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Cinco claves para pensar el gobierno de Alberto

08 noviembre de 2019

por Néstor Leone

La necesidad de consolidar el Frente de Todos, los condicionantes estructurales y la incertidumbre regional como marco de referencia

1 IMPRONTA

La política, entre muchas otras cosas, es un conjunto de gestos, símbolos, imaginarios. De disputas por el sentido. Alberto Fernández, que acompañó la gestión de Néstor Kirchner y vio cómo el santacruceño construyó su autoridad presidencial desde una legitimidad original golpeada por el balotaje que Carlos Menem le retaceó, sabe de la importancia de estos elementos y parece dispuesto a ofrecerlos, como preámbulo de su gobierno. El contexto respecto de aquel 2003 es otro, por cierto. Los desafíos, aunque algunos tengan puntos de contactos con los de aquellos días, también difieren. En ese sentido, Alberto deberá generar su impronta, su sello. Diferenciado, si se quiere. Incluso, del de su aliada Cristina, sin que eso signifique diferencias, tensiones o, mucho menos, rupturas.Y deberá definir también (a partir de las relaciones de fuerzas existentes) los grados de autonomía relativa de su política respecto de los poderes diversos (empresariales o corporativos) con los que tendrá que acordar y negociar y a los que tendrá que imponer políticas concretas. En ese sentido, las pretensiones de rápida recomposición de aliados socioeconómicos y las expectativas altas de distintos sectores sociales golpeados por la crisis (y con menos márgenes para esperar el carácter virtuoso de las políticas que se pongan en marcha) serán demandas que el nuevo gobierno deberá articular. Generar prioridades, concertar tiempos y modalidades. Al interior del Frente de Todos, en tanto, el desafío será consolidar su estructura, su dinámica y, de ser posible, ampliar su base social. Generar mecanismos eficaces para superar las diferencias y convertir esa diversidad, que le permitió tener en campaña un plus clave, en una vía para contener a sectores disconformes y para canalizar la conflictividad social existente. Hasta aquí, Fernández construyó consensos. Tendrá que construir poder.

2 EL ROL DE CRISTINA

Cristina Kirchner condujo los tiempos y los contornos del Frente de Todos. Antes de que así se llamase. Antes, incluso, de que sus futuros integrantes (viejos adherentes, en muchos casos, que negaron durante los últimos años su liderazgo) se avinieran a compartir espacio con ella. Cedió el primer lugar del binomio en su exjefe de Gabinete, con quien tenía una enemistad de casi una década, generó condiciones para forjar los acuerdos necesarios y mantuvo una centralidad política inédita, aun relegándose a un segundo plano. Su apuesta tenía un objetivo electoral claro, ligada a la insuficiencia del Frente para la Victoria o de Unidad Ciudadana. Y las generales (más que las PASO, incluso) parecieron darle la razón. Y tenía también un objetivo más ligado al día después. Como señal de realismo político en un escenario ciertamente complejo. Lo había dicho en varias ocasiones: el próximo gobierno va a necesitar de una coalición más amplia que el frente electoral que le hiciera ganar las elecciones. El endeudamiento externo creciente, compromisos de pago en el horizonte cercano y la necesidad de renegociar para no caer en default requerirán de dosis parejas de firmeza, cintura política y pragmatismo. Cosas que ella, supuso, estaría en condiciones limitadas de proporcionar. Incluso, porque las expectativas sociales de los sectores que la acompañan hubiesen estado bastante por encima de lo que habría podido brindar como reversión del ciclo en curso. A partir del 10 de diciembre ejercerá sus funciones como vicepresidenta y presidirá el Senado. Convencida (se intuye) de que, en buena medida, la suerte del gobierno que integra le permitirá resignificar su propia historia política, revalorizar sus aciertos, convertir en notas al pie marginales sus errores y poner en contexto sus viejas y nuevas reyertas.

3 HERENCIAS

Luego de cuatro años de gobierno, Cambiemos no pudo resolver los desequilibrios acumulados que heredaba del ciclo político anterior, retroalimentó muchos de ellos y generó otros, que parecían superados. El “iceberg” de la crisis cambiaria de 2018 se convirtió en crisis más extendida luego, una vez que a aquellos problemas estructurales se le sumó una mayor vulnerabilidad (externa y financiera) gracias a las opciones elegidas por el gobierno de Mauricio Macri. A la lógica de endeudamiento y fuga consentida, que agudizó la vieja restricción externa, se le suma en este final de gestión una inflación mayor a la de entonces (espiralada, inercial) y un control cambiario tan duro como ajeno a su ideario. La situación social acompaña la gravedad de la situación y hace más urgente la tarea reparadora. Sin que existan soluciones mágicas para eso. La idea de un acuerdo social entre empresarios y sindicalistas, con el Estado como necesario mediador, es la primera figura que aparece como instrumento posible para detener la caída. Para compensar sacrificios y esfuerzos. Pero será insuficiente como política en el tiempo, en la que será necesaria determinar el sentido de las transferencias entre sectores y los que aportan en mayor medida para hilvanar algún esquema virtuoso que, entre otras cosas, le permita al país generar divisas de manera genuina.

4 EL OPOSITOR POSIBLE

Macri es el primer presidente argentino que busca su reelección y no la consigue. Y una de las excepciones a nivel continental en ese sentido. A su vez, el 10 de diciembre, cuando entregue los símbolos de mando a Fernández será el primer mandatario no peronista que logre completar su período constitucional desde 1928. En mejores términos de los que se esperaba, luego de la pobre performance de las PASO, con un vacío de poder que acechaba. Pero en peores términos (bastante peores) respecto de los que imaginó hace no tanto, cuando veía su reelección como una posibilidad cierta. Por un lado, una economía en caída libre e indicadores sociales que hacen el balance más negativo todavía. Por el otro, la imposibilidad de construir alguna idea de futuro promisorio posible. No obstante, queda con un capital político para nada desdeñable (habrá que ver qué dice el escrutinio definitivo, pero el 40% en el provisorio lo muestra) y márgenes suficientes para convertirse en líder de la oposición. La apuesta, en el tramo final, por una campaña más tradicional, clásica, territorial, le permitió recuperar cierto fervor entre los suyos, menguar el derrotismo, disputar el espacio público con movilizaciones atípicas para su fuerza, retener su núcleo duro y sumar a desencantados. Presencia en las calles que esos sectores abiertamente antikirchneristas y refrectarios a la gestión de Fernández es muy probable que no abandonen durante su mandato. Más temprano que tarde. Con la experiencia de la crisis de 2001, el vacío de representación posterior y la fragmentación, persistente en el tiempo, de ese universo social y político como fantasmas. El éxito o la eficacia de la gestión de Fernández, por cierto, marcarán los límites a esa iniciativa y de su protagonismo. La capacidad de Macri, en el llano, para encontrar su lugar (lenguajes, formas, contenidos) y no quedar desdibujado por las tensiones (que las hay y son varias) de su espacio señalarán sus posibilidades.

5 FRENTE EXTERNO

El retroceso en la región de las experiencias populares, progresistas o populistas (según la mirada del observador, pero también según sus propias diversidades) y su reemplazo por gobiernos de centroderecha, liberal-conservadores en el formato más clásico o neopopulistas, más o menos duros, más o menos regresivos, parecían trazar un nuevo horizonte en la región. No hace tanto. Como cierre de un ciclo político y como apertura posible de otro. Por estos días, la región parece en disputa, en abierta tensión, sin resolver su sentido entre proyectos contrapuestos. La crisis en Chile, insospechadamente profunda y prolongada, le corrió el velo a las supuestas bondades de su modelo, tantas veces elogiado como ejemplo a seguir. El estallido social en el Ecuador de Lenin Moreno, con el FMI a cuestas como un salvavidas de plomo, mostró también las limitantes respecto de quienes pretendían explorar ese camino. Pero nada es lineal, o definitivo. Tanto las dificultades de Evo Morales para volver a construir mayoría con su exitosa experiencia en Bolivia, como el panorama complicado del Frente Amplio para extender su predominio luego de tres mandatos y frente a una derecha más dura y convergente en balotaje, revelan la naturaleza de las disputas abiertas. El precio bajo de las commodities que el país exporta (en términos relativos, comparados con los del primer kirchnerismo, por lo menos), la guerra comercial entre Estados Unidos y China, la dureza mayor de la gestión Donald Trump con las experiencias que no se condicen con su mirada geopolítica son otros condicionantes con los que tendrá que lidiar Fernández. De todos modos, nada como la relación con el Brasil de Jair Bolsonaro como desafío y preocupación. El hostigamiento del presidente (ciertamente retrógrado) del país que es el principal socio comercial de Argentina no representa una bienvenida promisoria. Y promete convertirse en contrapunto permanente. Riesgoso

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