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Vagos, charlatanes y malhechores: pasado y ¿futuro? de los diputados argentinos

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27 julio de 2018

Con la popularidad en baja, los diputados tienen la posibilidad de mejorar su desempeño, su imagen y, quién sabe, sus carreras

Por Miguel De Luca y Andrés Malamud

Haga que los diputados trabajen: no los reelija. Como chiste o como graffiti, la evaluación del desempeño de los parlamentarios oscila entre “regular” y “ pásenlos por las armas” en todo el mundo. No se salva ni el Congreso de Estados Unidos, que según los especialistas es el más laborioso. Y el culpable no es Frank Underwood: la crítica lleva décadas de añejamiento.

Es improbable que los diputados y senadores argentinos puedan revertir la reputación que se abate globalmente sobre los legisladores. Pero nuestra democracia ganaría puntos si corrigiesen distorsiones en su composición, integración y funcionamiento. En el boletín de calificaciones, las materias a levantar son paridad, equidad y responsabilidad.

En la primera asignatura, el Congreso hizo los deberes y aprobó, aunque debe el final: la paridad de género en las listas de candidatos se estrenará en la renovación parcial de 2019. Así, en cuatro años se nivelará la proporción de mujeres y varones entre representados y representantes. Y con el cambio cuantitativo llegan mejoras cualitativas: politólogas como Tiffany Barnes y Mariana Caminotti demostraron que la mayor presencia femenina altera la agenda parlamentaria, priorizando iniciativas que subsanan situaciones de discriminación y generan otra conexión con los votantes. Por ejemplo, señala Caminotti, la presidente Cristina Fernández, la primera gobernadora argentina Fabiana Ríos y la líder moral Lilita Carrió edificaron sus carreras desde el Congreso.

La segunda materia está en deuda. Se trata del principio democrático de “una persona, un voto”, bloqueado por la distorsionada adjudicación de diputados por provincia. Diego Reynoso viene mostrando desde hace dos décadas que hay diputados electos con 20.000 votos mientras otros necesitan 200.000, lo que significa que hay ciudadanos cuyos votos valen diez veces menos que los de sus comprovincianos. La repartija actual es, además de injusta, jurásica: la fijó la dictadura en 1982 y desde el censo de 1991 el Congreso incumple la Constitución, que manda actualizarla. El federalismo y las desigualdades regionales no son admisibles como argumentos: para eso está el Senado. Hasta hoy, el cambio no avanzó por mezcla de inercia e interés: entre quienes deben motorizarlo, varios pierden poder y recursos. Pero ahora una coalición transversal de las provincias subrepresentadas (Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe, Mendoza, Salta y Tucumán) podría promover una reforma viable: un fallo de la Cámara Nacional Electoral acaba de darles la excusa perfecta. Falta un proyecto avispado que combine plazos progresivos y compensaciones para los distritos perjudicados. Mientras tanto, en debates parlamentarios como el del divorcio, el matrimonio igualitario o la interrupción voluntaria del embarazo seguimos apreciando la brecha entre el votante medio y el diputado medio. Y si no hay reforma, será cuestión de volver en marzo.

El tercer déficit democrático es de responsabilidad. En pocos parlamentos del mundo escasean tanto los incentivos para rendir cuentas, no sólo a sus votantes, como piden los manuales escolares, sino a los partidos por los que fueron electos, como dicta la realpolitik. Los resultados están a la vista: borocotós y monobloques a granel. Bastan reformas mínimas en el reglamento de la cámara para mitigar el transfuguismo y la fragmentación y, de paso, mejorar el funcionamiento legislativo. Desde CIPPEC, Alejandro Bonvecchi, Nicolás Cherny y Lautaro Cella han propuesto varias. Por ejemplo, aumentar el número mínimo de miembros para obtener reconocimiento como bloque, y recortar recursos y minutos de exposición a los que se separen de su bancada. O sea, si borocoteás tenés menos chapa, chequera y chamuyo: ¿habrá reforma más popular que ésta?

Casi dos tercios de los diputados actuales son nuevos en sus bancas y, si se mantiene el patrón que viene desde los ochenta, una cifra similar no reelegirá ni volverá a la cámara nunca más. Es como el secundario: pasa una vez en la vida. Lo aconsejable es disfrutar hasta el viaje de fin de curso y no dejar materias pendientes.

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