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Un mundo indignado

20 septiembre de 2011

Los indignados no reconocen culturas, territorios ni ideologías y habitan tanto en regímenes autoritarios como democráticos.

Se cumplió una década del atentado a las Torres Gemelas. La representación del terror, en 2001, se objetivaba en una organización, Al Qaeda, y en un hombre, Osama Bin Laden. La guerra cultural anunciada por Samuel Huntington ?desaparecida ya la amenaza soviética? en su temprano trabajo "The Clash of Civilizations?", aparecido en Foreign Affairs, en 1993, parecía cobrar cuerpo en aquellos momentos.

Luego vendría la invasión a Afganistán y, en 2003, la guerra de Irak, con el confuso antecedente de armas de destrucción masiva jamás encontradas pero cuya virtualidad

sirvieron para iniciar la guerra. Para la supuesta “tranquilidad” de Occidente, tiempo

después del triunfo de la coalición multinacional comandada por EE.UU., los propios

iraquíes colgaron al dictador Saddam Hussein. Y en mayo de este año, Osama Bin Laden fue finalmente encontrado en Pakistán y muerto. Pero el mundo gira vertiginosamente, además, sobre otros ejes distintos a la amenaza del terrorismo islámico.

Un mundo de indignados se ha alzado en el último período histórico. No reconoce territorios, culturas, ni fronteras ideológicas. Y lo que es más notable para los interesados en la política comparada, los indignados, en sentido amplio ?sean ciudadanos o no? habitan tanto regímenes autoritarios como democráticos. El cambio súbito se exige en vastos territorios del planeta. Y, donde no, la intranquilidad va ganando día a día adeptos.

La gente en las calles, en realidad, lleva décadas de protagonismo y es un sello singular del nuevo capítulo de la historia que se escribió a partir de la desaparición del muro de

Berlín. Los países del bloque soviético fueron cayendo uno a uno frente a la indignación que provocaba el socialismo real que imperó durante décadas. En América Latina,

ciudadanos indignados luego de los procesos de transición demostraron su disconformidad provocando las caídas de presidentes, por ejemplo en Brasil (1992), en Venezuela (1993), en Ecuador (1997) y hasta en la propia Argentina (2001).

En tiempos más recientes, el movimiento de indignados en Europa muestra una masa

de jóvenes desilusionados con las promesas incumplidas del pasado, con un presente

estático y un futuro sin horizontes. En España, el llamado 15-M es un movimiento de

ciudadanos que realizan protestas pacificas y que el 15 de mayo de 2011 se expresaron reclamando una democracia participativa, una “democracia real” y exclamando “no somos mercancías de políticos y banqueros”. El movimiento tuvo adhesiones y prolongaciones en distintas ciudades europeas: Londres, Lisboa, París, Roma, etcétera.

El telón de fondo es la propia Europa. La crisis griega, que no parece tener fondo, una España donde el desempleo es una sombra que no deja de pisar los talones de la gente y los ajustes que se reclaman en todo Europa son el marco cotidiano de una “ciudadanía de cornisa”. Regímenes democráticos con ciudadanos indignados que toman las calles y reclaman cambios inmediatos son la moneda corriente que va en paralelo con la crisis económica y política de la eurozona. Recorte de gastos sociales,

ajustes que no tienen fin y desmantelamientos de los recuerdos del Estado del Bienestar nos son medidas que aporten tranquilidad a la preocupación colectiva.

La indignación de las multitudes en la calles cobra sus víctimas políticas, sean gobiernos democráticos o autoritarios. Los regímenes parlamentarios europeos pueden reprimir las manifestaciones y actuar con sus fuerzas de seguridad como parte de Estados democráticos. Pero los ciudadanos, a su manera, están reclamando una suerte de transición hacia otro tipo de democracia.

Las poblaciones del mundo árabe en rebelión volcadas en las calles han concluido con algunos regímenes autoritarios ?y seguirán otros? y reclaman una transición hacia regímenes de tipo democrático. Tras la caída del presidente de Túnez, le siguió Egipto, las rebeliones en Libia (donde la Otan jugó un papel estelar) y las actuales protestas callejeras en Siria, salvajemente reprimidas por el régimen de la familia Al-Assad, todavía imperante.

NUEVO SUJETO

La persona indignada ?sea ciudadano o súbdito oprimido? reclama que se la tenga en

cuenta como sujeto de derechos y con la legitimidad de vivir una vida mejor a la que ha tenido hasta ahora. Sea que no resiste la “ciudadanía de cornisa” que le ofrece el mundo occidental o la opresión sin justificación de los autoritarismos actuales. El presente no convence y el futuro no se vislumbra. La indignación está a la vuelta de la esquina y no se conforma con las promesas eternas del poder cuyos logros, de existir, superarán la propia expectativa de vida de los indignados.

Se preguntan: ¿Quién resolverá el futuro? ¿Los políticos desacreditados? ¿Las organizaciones internacionales preocupadas por los ajustes que demandarán años o décadas? La recuperación de la esperanza es una meta más propia de predicadores que de políticos. Un mundo indignado está compuesto por personas indignadas, cuyo tiempo vital se les va escurriendo. Paradoja notable de un Siglo XXI que ha desarrollado la más amplia y sofisticada gama de derechos, cristalizados éstos en constituciones, cartas supranacionales y principios de invocación internacional.

Un clima de época no se registra fácilmente en las mediciones de tecnócratas y organizaciones internacionales, pero fermenta los hechos que no dejarán de sorprendernos. Va mucho más allá de la desconfianza del ciudadano reflejada por Pierre Rosanvallon en “La Contrademocracia”. Sean los regímenes democráticos

o autoritarios, un nuevo tipo de persona ha asomado. La que descree de los organismos internacionales y las propias instituciones nacionales como fieles custodios de su propia vida y menos aún de su felicidad.

Mientras tanto, en la superficie frívola del acontecer diario y mediático los noticieros le informan a los indignados de todo el planeta las variaciones de las monedas y los tipos de cambio, como suben y como bajan los índices bursátiles, los tasas de inversión y la seguridad jurídica de los distintos países, las variaciones en el consumo, etcétera. Estética kitsch de una tragicómica comunicación mediática que va alumbrando nuevos

grupos de indignados que ocuparán nuevos escenarios.

Por cierto que, en paralelo el vértigo de la innovación tecnológica, las promesas de la ciencia e incluso las acciones solidarias de importantes organizaciones y redes sociales reflejan la otra cara de la moneda, la de un mundo en permanente autorregeneración. Pero los indignados perciben ?quizá intuitivamente? que continuarán habitando en el lado oscuro de la Luna.

(De la edición impresa)

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