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Bolsonaro y la cascada militarizante

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02 noviembre de 2018

Por Sebastián Cutrona

La victoria de Jair Bolsonaro no sólo representa el ascenso del populismo de derecha en América Latina, sino también la posible consolidación regional del modelo de militarización de la seguridad pública impulsado por Estados Unidos desde los años ochenta. Al igual que en 1964, cuando el golpe militar contra el Gobierno de João Goulart tuvo fuertes repercusiones en otras democracias Latinoamericanas, el mayor involucramiento de las Fuerzas Armadas en la lucha contra el narcotráfico propuesto por el recién electo presidente de Brasil probablemente trascienda las fronteras de ese país.

Desde el retorno a la democracia en 1985, los índices de violencia en Brasil han crecido de manera sostenida. Sólo en el año 2017, el país registró un récord de 63.880 homicidios o el equivalente a 30.8 muertes por cada 100.000 habitantes. En estados del norte como Acre, Ceará y Rio Grande do Norte las tasas de homicidio han llegado incluso a estar por encima del doble de la media nacional. El enfrentamiento armado entre las principales bandas criminales, especialmente el Primeiro Comando da Capital (PCC) y el Comando Vermelho (CV), ilustran la naturaleza de la ola de violencia que gradualmente ha transformado a Brasil en uno de los países más violentos de la región y del planeta entero.

Los niveles crecientes de violencia en Brasil explican, en parte, el ascenso de líderes de derecha como Bolsonaro. Según una encuesta difundida por Ibope en marzo pasado, el 50% de los ciudadanos del país vecino adhiere al refrán popular “un buen ladrón es un ladrón muerto.” En sintonía con las principales demandas sociales, el ex capitán del Ejército brasilero no sólo eligió como compañero de fórmula presidencial a otro general retirado, sino que también reconoció públicamente su intención de profundizar la participación de las Fuerzas Armadas en la lucha contra el delito. Sin embargo, a pesar de otras propuestas grandilocuentes como la inmunidad policial por muertes en servicio, la flexibilización de la tenencia civil de armas de fuego o la disminución de la edad de imputabilidad, el líder del partido Social Liberal no ha brindado mayores precisiones acerca de su estrategia para disminuir la ola de violencia que azota al país sudamericano.

Más allá de las propuestas radicales de Bolsonaro en materia de seguridad, la estrategia de militarización no es una novedad en Brasil. En febrero de este año, el gobierno de Michel Temer recibió el aval legislativo para que las Fuerzas Armadas formalizaran su intervención en la lucha contra el narcotráfico en Río de Janeiro. Con este último antecedente, ya son 12 las ocasiones en la última década en que el Estado carioca recurre a los militares para hacer frente a la violencia. Los resultados, por lo pronto, no han sido favorables. Según un informe del Foro Brasileño de Seguridad Pública, sólo las víctimas por intervenciones policiales en la lucha contra el narcotráfico durante el 2017 aumentaron cerca de 20% con respecto a 2016, alcanzando un total de 5.144 muertes o el equivalente a 14 fallecimientos por día. Aunque todavía incipientes, los registros actuales sugieren que la participación de las Fuerzas Armadas en la lucha contra bandas criminales como el PCC y el CV estaría incrementando aún más los niveles de violencia.

La experiencia Latinoamericana no ha sido diferente. La militarización de la seguridad pública, representada normalmente por la “guerra contras las drogas,” no sólo no ha logrado reducir los índices de violencia, sino que también ha provocado efectos colaterales sobre muchas de las democracias de la región. A pesar de los antecedentes negativos en la materia, la victoria de Bolsonaro en los comicios de este último domingo sugiere que el involucramiento de las Fuerzas Armadas en América Latina puede tomar un nuevo impulso. Quizá a excepción de Andrés Manuel López Obrador, quien ya adelantó su rechazo al modelo de militarización vigente en México desde el 2006, el perfil de la política de seguridad en la región muy probablemente encuentre vinculaciones con el devenir político de la mayor democracia Latinoamericana. A diferencia del pasado, el ascenso del populismo de derecha y los índices de violencia extraordinarios están transformando a la región en el escenario ideal para la consolidación del modelo de militarización de la seguridad pública impulsado por Estados Unidos desde los '80.

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