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La política que recordamos después de las crisis

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02 mayo de 2019

por Ernesto Calvo

Las crisis económicas se capean con lo puesto mientras que el cambio viene cuando se puede expandir el poder del oficialismo

Los salarios caen, el desempleo aumenta, el dólar tartamudea y la inflación golpea las expectativas y el consumo de los argentinos. El fantasma del '89 circula por los pasillos de poder político, esta vez con Nicolás Dujovne al mando de la economía y con Mauricio Macri en la Casa Rosada. No vale la pena repetir el largo listado de credenciales intelectuales y éticas que separan a la primera película de su actual remake.

Está claro que Dujovne no es Sourrouille y que Macri no es Alfonsín. Más aún, la inflación argentina fue de tres dígitos durante casi toda la presidencia de Alfonsín, considerablemente mayor a la actual, y la deuda que sufrió su gobierno por cinco años fue realmente heredada. Es decir, fue acumulada por el ministro de Economía Martínez de Hoz o absorbida por el presidente del BCRA, Domingo Cavallo, antes de la transición a la democracia. El gobierno de Mauricio Macri, en cambio, es el artífice de muchos de los vencimientos de la deuda sobre la que está parado. Es decir, Macri está en total control de la pesada herencia que le dejará al próximo gobierno en diciembre de este año.

Pero no son las vicisitudes de la economía sino los recuerdos que formamos en relación a las malas economías lo que me interesa. Las formas en que resignificamos las crisis después de los hechos, lo que dista considerablemente de lo que realmente ocurrió. Por ejemplo, la crisis del 2001 le estalla a De La Rúa, pero el default de la deuda y la caída drástica en el PIB ocurre cuando la Alianza ya no está en el poder. Para la mayoría de los votantes, sin embargo, la crisis fue de la Alianza y la recuperación es de Duhalde. La memoria de la crisis se corresponde con la atribución de responsabilidad que uno espera de los votantes, pero no necesariamente con el curso de los eventos.

En 1989, la fórmula Menem-Duhalde se impuso a Angeloz-Casella por 47% a 32%. En dicha elección, en un contexto hiperinflacionario y de profunda recesión económica, el angelozismo centró su campaña en los riesgos de elegir a un candidato populista y patilludo que prometía salariazos y revoluciones productivas. Cuando gane Carlos Menem, advirtió Eduardo Angeloz, los capitales van a huir de la Argentina y un nuevo default va a ser inevitable. Lo mismo podría haber dicho Lilita Carrió ayer, criticando nuevamente a los candidatos del peronismo. Aquellos que estamos cerca de la política recordamos las advertencias respecto del populismo demagógico de Carlos Menem. También recordamos la sorpresa de algunos, no todos, cuando rápidamente su gobierno giró hacia la derecha. Pero esto no es lo que recuerdan los votantes. Tampoco recuerdan que los dos primeros años de Menem, cuando fue vapuleado por la hiperinflación y, por azar o elección, rotó a tres ministros de economía. En la memoria de los votantes el menemismo empieza con la convertibilidad y termina con la convertibilidad, liderada por el fiel ministro Cavallo.

En efecto, los gobiernos son eventos complejos y los votantes no tienen tiempo para sutilezas. Las etiquetas [brand names] son atajos informativos que usan los votantes para resumir sus experiencias y los legados de un gobierno. Alfonsín, juicio e hiperinflación; Menem y la convertibilidad; De La Rúa y el helicóptero; Duhalde y su delfín Néstor. La etiqueta que le queda asignada a un gobierno corresponde con la clásica pregunta sobre voto económico que se formulan los votantes al día siguiente de la elección que cierra un mandato: “¿Que ha hecho últimamente este gobierno por mí?” Esta es la etiqueta que se le asignará también al macrismo cuando llegue el 10 de diciembre. Por ahora, la respuesta tentativa es que el gobierno se olvidó de comprar morfi para la fiesta y se gastó fortunas en globitos y música.

LOS ACADEMICOS TAMBIEN USAMOS ATAJOS INFORMATIVOS

Por supuesto, no son sólo los votantes los que recuerdan los tiempos del pasado de acuerdo con las responsabilidades que se atribuyen. Por ejemplo, los académicos recordamos la crisis de 2001, los cacerolazos, el“ que se vayan todos” y anticipamos que hubo un cambio de guardia importante en la política en 2003. Y, sin embargo, los datos muestran continuidad entre 2001 y 2005, con mayor cambio en 2009.

Una de los cuadros más ilustrativas para describir la política argentina de los últimos 150 años muestra la distribución de los años que sirvieron en el Congreso los diputados al momento de retirarse . En 1872, por ejemplo, vemos que, al momento de retirarse del Congreso, la mayoría de los diputados había servido poco más de cuatro años.

Por supuesto, este era un nuevo Congreso y, con el paso del tiempo, vemos que el “tenure” promedio va aumentando. Hacia 1900, en promedio los diputados habían servido un término y medio, indicando que, si bien en cada elección más de la mitad de los diputados dejaban su banca a un nuevo político, un número sustantivo de representantes sirvió más de un término. Podemos también observar que el verdadero impacto de la reforma electoral de 1912 no tuvo lugar en las elecciones de 1912 y 1914, sino en la elección presidencial de 1916. El promedio de años servidos por un diputado al momento de retirarse baja de alrededor de siete años (casi dos términos) a alrededor de cinco años. Más interesante aun, los dos “rejuvenecimientos” importantes del Congreso ocurren en 1916 y en 1928-1930, con la vuelta al poder del yrigoyenismo. Nuestra memoria del periodo es de continuidad entre 1916 y 1930, cuando el golpe de estado pone fin al ciclo constitucional iniciado a mediados del Siglo XIX. Pero la dislocación de políticos en 1928 no tenía mucho que envidiarle a la de 1932.

Algo similar vemos en el período pos-83, con rejuvenecimientos en 1993, y no en 1989, en el 2007 y en el 2009 en lugar del 2001. Las memorias de los shocks políticos que tenemos nos inclina a pensar en grandes recambios políticos y rejuvenecimientos legislativos en los momentos de crisis, cuando en realidad estos ocurren durante el ascenso de nuevas fuerzas. En efecto, las crisis económicas se capean con lo puesto mientras que el cambio de ropa viene cuando ya hemos salido y podemos expandir el poder político de los oficialismos o nos encontramos con el ascenso de nuevas fuerzas. Es decir, los políticos no se van porque los echan, se van porque los remplazan. Si la historia del Congreso es una guía, las crisis son vividas por los políticos de hoy y capitalizadas por los que vienen mañana.

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