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19 octubre de 2018

por Néstor Leone

Cambiemos y el kirchnerismo, ¿protagonistas casi excluyentes de la carrera presidencial de 2019? Claves posibles de la disputa

EPISODIO UNO

“El candidato es el proyecto”. La frase la acuñó el sector del kirchnerismo más reacio a aceptar que Daniel Scioli fuera su candidato a presidente en 2015. Sin reelección para su líder y con dificultades concretas, cierto daño autoinfringido y algunos errores no forzados para organizar una sucesión acorde con lo que pretendía, la frase terminó reflejando no sólo esa decisión a regañadientes, sino también una imposibilidad. El desgaste lógico de doce años de gestión, desequilibrios acumulados, las limitaciones de esa oferta electoral y la conformación de una alianza política de sectores de la oposición hasta entonces dispersos, con anclaje policlasista y decisivo apoyo mediático gestaron la derrota. Que, de todos modos, resultó ajustada. Y en balotaje. En ese contexto, la idea de “cambio” se impuso a la de “proyecto”. De hecho, Cambiemos fue el sello que eficazmente sintetizó la forma en que ese espacio interpeló las demandas múltiples y contradictorias de la sociedad. Pero ese cambio propuesto, en términos discursivos, estaba más atado a cuestiones “de forma” que a cambios de fondo. Más acá o más allá de las promesas de “hambre cero”, de “combate al narcotráfico” o de“ unir a los argentinos”. La fraseología de Mauricio Macri candidato, sobre todo en el tramo final de la campaña, reparó más en aquello que el votante “no iba a perder” si llegaba al Gobierno, y en la continuidad de algunas políticas clave del período anterior, que en las rupturas. Aunque no hubiese sido difícil preverlas.

EPISODIO DOS

Como coalición no peronista sin mayorías parlamentarias y número acotado de distritos provinciales bajo su dominio (aunque éstos sean los más poblados y de mayor peso estratégico), la elección de medio término resultaba para Cambiemos más relevante de lo que suele ser. Era la posibilidad de ampliar legitimidad de ejercicio para sus políticas, objetivo inmediato, y un aporte para reconfigurar el tablero político, objetivo de más de mediano aliento. El triunfo del frente electoral por más de 40% a nivel nacional, revalidando en sus dominios territoriales y con victorias inesperadas en distritos históricamente adversos y avances importantes en otros, no sólo puso en juego nuevas relaciones de fuerza sino que también pareció definir anticipadamente la suerte venturosa del mandato en curso y, de alguna manera, también, abría el camino para una posible reelección. Sobre todo, porque había logrado vencer a Cristina Kirchner en el escenario clave de la provincia de Buenos Aires. La actitud defensiva, negociadora en ascenso, a veces resignada, de la mayoría de los gobernadores del peronismo, mostraba la existencia de actores importantes dispuestos a aceptar ese dato como ya dado, natural, de antemano. En esa elección, la discusión no se dio estrictamente entre las ideas de “cambio” o de“ proyecto”, pero tuvieron su peso. El Gobierno hizo campaña haciendo usufructo todavía de la idea de cambio, como si fuese tanto más opositor al kirchnerismo que conductor del rumbo del país. Y el kirchnerismo, intentando que se establezca relación directa entre el viraje de sentido en las políticas públicas con males por venir. Las expectativas favorables de la sociedad, pese a las primeras señales de alerta, y la capacidad del Ejecutivo de consolidar el esquema de gobernabilidad (aquella actitud negociadora o resignada de gobernadores y de parte de la oposición parlamentaria hizo su aporte) fueron la clave entonces de esa victoria.

EPISODIO TRES

Octubre de 2017 significó el punto más alto de aprobación de la gestión de Cambiemos. Desde entonces, la consideración social de su gestión, de sus principales referentes y las expectativas respecto del futuro empezaron a caer. Con momentos en que la caída parece precipitarse y otros en los que oscila a modo de meseta. La crisis cambiaria con devaluación profunda e inflación espiralada, en un contexto internacional más adverso, explican ese retroceso. El impacto social en términos de pérdida creciente de poder adquisitivo y mayor conflictividad social, también. Como emergentes de una política (¿inconsistente?) de desregulación financiera, apertura comercial y endeudamiento externo. No obstante, Cambiemos conserva un núcleo duro persistente, ideológico. Y varios círculos concéntricos de adhesión, menos apegados, tímidos y culposos o vergonzantes, pero reales y concretos. Los sondeos de opinión que muestran aquel deterioro, también registran ese piso en la caída, la base de esa meseta. Ligado, por cierto, al tradicional arco político, social y cultural integrado por panradicales, antiperonistas, republicanos, liberales clásicos o “gorilas” que comparten el rumbo elegido por Cambiemos o, aún en disenso o desilusionados, consideran que es una apuesta de orden mayor que tienen que defender. La continuidad de Cambiemos como frente electoral y coalición parlamentaria, luego de transitar la oposición fragmentados, en competencia entre sí, resulta clave para mantener esa plataforma. Más allá de que el Gobierno no tenga para ofrecer en el largo camino hacia las presidenciales buenas noticias de consumo masivo, como lo marcan las mismas proyecciones del proyecto de Presupuesto 2019 que se debate en el Congreso Nacional y como parece mostrarlo la incertidumbre alrededor de la renegociación con el Fondo Monetario Internacional, institución atada a una memoria histórica para nada virtuosa en el país. ¿Podrá Cambiemos construir una nueva mayoría electoral a partir de esas perspectivas desalentadoras, más condicionado, y sin haber cumplido las promesas formales de cambio y mucho meses aquellas de “hambre cero” o de “unir a los argentinos”? ¿Qué quedará de aquella idea cambio?

CLIVAJES

El objetivo de “unir a los argentinos”, como otros, no se cumplió. Pero en Cambiemos apuestan a que esa “no realización” sea clave para intentar trascender más allá de 2019. Mucho se ha escrito durante estos años sobre la grieta y la polarización política, escenarios que no se han constatado más que en la confrontación de minorías intensas, tan irreductibles como ideologizadas. El hecho de que recién en el balotaje de 2015, después de dos turnos electorales de opciones fragmentadas, y por obra y gracia de la naturaleza misma del balotaje, el mapa político quedase dividido en dos universos parejos y enfrentados, de alguna manera habla de que esa polarización no es tal. Lo mismo la naturaleza de la dinámica política durante los dos años y medio de gestión de Cambiemos, con una oposición fragmentada y divida entre varios segmentos de duros y conciliadores. No obstante, esta caracterización puede convertirse en profecía autocumplida, luego de ir tanto el cántaro a la fuente. Con aportes variados, al respecto. El Gobierno con su doble juego de “anatemizar” a Cristina Kirchner y su espacio y elegirlo como rival de manera permanente, socializando riesgos y costos con la oposición aliada o moderada. El kirchnerismo con su oposición cerrada (y consecuente) con las decisiones del Gobierno.Y el resto de la oposición, variada y extendida, por incapacidad para interpelar desde un lugar diferente, productivo políticamente. Las minorías intensas persisten y el voto lábil, el electorado independiente o antipolítico, parece consolidarse. Pero aun así, el clivaje predominante y la oferta electoral en construcción parecen más atados (más atados que nunca diríase) a proyectos, a miradas del país, que se asumen como irreductibles.

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