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Reformas sin estrategia de desarrollo

Casa-Rosada4
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27 diciembre de 2017

Por Eduardo Aguilar (*)

El crecimiento de las cadenas de valor y la integración económica del país no se producirá por generación espontánea sino poniendo en marcha políticas púbicas coordinada detrás de esos objetivos

La convocatoria al dialogo que realizó el presidente Macri después del triunfo electoral de Cambiemos en las elecciones legislativas tuvo dos ausencias notorias: ninguna referencia a una estrategia de desarrollo productivo, y ninguna referencia a políticas de desarrollo regional.

Cuando se declama el objetivo de “poner en marcha al país” suena raro no empezar hablando de producción, pero más que raro esto es ya una continuidad histórica: hace décadas que nadie habla de estrategia productiva ni de desarrollo regional en la Argentina.

Y es raro no hablar de estrategia de desarrollo porque hace por lo menos cuarenta años el producto industrial por habitante, la inversión de capital, y la productividad están estancadas en Argentina. Como resultado, multiplicamos la pobreza y la desigualdad hasta volverlas estructurales para casi un tercio de los argentinos.

Aunque algunos comunicadores presentan al Presidente como un “desarrollista”, el contenido de su convocatoria expresa la vieja matriz de pensamiento liberal (el término no se usa aquí de manera acusatoria) que sostiene que el desarrollo productivo resultará de la formula “equilibrios macroeconómicos más apertura”: equilibrio fiscal para bajar inflación, y apertura financiera y comercial al mundo, para que en ese marco de “reglas parejas” la presión de la competencia premie a los más eficientes. Esto no es precisamente un cambio: son las ideas que predominan desde hace décadas en la Argentina, con pocos matices. Parte de su legado es la concentración económica y la desarticulación productiva en que vivimos.

A esta matriz liberal se ha opuesto por intervalos una matriz de raíz distribucionista, que se jacta de menospreciarlos equilibrios macroeconómicos y la competencia, y privilegia el consumo inmediato, posibilitado por condiciones externas de holgura excepcional, nacidas de breves períodos en que no se paga la deuda o de precios de nuestras exportaciones temporalmente altos. Cuando esas condiciones excepcionales desaparecen, al alto consumo distribucionista le sigue un legado de inflación y estancamiento.

Diferentes en la retórica y en la apariencia, la matriz liberal y la matriz distribucionista coinciden sin embargo en algo fundamental: ambas niegan la necesidad de que Argentina tenga una estrategia de desarrollo económico, porque creen que el desarrollo ocurrirá de manera espontánea: los liberales, como producto del equilibrio fiscal y la apertura; los distribucionistas, del impulso al consumo canalizado hacia adentro por el cierre de la economía.

SIN ESTRATEGIA NO HABRA DESARROLLO

Como es harto evidente desde hace décadas en Argentina, ninguna de estas ideas funciona. Pero, una y otra vez, seguimos tropezando con la misma piedra. ¿Por qué no intentamos evitarlo?

¿Qué quiere decir tener una estrategia de desarrollo económico? Muy sencillo: poner en marcha un conjunto de políticas coordinadas que promuevan el crecimiento de nuestras principales cadenas de valor, encerradas desde hace décadas en círculos viciosos de falta de acceso al crédito, de deterioro de la logística, de deficiencias de energía, de falta de apoyo para la innovación, de pérdidas de mercados locales y externos, de creciente brecha tecnológica con sus competidores, de escasez de mano de obra calificada y de incertidumbre en el abastecimiento de materias primas.

Esta es la situación de casi todas las cadenas de valor de las regiones argentinas, este país casi antifederal en el que alejarse 500 km de la Capital Federal implica retroceder medio siglo en condiciones sociales, económicas y de infraestructura.

¿Cómo se supone que las cadenas de valor regionales van a ser competitivas y a aumentar la productividad sin estímulos para hacerlo, y tras décadas huérfanas de apoyos y condiciones elementales para producir einvertir?¿Alguien cree sinceramente que las pymes del interior serán más competitivas porque el impuesto al cheque se tome gradualmente a cuenta de Ganancias? ¿Alguien cree que van a generar más empleo porque el aguinaldo se excluya de las indemnizaciones al despedir? ¿Alguien cree que podrán enfrentar a la apertura porque un banco de horas les permita no pagar horas extras? Si alguien cree eso, con respeto deberíamos decirle que sencillamente no conoce el país.

La verdad es que sin estrategia no habrá desarrollo. Estrategia quiere decir políticas públicas coordinadas para atacar a la vez todos los cuellos de botella que ahogan a las cadenas de valor en el ambiente cotidiano de las provincias argentinas: crédito accesible de largo plazo, mejoras de diseño, desarrollo de proveedores, capacitación de la mano de obra, apoyo a la captación de mercados locales y externos y acompañamiento para cerrar brechas tecnológicas con los competidores de punta. Estrategia quiere decir también un Estado inteligente, dispuesto a arriesgaren inversiones complementarias vedadas para el sector privado por la incertidumbre que sólo puede despejar quien fija el marco en que funcionará la economía en el largo plazo.

Esto es lo que necesita Argentina: una estrategia de desarrollo protagonizada por las empresas privadas y motorizada por un Estado que no espera el futuro sino que asume la responsabilidad de construirlo.

Esta estrategia cuida el consumo pero en primer lugar crea condiciones para la inversión, porque entiende quelas mejoras distributivas sólo son sustentables cuando nacen de la transformación de la estructura productiva realmente existente en las regiones. Y esta estrategia cuida los equilibrios macroeconó- micos, porque entiende que es imposible crecer de manera sostenida con inflación, déficit fiscal, dólar atrasado, tasas astronómicas, impuestos impagables, servicios públicos ineficientes y proteccionismo eterno y negligente.

Pero sobre todo, esta estrategia entiende que ni el consumo cautivo ni los equilibrios macroeconómicos por sí solos van a romper los círculos viciosos del estancamiento en que desde hace décadas están atrapadas las cadenas productivas de las regiones.

Lamentablemente, en las reformas que acaba de proponer el presidente Macri no hay diferenciaciones regionales ni por tamaño de empresa, ni para impuestos ni para normas laborales.

Pero sobre todo, no hay nada que contemple cómo vamos a desarrollar las cadenas de valor de las regiones, con qué instrumentos, con qué políticas, con qué estrategia productiva.

¿En serio se pretende que los aportes patronales bajen al mismo nivel para el NEA y el NOA que para la Capital Federal? ¿En serio se pretende desgravar la reinversión de utilidades a la misma tasa para las pymes regionales que para el gran capital extranjero del centro de Argentina? ¿Esa es nuestra visión del país? ¿Así pensamos que ocurrirá un desarrollo social, productiva y territorialmente equilibrado?

Si la oportuna convocatoria al diálogo que realiza el Gobierno en verdad busca recoger aportes, esto es lo que puede aportar una oposición articulada en torno a una nueva matriz, desarrollista y federal, sinceramente motivada por el deseo de construir entre todos una Argentina mejor.

El mensaje es directo: tengamos claro que con este acceso al crédito, con estas políticas de apoyo a la innovación, con este acompañamiento para ganar mercados externos, con estos estímulos para incorporar tecnología de punta y capacitar a la mano de obra, en veinte años vamos a “descubrir” que nuestras cadenas de valor siguen estancadas. Desde hace décadas no tenemos una estrategia de desarrollo. Es decir, desde hace décadas esperamos que el desarrollo ocurra por milagro. No va a suceder. El resultado de ello son doce millones de argentinos viviendo en la pobreza.

(*) Senador Nacional por Chaco

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