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Los desafíos de una oposición con márgenes más acotados

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31 octubre de 2017

Por Néstor Leone

Cayó derrotada CFK, pero también sus competidores dentro y fuera del peronismo. Límites y posibilidades del fragmentado abanico de actores

1. NUEVO PUNTO DE PARTIDA

Cambiemos vivió su ratificación el domingo 22. Como si reeditara su alumbramiento, ahora con mayor legitimidad de ejercicio y márgenes de maniobra más amplios. La posibilidad de contar con un esquema de gobernabilidad menos atado a los acuerdos con otros espacios políticos y actores sociales, y con una correlación de fuerzas más a su favor en el diálogo, por caso, con los gobernadores, para discutir el reparto de recursos federales o posibles cambios en el origen de los ingresos fiscales, envalentona a sus funcionarios en el Gobierno. También la posibilidad, más a mediano plazo y no explicitada como tal, de rediseñar el mapa político argentino, con un clivaje distinto al esquema clásico argentino de los partidos tradicionales. En ese sentido, Cambiemos cuenta con un buen punto de partida. No sólo porque ganó en 13 provincias (la mayoría que le eran ajenas), dio un salto cuantitativo importante y sumó escaños en el Congreso para convertirse en primera minoría en ambas cámaras. También porque pudo mostrar presencia territorial extendida, una composición social ciertamente transversal y los contornos de una identidad propia, que comienza a exceder a los partidos que la integran. Con este nuevo punto de partida, por cierto, también tendrán que lidiar las fuerzas políticas opositoras. Más acá o más allá de la sustentabilidad en el tiempo de su programa de gobierno (económico, pero no sólo).

2. OPOSITORA

Las lecturas posibles de las elecciones legislativas permiten los matices, pero impone los trazos gruesos. Ganó Cambiemos y perdieron las distintas expresiones opositoras podría ser uno de ellos. De la derrota de Cristina Kirchner en una provincia que se empecina en ser “la madre de todas las batallas”, al traspié también resonante de la totalidad de sus competidores, autopropuestos para disputarle el liderazgo opositor y, en ese tránsito, la conducción de un peronismo que mantiene su fragmentación y que no puede superar su desarticulación territorial. La expresidenta dio batalla en condiciones adversas, algunas ya dadas de antemano y otras que se fueron generando en el camino. Autoinfringidas, según algunas interpretaciones. Retuvo consustanciada a su minoría intensa con actos que combinaron mística militante y arraigo popular, varios de ellos multitudinarios, pero focalizados territorialmente al conurbano. E hizo eje en las víctimas presentes y por venir de las políticas de ajuste del Gobierno, aunque también pretendió extender esa crítica a aspectos más institucionales. Mostró un caudal de votos y una persistencia para nada desdeñables, pero no le alcanzó para ganar. La dinámica política que imponga el Gobierno y la capacidad de Cristina para ampliar su interpelación hacia sectores que se manifiestan desencantados o que, en el mejor de los casos, la sienten ajena o lejana determinarán si podrá o no convertir su discurso crítico en incidencia real y su acumulación política, aún disminuida, en alternativa concreta. Ella parece dispuesta. Sus rivales dentro y fuera del peronismo no se muestran en mejores condiciones.

3. OPOSICIONES

Entre el peronismo no kirchnerismo, recientemente exkirchnerista o decididamente antikirchnerista se intentó establecer un temprano punto de inflexión, con el rechazo a la figura de Cristina como eje principal o único. La iniciativa incluso tuvo su capítulo bonaerense, que duró poco: lo que las encuestas de intención de votos tardaron en marcar el pulso de un año con necesidades electorales. Más allá de esos límites provinciales, la tentativa perduró. Y tuvo varios dispuestos a encabezarla y una serie de reuniones, con disparadores diversos, que pretendieron darle forma a esa “renovación”. Entonces, se habló de la reedición de una liga de gobernadores, que haría valer el peso de sus territorios y sus responsabilidades de gestión, variables éstas que contribuyen a formar ascendencia en un movimiento como el peronista. Y de la posibilidad de que un revés de Cristina los dejara bien parados y con chances promisorias de dar vuelta la página. El traspié de Cristina se dio, pero también el de ellos, mucho más contundente en la mayoría de los casos. El cordobés Juan Schiaretti, el primer adelantado en proponerse como líder de esa jugada, fue el primero también en morder el polvo de la derrota y quedar muy rezagado. En las primarias mismas, y mostrando las limitantes concretas del “cordobesismo” para trascender como proyecto nacional. El salteño Juan Manuel Urtubey le siguió en la saga, cuando ya despuntaban sus aprestos presidenciables. Mientras que tanto Sergio Massa como Florencio Randazzo no pudieron tender en territorio bonaerense (¿de manera irreversible, en ambos Casos?) los puentes necesarios para que la apuesta “federal” y disidente tuviera algún tipo de carnadura en una provincia que concentra el 38% de los votos.

4. DIAGNOSTICOS

Los gobernadores derrotados intentaron varias interpretaciones de sus traspiés. A modo de excusas o de salvoconductos. La mayoría confluyeron en Cristina como responsable y señalaron el origen de la ola amarilla en las esquirlas de la polarización bonaerense. Los ejercicios autocríticos, en tanto, fueron más modestos o quedaron para el fuero interno. Mucho menos hubo intervenciones que trataran de relacionar la pobreza de esas performances con el tipo de vínculo que establecieron con el gobierno de Cambiemos durante los casi dos años de gestión compartida. Los gobernadores fueron, junto a buena parte de los bloques parlamentarios de la oposición y el sindicalismo organizado, una de las tres patas del esquema de gobernabilidad de Cambiemos cuando no estaba claro todavía si ese gobierno en estado de minoría permanente podía consolidarse en el tiempo. Necesitados de recursos tangibles para sobrellevar sus propios déficits o evitar contratiempos y como apuesta para quitarle a Cristina la centralidad que le quedaba, los gobernadores apostaron sus fichas a convertirse en piezas clave del nuevo orden político y en sostenes necesarios (e invocados) de ese juego. Mientras dejaban en claro que nada tenían que ver con la impronta kirchnerista, se autoasumían como herederos de la tradición conservadora popular del peronismo del interior y proponían un diálogo “entre

derechas” (Urtubey, de manera explícita) con el Gobierno. Condescendientes en la mayoría de los casos, y sin poder de fuego.

5. PERSPECTIVAS

El macrismo y el kirchnerismo volvieron a elegirse como rivales. Como sucedió en la última década y media. Con correlaciones de fuerzas cambiantes y con resultados distintos: uno hoy sintetiza un espacio más amplio y en ascenso; el otro persiste como nominalidad política en tanto síntesis de un largo ciclo político y en tanto esperanza de un segmento al que le cuesta volver a construir mayorías. A modo de profecía autocumplida, reforzada por las circunstancias, ambos contribuyeron a la polarización, para usufructuarla. Y, también, como reflejo de un diagnóstico que comparten, más allá de las diferencias ideológicas y las prácticas políticas dispares. El dibujo de un nuevo mapa político, con un polo de centroderecha, que se pretende republicano y “modernizador”, frente a otro que asume sin recelo la tradición nacional y popular (o, si se quiere, populista), corrido del centro a la izquierda, aparece como el corte transversal que implícitamente unifica criterios y trasciende (o así pretende) las formaciones partidarias preexistentes. Por lo pronto, el kirchnerismo ya dejó de subestimar al macrismo en ese juego de espejos dialéctico. A golpe de duras derrotas. Y, en el camino, tendrá que asumir que Cambiemos (la nueva identidad parida) es un proyecto de poder más ambicioso de lo esperado y que sus categorías extremadamente economicistas poco pueden aportar a la necesaria caracterización de su naturaleza.

6. LOS OTROS

Párrafo aparte para las fuerzas provinciales, para los otros gobernadores que también quedaron atrapados en la ola amarilla. La derrota del Movimiento Popular Neuquino tuvo su eco, en tanto partido acostumbrado a un predominio de décadas y en contextos de gobiernos federales variopintos. No obstante, su performance suele ser inferior en los turnos legislativos nacionales y su lógica circunscripta no le alcanzó para diferenciarse. Algo distinto sucedió con el Frente Progresista Cívico y Social en Santa Fe. Sufrió la partida orgánica del radicalismo, su aliado por más de dos décadas, en momentos de creciente desgaste de su ciclo político, y parece preso de su falta de renovación y de las limitantes del reformismo socialdemócrata en tiempos de confrontaciones que lo exceden. Si el MPN quedó a pocos puntos de Cambiemos, la lista de Miguel Lifschitz quedó en un incómodo tercer lugar y golpeado por las circunstancias. Aún así, la perspectiva de su espacio no resulta tan adversa como la del frente que encabeza Alberto Weretilneck en Río Negro. Acosado por los números deficitarios de su provincia y sin recursos políticos para encarar la segunda parte de su mandato, eligió defeccionar y sacó de competencia a su fuerza, para beneficiar al oficialismo nacional, a cambio de un rescate que le permita llegar a destino. Aunque ese destino sea de corto vuelo. Casi la antítesis de lo que sucedió en Santiago del Estero, con el Frente Cívico por Santiago, o en Misiones, con el Frente Renovador de la Concordia Social, espacios provinciales, multipartidarios y triunfantes, que mantuvieron el anclaje territorial a pesar del fuego cruzado.

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