la mano de una creciente carga impositiva sobre los sectores con mayor capacidad contributiva (no siempre los segmentos de riqueza más concentrada), sin apelar a la emisión ni al endeudamiento, vedadas por las circunstancias. El Estado, se sostiene, debe administrar esos dólares escasos para establecer las prioridades, más allá, por encima o en contradicción con lo que pretendería el “mercado”. Lograr que esa transferencia (inevitable) de recursos entre sectores, entre clases, de manera progresiva, sea asumida como parte de la unidad nacional buscada, deseada, es un desafío político mayúsculo que requiere dimensiones simbólicas de importancia y mucha creatividad política.

3. PUJAS

Entre los sectores que dieron el primer grito de alerta o de rechazo a la política del Gobierno está el agropecuario. O, por lo menos, algunos de sus actores más visibles, representantes de parte de la cadena agroexportadora e integrante del núcleo dinámico, social y geográfico, más reacio al peronismo en general, al kirchnerismo en particular y al Frente de Todos en este contexto. El conflicto por las retenciones móviles de 2008 está muy fresco todavía en la memoria colectiva, con resonancias en el presente. Por un lado, fue un emergente que permitió aglutinar a la oposición social contra el kirchnerismo (sin que pudiera reemplazar a una oposición política todavía fragmentada). Por el otro, permitió redefinir al kirchnerismo como identidad política, como minoría intensa con capacidad de dar la batalla en el espacio público. Hoy el mapa político es otro y la correlación de fuerzas, siempre variable, también. Pero quedan experiencias, aprendizajes. Mientras persisten nombres, figuras retóricas, sellos de los más variados. Por caso, la Mesa de Enlace volvió al ruedo para mostrar esa inquietud ante la actualización de los derechos de exportación y la posibilidad de que aumenten en el corto plazo, pero también como forma de mostrar, más allá números y rentabilidades, el malestar que les genera la presencia del Estado en manos que consideran ajenas, extrañas. Por el otro, el Frente de Todos sabe que sólo consolidando su fuerza política y ampliando su base social podrá dar esa disputa de nuevo tipo. El triple rol del sector como proveedor de divisas, de recursos fiscales y de bienes-salario hace que conserve poder de fuego, pero una ciudadanía expectante puede conspirar contra sus perspectivas si lo que pretende es reeditar protestas similares a la de entonces. En tanto, la necesidad de pensar estrategias de intervención más activas para evitar que la existencia de sectores con dinámicas dispares (aquello que Marcelo Diamand, en otra época, llamara estructura productiva desequilibrada) se reactualice como obstáculo de un desarrollo más integral del país vuelve como desafío.

4. SUSTENTOS

Juan Carlos Portantiero utilizaba el concepto de “empate hegemónico” para referirse a la situación de veto mutuo entre la burguesía agraria pampeana (proveedora de divisas y por lo tanto, dueña de la situación en los momentos de crisis externas) y la burguesía industrial, más volcada hacia el mercado interno. Esta última fracción giraba de una alianza de clases a otra según el momento del ciclo. Cuando se acercaba la crisis de balanza de pagos hacía causa común con la burguesía agraria. Cuando comenzaba el ciclo ascendente viraba hacia los sectores más débiles del empresariado y los asalariados. Esta incapacidad de actores relevantes para imponer su proyecto, pero con capacidad de vetar los proyectos de otros, quedó cristalizado en un texto indispensable para entender el funcionamiento de la sociedad argentina durante la industrialización sustitutiva llamado “Economía y política en la crisis argentina: 1958-1973”. Los sectores y sus representaciones cambiaron (y se complejizaron), pero ciertas dinámicas persisten. Más aún en contextos en los que se privilegia recomponer el aparato productivo y la demanda de divisas para insumos y bienes de capital (se espera) aumenta. Esa vocación suele tener resistencias. Y mayores condicionantes. A una variante reactualizada (de nuevo tipo, podría decirse) de ese empate hegemónico, en los últimos años, se le empezó a llamar grieta. Para no quedar atrapado en ella, el Gobierno necesita consolidar su fuerza política (ampliar los contornos del Frente de Todos, inclusive), robustecer sus bases sociales de sustento y procesar las demandas y los intereses que lo exceden. Entre la búsqueda de unidad nacional y las pujas distributivas. Entre las prioridades y las urgencias.

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