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¿Se despiertan los liberales?

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06 junio de 2019

por Marcos Falcone (*)

Hay un mayor interés por las ideas liberales, pero que no está exento de un fuerte cuestionamiento por parte de una sociedad que todavía cree que el Estado puede solucionar los problemas

Los últimos años han sido testigos de un aumento en el interés por las ideas liberales en Argentina. Especialmente desde el cambio de gobierno en 2015, el fenómeno ha sido ilustrado por la irrupción de economistas autodenominados “liberales”, y recientemente “libertarios”, en el prime time televisivo, que con formas más y menos convencionales tienen un impacto sostenido e importante. El interés que generan, en efecto, parece replicarse al menos en redes sociales y universidades.

El argumento de los liberales, como es conocido, es que el decepcionante desempeño económico nacional se explica por el persistente intervencionismo del Estado. Los altísimos impuestos y los aun más altos gastos del Estado crean, periódicamente, un déficit fiscal que a su vez provoca una inflación imparable o una toma de deuda impagable que eventualmente terminan en hiperinflación, default o ambas; al mismo tiempo, intricadas y absurdas regulaciones, que además cambian arbitrariamente, desalientan la inversión y alientan o bien un consumo extractivo o bien toda fuga posible de capitales. La historia es conocida, y la atención que se le presta a la narrativa liberal es ascendente.

Pero la atención que se dispensa a los liberales no está exenta de burlas y desdén. En efecto, en una sociedad que todavía cree profundamente en el Estado como solución a sus problemas, los liberales siguen siendo percibidos como un grupo enteramente marginal. La cantidad de liberales puede subir hoy debido a la mayor exposición de sus defensores, pero es esperable que el público general no crea, ni quiera, que un referente más bien excéntrico como Javier Milei se convierta en presidente. Es incierto, así, hasta que punto el electorado puede ser receptivo al liberalismo.

Quien está intentando poner a prueba la fortaleza electoral del liberalismo es José Luis Espert, que ha anunciado su candidatura presidencial de la mano de su Frente Despertar. En principio, la nula “contaminación” de Espert con la gestión pública lo emparenta con los otros nuevos referentes contemporáneos liberales y podría posicionarlo como un outsider atractivo. Sin embargo, Espert ha intentado ser más que eso: con el fin de obtener los sellos que le permitieran presentarse como candidato, se acercó al partido nacionalista Unir, del ex diputado Alberto Asseff. Pero el problema es que dicho acercamiento le valdrá no solamente un cambio en sus propuestas, probablemente más vagas o conservadoras, sino que además ya le valió la ruptura de economistas como Milei.

En el desarrollo de la candidatura de Espert reside el dilema que enfrenta el liberalismo: la indefinición sobre si es mejor maximizar su impacto electoral de corto plazo o su impacto mediático-cultural de largo plazo. Quienes apoyan al “profe” no perciben este trade-off como tal y tratan de hacer un equilibrio entre el “purismo” ideológico y el pragmatismo electoral. Pero si en el camino se aliena a los propios y si, además, el contexto electoral se polariza cada vez más, la candidatura de Espert podría quedarse simultáneamente sin el pan y sin la torta.

La cuestión de la polarización no es menor, más aún cuando Cristina Fernández de Kirchner ya ha anunciado que no se bajará de la fórmula presidencial. Si bien es cierto que el gobierno de Cambiemos hace poco por ganar el voto liberal al desdeñar las ideologías y tener un rumbo económico como mínimo errático, también es cierto que la oposición al kirchnerismo es intensa. Y el antikirchnerismo consolidado a principios de la década ha provocado que el liberalismo no se comporte más como el “huérfano de la política de partidos” que había sido hasta 2003: si hasta la candidatura presidencial de Ricardo López Murphy distintas “terceras fuerzas” liberales habían sido relativamente exitosas, desde entonces han quedado subsumidas en la polarización kirchnerismo-antikirchnerismo. La “grieta”, de hecho, ha subsumido a movimientos electoralmente mucho más caudalosos que el liberalismo, como es el caso el peronismo no kirchnerista: lograr un fuerte y autónomo impacto liberal, por lo tanto, no será cosa sencilla.

Como es lógico, el liberalismo no controla el contexto en el que se presenta. Es cierto que hay casos de elecciones polarizadas entre el peronismo y el radicalismo donde un liberal logró capturar un porcentaje no despreciable de los votos: en 1989, Alsogaray consiguió el 6,5% de los votos, y Cavallo alcanzó tocó el 10% en 1999. Espert, como ellos, parece querer ocupar el mismo espacio liberal, aunque sensiblemente menos corrido hacia la derecha. Pero si su falta de experiencia en la gestión pública puede darle cierto prestigio en un país desencantado por la política, también le quita expertise y nivel de conocimiento a la hora de hacer campaña, atributos sin los cuales su candidatura corre riesgo de quedar perdida en el ruido de ambiente.

El tiempo dirá, entonces, si Espert puede encarnar la esperanza liberal. Los problemas estructurales del liberalismo, sin embargo, persistirán: si continúan las constantes y absurdas luchas entre los que se denominan “liberales” y si no se da un debate interno sobre cuál es el mejor camino para vencer la cerrada oposición de la sociedad al laissez faire, el liberalismo corre el riesgo de quedar reducido a una mera burbuja de Twitter.

(*) Politólogo (UTDT)

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