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Se mueven las fichas, ¿cambia el tablero?

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04 julio de 2019

por Néstor Leone

Realineamientos impensados, nuevos clivajes, viejas confrontaciones: las elecciones presidenciales y el futuro del sistema político

1. LO QUE FUE, ¿SERÁ?

Quedaron atrás los sellos, las marcas de agua. Fuertes en ambos casos. Simbólicamente representativos del impulso que los llevó al poder. Considerados casi imperecederos hace no tanto. De larga data, uno; más novel, el otro. Sin que pueda saberse si ese reemplazo será definitivo o no. Sin que se sepa aún si los intentos de ampliación posible que implican (más en un caso que en el otro) podrán consolidarse en el tiempo. Frente para la Victoria fue el nombre del espacio con el que Néstor Kirchner disputó la intendencia de Río Gallegos, en 1987, y el que acompañó a la estructura que construyó junto a Cristina Fernández en su ascenso político, más allá de reveses o contratiempos. Como una especie de sublema dentro del universo justicialista. Como una apuesta unívoca, diferenciada, en tensión con el “pejotismo” (Néstor K. dixit). O como intento por conducir el peronismo en su acepción amplia y heterogénea y excederlo más allá de su desvertebrada estructura partidaria. Cambiemos, a su vez, fue la amalgama que convirtió al PRO, la UCR y la CC-ARI, oposición fragmentada entonces, en un frente electoral eficaz, en un interbloque parlamentario casi sin fisuras y en un esquema de ejercicio de poder que poco o nada tuvo de coalición de gobierno. La necesidad de mostrar señales de mayor apertura, la búsqueda por suturar heridas y superar viejos enconos, la intuición de que para volver a construir mayorías debía readaptar su liderazgo, llevaron a Cristina a pensar, primero, en términos de Unidad Ciudadana para, más tarde, conformar Frente de Todos y ceder la cabeza de la fórmula en Alberto Fernández. El juego táctico para disputar algo del peronismo “federal”, convencidos de que su núcleo duro podrá mantenerse inalterable, pero resulta cada vez más insuficiente, y el desgaste que mostró Cambiemos en la secuencia de derrotas provinciales, a su vez, hicieron que el sello deviniera Juntos por el Cambio. Como variante, con el riesgo de poner en crisis su identidad en tanto fuerza no peronista o implícitamente antiperonista.

2. APERTURAS Y CIERRES

La fecha límite de presentación de las alianzas electorales trajo los nuevos nombres de los frentes y algunas caracterizaciones taxativas, que la formalización de las listas obligó a matizar. El Frente de Todos, por caso, estuvo lejos de la imagen de rejunte o espacios superpuestos que parecía prosperar tras las largas negociaciones para darle origen. “Unidad hasta que duela” había sido el leitmotiv de la militancia para procesar esos nuevos contornos. El Frente Renovador, Red por Argentina o Proyecto Sur, distantes del kirchnerismo hasta hace no tanto, tuvieron algunos lugares expectantes en las listas, según los distritos, pero esa heterogeneidad buscada fue soldada por la incidencia decisiva de Cristina, principal aportante de votos, sentidos y estructura. Las nóminas del Frente para la categoría senadores nacionales en las ocho provincias que renuevan el tercio de la Cámara Baja, a modo de ejemplo, muestran esa impronta. Juntos por el Cambio, a su vez, pareció saldar las deudas y heridas que dejó el cierre de alianzas con la distribución de puestos en el cierre de listas, dejando nuevas deudas y heridos. Los ganadores en una instancia (su ala política, más proclive a la ampliación de Cambiemos) fueron perdedores en la otra. Y viceversa. Miguel Angel Pichetto, el precandidato a vicepresidente elegido para acompañar a Mauricio Macri en su apuesta por la reelección, poco aportó en términos de referentes territoriales del peronismo, como parecía prometer, y no pudo sumar en esas listas a la tropa propia, más bien escasa. Contribuyó, sí, a liquidar al peronismo federal, espacio al que pertenecía, como tercera vía posible, sin llevarse más que su perfil de opositor moderado, de negociador “responsable” o de opooficilialista. De todos modos, ninguno de los cierres fue tan a contramano de sus objetivos iniciales como el de Roberto Lavagna y su Consenso 2030, casi un oxímoron. Pretendió convertirse en candidato de unidad de un frente amplio centro-progresista y terminó atado a estructuras residuales y sin votos propios, insuficientes para dar pelea y, mucho más, para contener a su ego.

3. ALTERIDADES

Cambiemos construyó su frontera discursiva con el populismo como principal alteridad y como diagnóstico de su punto de partida y de sus impotencias posteriores. La “pesada herencia”, en sus términos. Que podía incluir, según la condescendencia que necesitase, la gestión inmediatamente anterior de Cristina Kirchner, el largo ciclo de doce años kirchneristas o los imprecisos setenta años previos. No tan imprecisos en términos de corte histórico, en tanto alude a los orígenes mismos del peronismo. Variantes, si se quiere, de otras interpretaciones tradicionales de la derecha argentina que establecen el punto de inflexión en el final del modelo agroexportador o en la llegada del yrigoyenismo a la presidencia. Con la inscripción de Pichetto en la fórmula y, sobre todo, con la dificultad de ofrecer futuro promisorio, el clivaje discursivo tuvo sus modificaciones en términos de república versus autoritarismo. Sin que mucho contribuyan para ello, por caso, los intentos de cambios en las reglas de juego electorales con el juego ya iniciado. Como contrapartida, el kirchnerismo encuentra su alteridad en el neoliberalismo o en las políticas de ajuste, como variante de su lectura en los primeros años dos mil y plantea el corte en términos de bloques contrapuestos, más ideológicos, acorde con el dibujo clásico que Torcuato Di Tella había promovido entonces entre centroderecha y centroizquierda. La candidatura de Fernández (Alberto, esta vez) y las señales de prudencia y moderación para captar al votante más esquivo, sumado a las dificultades estructurales con las que se encontrará el próximo gobierno (necesidad de renegociar la deuda con el FMI, incluida) marcan sesgos distintos, acotan márgenes para acciones disruptivas. Lo mismo, el precio en baja de las commodities que el país exporta, la guerra comercial entre Estados Unidos y China, la dureza mayor de la gestión Trump con las experiencias que no se condicen con su mirada geopolítica o el giro político de la región durante el último quinquenio hacia experiencias conservadoras o de derecha. Cómo se expresarán esas alteridades en disputa en el sistema político que viene es algo que todavía está abierto, aunque sea posible advertir que los realineamientos, aun los más impensados o extraños en términos ideológicos o de tradiciones políticas, continuarán.

4. SENTIDOS

El sistema político, tal como lo conocemos hoy, fue parido por 2001, en tanto multiplici

dad de crisis superpuestas. El kirchnerismo ofreció las primeras respuestas, duraderas. Y recompuso cierto orden político a su modo, procesando ciertas demandas, lenguajes y simbologías que le eran ajenas hasta ese momento y construyendo un tipo de gobernabilidad distinto del precedente. Más inclusivo, si se quiere. O reparador. Con el peronismo como apelación simbólica, pero en tensión permanente con sus estructuras partidarias y sus liderazgos territoriales. A la oposición, en tanto, le costó mucho más “salir” de 2001. La fragmentación partidaria o las coaliciones cambiantes (frentes electorales que se partían a poco de ser derrotadas) marcaron, a grandes rasgos, las deficiencias de sus intervenciones públicas. Lo mismo, la irrupción de emergentes (Blumberg, conflicto del campo, cacerolazos) que hablaban tanto de segmentos disconformes con la marcha del Estado en manos del kirchnerismo como del vacío de representación que esa oferta opositora fragmentada y volátil generaba. Hasta la formación de Cambiemos, por lo menos. En ese sentido, el gobierno Macri y la oferta electoral rumbo a las presidenciales parecen ser la ratificación de este nuevo estado de cosas, con la politización creciente de estas dos minorías intensas (bien definidas, claras respecto de lo que quieren y de lo que no) y la persistencia de una variedad

de segmentos sociales independientes, despolitizados y votantes lábiles que resultan claves a la hora de construir mayoría, que se resisten a potenciar una tercera vía, pero que también evitan (por ahora) que la grieta sea una profecía autocumplida.

5. IDENTIDADES

Si el kirchnerismo, como nominalidad política y como proceso histórico, fue heredero de la crisis de 2001, construyó algo parecido a una identidad recién a partir de 2008, durante el ya mencionado “conflicto del campo”. En ese contexto perdió adhesiones y quedó contra las cuerdas social y políticamente, pero ganó en intensidad e identificación. El PRO, a su vez, construyó su identidad como contraparte de ese kirchnerismo, cultural y socialmente. Cuando acordó conformar Cambiemos para representar el fragmentado y heterogéneo espacio vacante no peronista y, sobre todo, antikirchnerista, y para hacer posible cierta expectativa social de alternancia, depositó en el nuevo sello esa posibilidad identitaria. Qué sucederá con el kirchnerismo ahora que la disputa pide menor intensidad en los debates y menos épica en sangre. Y qué con Cambiemos ahora que es Juntos por el Cambio y que tiene a un peronista (sin votos propios) como precandidato a vicepresidente.

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