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La identidad de Cambiemos

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07 junio de 2019

por Ernesto Calvo

El problema nunca fue el peronismo sino la falta de identidad de la coalición oficialista cuya estrategia política se limita a diferenciarse del kirchnerismo y por eso sintió el impacto de la nueva fórmula

Decía María Esperanza Casullo en el 2015 que el kirchnerismo gobernó desde el día que asumió la presidencia hasta el día que la dejó. En sus doce años en la Rosada, el kirchnerismo fue duhaldista, transversalista, nestorista y, finalmente, cristinista. Por sus filas pasaron Lavagnas y Lousteaus, Randazzos y Cobistas, Massistas y Fernandistas, entrando con una sonrisa y saliendo entre portazos. Cada uno de los que circularon por la administración nacional buscaron tomar crédito por los éxitos de los primeros seis años y distanciarse de los problemas de los seis últimos. Son nestoristas en lugar de cristinistas, habitantes permanentes del mundo que precedió a la 125.

El kirchernismo fue la incubadora de la política actual, de eso hay pocas dudas. Dentro del kirchernismo se formaron, como políticos y como burócratas, gran parte de sus oponentes más feroces. Contra el kirchernismo se cultivó el resto. Esa es la tragedia de Cambiemos, un partido que aun hoy piensa su identidad en oposición a Cristina. La campaña del 2015 puede resumirse en “no somos Cristina Fernández” y la campaña del 2019 en “no volvamos a Cristina Fernández.” No hubo política económica, científica, social. Tan sólo un armar y desarmar para no ser el pasado. ¿Cómo se puede hacer política si el único programa de gobierno es “no hacer lo que hicieron antes”? En algún momento las políticas públicas tienen que tener un objetivo, una dirección.

Hace tan solo unos días, Axel Kicillof disertaba en el Wilson Center, el principal centro de investigación del Congreso de Estados Unidos. En su presentación, el exministro y actual diputado notaba que el Gobierno responsabilizó al kirchnerismo durante sus tres primeros años por el malestar económico de los argentinos y que, en el 2019, acusó al kirchnerismo por la volatilidad de los mercados, quienes presumiblemente anticipan una victoria peronista en las urnas. En efecto, Cambiemos no gobernó los tres primeros años por la pesada herencia y no gobernó el último año por el miedo desmedido de los mercados ante un regreso al pasado. Parafraseando a Casullo, Cambiemos no fue gobierno desde el día en que asumió la presidencia hasta el día que presuntamente la dejaría.

Cambiemos asumió el gobierno para combatir al kirchernismo, espera continuar gobernando para combatir al kirchnerismo y terminará su gobierno llevando adelante este único plan de gobierno. No está claro cuál será el rumbo de la economía, no sabemos que ocurrirá con la inflación, no hay una política para lidiar con el desempleo, con la falta de inversiones o con la altísima tasa de interés. Pero si sabemos con certeza lo que Cambiemos piensa de Cristina Fernández. Esa es su política de gobierno.

¿Y AHORA QUE HACEMOS?

Dijo Marcos Peña momentos después del anuncio de la formula Fernández-Fernández: “A nosotros no nos cambia cómo se organiza la oposición. Somos una fuerza coherente que representa el cambio, el futuro y la vocación de no volver atrás de la mayoría de los argentinos”. Como en una Cinta de Moebius, esa figura imaginaria que tiene un solo lado, el esfuerzo retórico de Marcos Peña es convencer a la tropa de que no cambia nada porque el partido es “cambio” respecto del kirchnerismo, “futuro” distinto del kirchnerismo y esa vocación de “no volver al kirchnerismo” que desean todos los argentinos. Es decir, no es una fuerza coherente que representa “valores”, “empleo”, “instituciones”, “cultura”, “crecimiento”, sino que Cambiemos representa esa pausa política que se encuentra entre un pasado kirchernista y un futuro (no)kirchnerista.

La “jugada” política de la fórmula Fernández-Fernández es exitosa precisamente porque Cambiemos es un gobierno sin identidad, cuya construcción es refractaria de las decisiones que lleve adelante el kirchernismo. No importa si Cambiemos es gobierno u oposición, su política se define en relación a las propuestas de sus contrincantes. Es por eso que el jefe de gabinete tiene que aclarar ante su tropa que nada cambia, aun cuando todos sabemos que todo cambia, no solo porque la reelección de Mauricio Macri es considerablemente menos probablesino también, más importante aún, porque la estrategia de campaña se centra en difundir su principal política de gobierno: “ No somos Cristina”.

Políticos, periodistas y politólogos entendimos inmediatamente la estrategia electoral del peronismo en su nueva encarnación. La unidad del peronismo y la decisión de tener a Cristina Fernández como candidata a vicepresidente pone un puente sobre la grieta. En este puente, Alberto Fernández puede sentarse como candidato para dialogar con todo el que se acerque, quitándole la iniciativa electoral a Cambiemos en un contexto en que el gobierno carece de política pública. El gobierno queda mudo no porque Cristina Fernández deja de ser la candidata a Presidente, sino porque con esta candidatura queda en evidencia que el Gobierno no tenía ningún otro tema sobre el cual podía hablar. Si el macrismo no habla de Cristina Fernández, no hay pasado, no hay futuro, ni tampoco política pública con la cual disputar. El problema nunca fue el peronismo sino la falta de identidad de Cambiemos.

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