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CFK, la reina sin corona

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09 junio de 2017

(Columna de Joaquín Múgica Díaz)

Cristina Kirchner ya no es lo que era. Lo sabe ella, aunque le cueste asumirlo, y también lo saben los dirigentes que integran el diverso mundo peronista. Estos últimos, con el olfato de un animal en los pasillos de su casa, se dividen entre los que huelen sangre y quieren ponerle un pie sobre su cabeza, y los que ven en los números que las encuestas arrojan sobre la ex presidente, el paraíso municipal.

La fuerza del poder real genera la ilusión de que la palabra propia es indestructible. Que la razón siempre está del mismo lado y que no se puede mover ni una ficha del tablero sin pedir permiso. La ex mandataria sufrió todos los males que puede generar la concentración del poder. Alejamiento de la realidad, autoritarismo y egocentrismo, por destacar algunos de los padecimientos de un político sin suficiente autocrítica.

El 10 de diciembre de 2015, todo ese poder que CFK concentró en un puño después de la muerte de su marido, comenzó a filtrase por sus elegantes manos. Se coló entre sus dedos como la arena y abrió las puertas del reproche por donde entraron los intendentes bonaerenses. Todos, en mayor o menor medida, se pasaron un año entero buscando la dirección hacia donde caminar dentro del peronismo. Aún hoy muchos no saben hacia dónde ir.

A menos de un mes para que se venza el plazo para presentar las listas de candidatos que competirán en las próximas elecciones, el PJ se divide entre los seguidores de Cristina y los que juegan todas las monedas que tienen en el bolsillo a Florencio Randazzo. La ex mandataria pide la unidad y su ex ministro no se la da. La enfrenta, la desafía, la pone en jaque. Ella no tiene resuelto si será candidata. Sabe que pone en juego lo que le queda de poder. Es una apuesta demasiado fuerte para una elección legislativa. Pero si lo hiciese. Si se decidiera a ponerse el traje de candidata, lo haría encabezando una lista de unidad. No se le cruza por la cabeza rebajarse al barro de las PASO.

En cambio, Randazzo ve en las elecciones primarias la oportunidad de terminar con el kirchnerismo. Está convencido de afrontar el desafío de unas PASO sin importar quien esté enfrente. Especula con la posibilidad de que Cristina no compita y asume que es la única rival que puede impedir su triunfo. El ex ministro tiene dos objetivos claros en el mediano plazo: quiere liderar el peronismo y ser candidato a presidente en el 2019. En ambos casos, el primer paso que tiene que dar es vaciar de poder a la ex presidente. No quiere ni puede vivir a la sombra de una mujer que gobernó durante ocho años la Argentina y que supo manejar con eficacia las distintas vertientes de su espacio político.

El ex ministro armó un esquema reducido, pero con el que está convencido que le alcanza para ganar. En verdad, confía en el voto antikichnerista. Cree, con buen tino, pero con demasiada seguridad, que ante un supuesto enfrentamiento con Cristina, los votantes se verán atraídos por la posibilidad de terminar con el poder que aún concentra la ex mandataria. Una derrota en esa instancia, la privaría de seguir amontonando seguidores con territorio y cargo público. Es posible que los adoradores de su figura conserven el cariño y el respeto a una líder política, pero la maquinaria peronista debe seguir funcionando sea cual sea su destino.

El segundo escenario en la interna del PJ es mucho más alentador para los que mantienen en alto las banderas del kirchnerismo. Si Cristina decidiera competir en unas Primarias, su triunfo estaría prácticamente asegurado. Su intención de voto tiene un techo del 34%, número que parece imposible de alcanzar para Randazzo, aunque para las encuestadoras aún sea difícil medir a un candidato que no habla en los medios y del que solo aparecen fotos en las redes sociales. Frente a esta hipótesis, un amplio grupo de intendentes, La Cámpora y los legisladores del Frente para la Victoria le reclaman a la ex presidente que sea candidata. La necesitan.

A los jefes comunales del Conurbano, donde el PJ obtiene el mayor porcentaje de votos, les mide muy bien en sus localidades. En especial, en los distritos de la Tercera Sección. Los integrantes de la agrupación que comanda Máximo Kirchner la necesitan para mantener el poder real y no transformarse en una minoría fundamentalista. Para los legisladores más fieles, es la oportunidad de ampliar su poderío opositor y ganar terreno en un Congreso donde los bloques del Frente Renovador y el justicialismo adquirieron peso de negociación. Todos ellos prefieren que sea candidata. Sino terminarán negociando con Randazzo en condiciones de inferioridad.

Cristina se encuentra en una encrucijada que jamás imaginó en los años donde tenía el triunfo del 54% encuadrado y colgado en su despacho presidencial. Parece costarle aceptar que su poder de decisión no es el mismo que cuando entraba cada día a la Casa Rosada. Asumir que en el PJ siempre será respetada pero que ya no la quieren como antes. Perdió autoridad para mandar y ordenar, y sus llamados telefónicos ya no son tan efectivos. Con toda esa carga de ingratitud desparramada sobre la mesa y con el pedido desesperado de sus fieles seguidores, debe decidir qué hacer con su carrera política y, principalmente, con su ego.

En el gobierno de Mauricio Macri esperan con ansias que Cristina se presente. De esa forma, vuelven a polarizar la elección, como ya lo hicieron en el 2015, y pinchan el bote de Sergio Massa, que perdería votos en un eventual duelo entre kirchnerismo y macrismo. O, como suelen expresar los funcionarios de Cambiemos, entre lo viejo y lo nuevo. La candidatura del ex ministro del Interior implicaría un cambio de estrategia para el gobierno, aunque parezca fácil divisar que la primera reacción será relacionar a Randazzo con la ex mandataria. Tienen ocho años de gestión como argumento. Pero su imagen no está desgastada como la de CFK y la polarización sería más difícil de instalar.

En el peronismo todos se preguntan por el futuro de Cristina. Se les hace difícil desmarcarse de ese interrogante que atraviesa al partido de principio a fin. Las señales que dio hasta el momento solo alcanzan para generar mayor incertidumbre. También para aumentar la preocupación de aquellos que reconocen los errores del pasado pero se sienten, por las famosas encuestas, obligados a aferrarse a su figura. Cuando en los últimos días de mayo la vieron dando una entrevista a un canal de cable, se dieron cuenta que nada cambió. Que a Cristina Kirchner no le cae bien la palabra “autocrítica” y que sigue siendo la misma que dejó el poder hace un año y medio. Es decir, la misma que lideró una de las derrotas más importantes que sufrió el peronismo en su historia.

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