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Explicando el impacto de las PASO: instituciones, mecanismo, preferencias

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21 octubre de 2019

Por Juan Manuel Abal Medina (*)

Nuestro país está inmerso en una coyuntura muy particular. Desde el 11 de agosto vivimos en un momento extraño, plagado de sorpresas, sustos y alegrías. Y no podía ser de otra manera porque enfrentamos una situación inédita en nuestra historia. Un Presidente en ejercicio que ha perdido prácticamente todo su capital político en las elecciones primarias y un candidato opositor que, aun a semanas de la elección, era visto por todos como el seguro Presidente electo.

Esta situación, que en un país normal sería solo un dato llamativo e interesante para los analistas, en el nuestro asumió una dramaticidad muy especial. Todavía recordamos las primeras semanas después de la PASO y la profunda incertidumbre que nos hizo volver a aterrarnos con el 2001, con el default, con la híper. Varios de nuestros miedos profundos salieron del baúl del pasado alentados por la increíble irresponsabilidad de un Presidente que en 24 horas destrozó simultáneamente todos los manuales de la institucionalidad republicana y los del marketing político.

En la mayoría de los países del mundo los resultados políticos tienen impactos inmediatos muy reducidos sobre la vida cotidiana. A los mexicanos después del triunfo de AMLO, a los británicos tras el Brexit o a los estadounidenses con la elección de Donald Trump fue muy poco lo que se les transformó la realidad de todos los días. Obviamente si enojos, broncas o alegrías pero sus ingresos, su poder adquisitivo, sus posibilidades de obtener o perder un trabajo siguieron siendo más o menos las mismas. En nuestro caso, al contrario, en apenas unas horas una devaluación, con su brutal impacto sobre el precio de los alimentos, redujo el bienestar de casi todos y condenó a cientos de miles más a la pobreza y a no poder comer todos los días. Y además disparó el riesgo país y licuó el valor de las empresas nacionales.

Las elecciones son un complejo proceso social en el cual las preferencias políticas se expresan mediante instituciones o mecanismos electorales. Entre esos mecanismos, la forma de definición de las agrupaciones que compiten y sus respectivos candidatos mediante las PASO, han ocupado recientemente la atención. Así mucho se ha hablado desde el 11/8 de los problemas que generan las PASO tal como las aplicamos en la Argentina. Por ser uno de los que las diseñó, hace casi 10 años, creo que es importante revisar que ocurrió.

En nuestro país, el proceso electoral es muy largo. Las campañas para las primarias comienzan a mediados de julio y la segunda vuelta, de ocurrir, hubiera tenido lugar a fines de noviembre. Debemos aceptar, y en parte compartir, las críticas a un proceso electoral que contempla las elecciones primarias 77 días antes de la elección general y 107 días antes de la segunda vuelta y en este punto quiero señalar dos cuestiones.

En primer lugar que cuando diseñamos el sistema intentamos que esto no ocurriera y que entre la primaria y la elección no hubiese más de tres o cuatro semanas como mucho. La idea era simplificar procedimientos dado que por ser elecciones obligatorias debían entenderse como parte del mismo proceso electoral y del mismo periodo de campaña. Así, manteniendo la elección el 27 de octubre, dentro de los plazos que manda la Constitución, las PASO podrían haberse realizado a fines de septiembre.

Inicia la campaña a principios de setiembre, se vota a fines del mismo mes, se realiza el escrutinio con mayor auxilio de la tecnología, se proclaman los ganadores, se reinicia la campaña y se vuelve a votar a fines de octubre. Todo en dos meses como en la mayoría de los países del mundo.

Pero el proceso de debate que desembocó en la reforma política de 2009 se hizo atendiendo a todos los actores institucionales. En aquellos años la Justicia, y particularmente un Juez con competencia electoral en el principal distrito del país expresó que esto no era posible y que se hacía necesario un periodo mucho mayor entre elección y elección, seguramente de buena fe pero sin llegar a entender que las PASO eran, o pretendíamos que fueran, mucho más que un cambio de procedimientos. De nada valieron nuestros argumentos que sostenían que con la misma reforma en la que se modernizaban los padrones, se reducía la desmesurada oferta electoral, mejoraría la trasmisión de los datos, se incorporaría tecnología de gestión, y la seguridad del sistema, los tiempos podían acortarse. A pesar de muchas cosas que se dijeron, la política escuchó a la justicia y se extendieron los plazos originalmente previstos, manteniendo al mismo tiempo y por la misma causa, algunos procedimientos que podrían haberse simplificado sin afectar derechos ni garantías.

En parte no insistimos con estos plazos porque nunca imaginamos que podía darse un resultado como el del 11 de agosto y menos aún que la situación económica podía volver a estar tan complicada. Era un pasado que no pensamos que podía volver.

Es decir, con cualquier resultado “normal” o con una economía menos vulnerable no había porque suponer que ese plazo fuera tan significativo.

¿Porque no lo imaginamos? Porque no tiene precedentes. ¿Qué es lo que entendemos por un resultado normal? Uno en el cual el partido en el gobierno no pierda prácticamente todas las posibilidades de ganar las elecciones generales el día que se realizan las primarias. Esa fue la profunda anomalía de lo que ocurrió el 11/8, el peor resultado electoral en elecciones presidenciales de un partido o coalición gobernante en toda la historia argentina.

Recordemos solo dos situaciones que pensamos eran extremas. En el año 1989 en medio de una hiperinflación galopante del 5.000% y un aumento de la pobreza que alcanzó a la mitad de la población el candidato oficialista Eduardo Angeloz obtuvo 37,1% , 11 menos que Carlos Menem. A lo cual hay que agregar que la tercera opción, la UCeDe de Alvaro Alzogaray más próxima al candidato oficialista que al opositor, obtuvo el 7,2%.

En 1999 después de diez años de gobierno del peronismo con un desempleo que alcanzaba el 14% y una caída del PBI de 3 puntos, sumados a denuncias que incluían la voladura de pueblos enteros para esconder escándalos internacionales de tráfico de armas, el candidato oficial Eduardo Duhalde con el 38,27% quedó a 10,22 puntos del 48,37 alcanzado por Fernando De La Rua. El tercer candidato, Domingo Cavallo, no solo había sido ministro del gobierno sino que se presentaba en la provincia de Buenos Aires aliado al oficialismo.

¿Sostengo contrafácticamente que eran resultados reversibles de haber tenido lugar en elecciones primarias? Es muy probable que no, pero sin duda la expectativa de lograrlo, con acuerdos con los terceros por ejemplo, sería mucho más alta que la actual, donde el candidato opositor superó por 16,5% al oficialista e incluso la tercera opción, que alcanzó el 8,4%, está formada por dirigentes que compartieron hasta hace poco espacios políticos con algunos de los principales candidatos del Frente de Todos y se definen como peronistas.

Pero como nos enseña nuestra disciplina los resultados en política se explican tanto por los mecanismos institucionales, las reglas y procedimientos formales e informales, las PASO en este caso, como por las preferencias, es decir las expectativas, miedos o deseos que los ciudadanos transformamos en votos el 11 de agosto. Y en este temas, el impacto de las PASO, más que las preferencias en sí mismas lo que lo explica es su pésima predicción o anticipación.

Llegar a una elección pensando que se la empata o se la pierde por poco y concluir esa noche siendo derrotado por más de 15 puntos es algo casi imposible en la política contemporánea. No recuerdo un solo caso a nivel global donde se haya visto algo similar. Los ejemplos que generalmente se señalan para ilustrar las dificultades para prever resultados, el Brexit, Jair Bolsonaro, AMLO y/o Trump son cualitativa y cuantitativamente distintos. En el caso mexicano las encuestas venían señalando la probable victoria de AMLO muchos meses antes de la elección, parecido al caso de Brasil con un Lula proscripto de la elección. En los casos británico y estadounidense los sondeos hablaban de paridad y los triunfos se dieron por uno o dos puntos. Absolutamente nada similar a lo que ocurrió en nuestro país. Para encontrar algo parecido tenemos que alejarnos del mundo de la política e irnos al fútbol recordando al equipo de Brasil que entró a la cancha para jugar el partido contra Alemania en el Mundial de 2014 sintiéndose campeón y salió derrotado 7 a 1.

Mucho se ha escrito tratando de explicar o justificar tamaño error de los sondeos y no es ese nuestro objetivo sino remarcar como éste afectó a los actores y amplificó el impacto del resultado.

Es muy probable que el presidente Mauricio Macri de haber tenido desde semanas atrás un diagnóstico más certero no hubiera caído en esa mezcla de bronca y sorpresa que lo llevaron a actuar con ese nivel de irresponsabilidad institucional. Asimismo los “mercados” de no haber estado esperando el empate o incluso la victoria oficialista que les pronosticaban los “estudios” del viernes anterior a los comicios probablemente hubieran reaccionado con mucha más cautela. En ambos casos el fenómeno que en materia de redes sociales se denomina “cámara de eco” casi se lleva puestas la institucionalidad y la economía.

Finalmente, ¿tantas excepcionalidades exculpan a nuestro diseño institucional? Por supuesto que no. Las buenas instituciones deben poder soportar las más diversas e inesperadas coyunturas y en nuestro caso a 10 años de la sanción de la Ley 26.571 hay cosas que pueden y deben repensarse y modificarse analizando seriamente los impactos que han tenido en el proceso político de modo que los mecanismos no pongan en riesgo la libre elección de las preferencias ni perjudique la vida de los ciudadanos.

Con el objetivo de profundizar esta discusión realizaremos el 15 de noviembre en la Universidad de Buenos Aires desde el Observatorio de Partidos Político las Jornadas “A 10 años de la sanción de las PASO: balances y perspectivas”, esperamos que todos los interesados puedan participar.

(*) Profesor Titular Regular de Sistemas Políticos Comparados en la UBA e investigador del CONICET

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