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¿Fin de época o paréntesis en la región?

Mercosur
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03 mayo de 2017

(Columna de Nicolás Tereschuk y Mariano Fraschini)

El debate sobre si retornará el giro a la izquierda en Sudámerica o si ya es una experiencia terminada, está abierto y sin una respuesta definida.

El candidato oficialista de Alianza País (AP), Lenin Moreno , logró ratificar el domingo 2 de abril la hegemonía que el “giro a la izquierda” detenta en el Ecuador desde hace diez años. Desde 2007, cuando Rafael Correa logró convertirse en presidente, luego de también un reñida segunda vuelta electoral, el predominio de AP se mantuvo incólume durante una década. Tras haber quedado a menos del 0,5% de los votos de la barrera para imponerse en la primera vuelta, Moreno triunfó en un disputado balotaje, donde las chances de la oposición emergían como más propicias para un cambio en Ecuador. Esta elección por su singularidad y desenlace nos permite interrogarnos acerca del devenir del proceso político en la región: ¿La victoria de AP representa un freno a las apetencias neoliberales en Sudamérica? ¿La victoria de Moreno permite vislumbrar un retorno del “giro a la izquierda” en la región? ¿Esta disputada segunda vuelta evidencia que se acabaron los triunfos contundentes de los nuevos liderazgos presidenciales del siglo XXI? ¿Existe alguna asociación entre el recambio presidencial en el interior del oficialismo gobernante con la merma de votos históricos? ¿Los candidatos que suceden a los liderazgos más carismáticos y concentradores de poder de esta década triunfan porque moderan su discurso o porque se asocian a aquellos? ¿Estaremos asistiendo a nuevo tipo de liderazgo presidencial?

Empecemos de a poco. Desde el año 2013, luego del triunfo de Nicolás Maduro sobre Henrique Capriles por menos de 2% de diferencia, se abrió en nuestra región las disputas electorales más parejas desde que en 1998 el triunfo de Hugo Chávez abrió el “giro a la izquierda” en la región.

Más tarde, en 2014, Dilma Rousseff venció en forma ajustada en Aécio Neces en Brasil, evidenciando que las “goleadas” electorales (El 62% de Chávez en 2006, el 60% de Lula del mismo año, el 64% de Evo Morales en 2009, el 54% de Cristina Kirchner en 2011, el 56% de Correa

en 2013) comenzaban a formar parte del pasado. Salvo en el caso de Evo Mortales, quien se reelegió ese 2014 por el 61% de los sufragios, el resto de las elecciones se definieron por poca diferencia. El triunfo de Macri en Argentina por escasos 3%, y esta victoria de Lenin Moreno

por 2% atestiguan que las elecciones en la región se vienen definiendo por muy poco. Si agregamos, a pesar de no tratarse de elecciones que involucran a candidatos del giro a la izquierda, los triunfos de Juan Manuel Santos en Colombia (menos del 4%) en 2014 y de Kuczynski en Perú (menos del 0,5%) en 2016 completamos un cuadro caracterizado por elecciones muy competitivas. Desde allí que esta votación en Ecuador no constituye un elemento novedoso a resaltar, sino que forma parte del nuevo paisaje electoral sudamericano.

Otro elemento que salta a la vista en esta elección es que se trata de la tercera sucesión exitosa en términos electorales del giro a la izquierda. La designación de Maduro por parte de Chávez (en un

contexto de enfermedad del líder de la Revolución Bolivariana), la de Rousseff por Lula y ésta de Moreno por Correa -sin contar la muy particular de Néstor a Cristina Kirchner-, constituyen ejemplos paradigmáticos que los gobiernos posneoliberales que iniciaron su gestión a principios del siglo XXI lograron sortear con éxito estos recambios. La excepción que confirmaría la regla fue el caso argentino de Cristina Kirchner a Daniel Scioli, en que a diferencia de los ejemplos señalados. Asimismo, en los tres casos señalados, la afinidad ideológica entre presidente y sucesor era más marcada que en el caso argentino. Si tomamos al otro archipiélago ideológico dentro de la

región y nos mudásemos a Colombia, la sucesión Uribe- Santos (más allá de las diferencias posteriores) también es otra muestra que se suma a las exitosas sucesiones. Todos estos nuevos mandatarios triunfaron llevando la bandera de la continuidad con una oferta de mayores o menores cambios, pero sin moverse ni un ápice del “modelo”. Y es cierto también, que el descenso de votos de los gobiernos del giro a la izquierda obedecería más a un proceso natural de desgaste que en la selección misma del candidato, que en todos los casos señalados se trató de dirigentes de mucho menor perfil que el presidente a suceder.

Llegados a este punto, nos interesaría reflexionar acerca de si el triunfo de Lenin Moreno representa realmente un freno a la hegemonía neoliberal que luego del triunfo de Macri, la derrota del chavismo en las legislativa de 2015 y la caída presidencial de Rousseff parecía

desplegarse en nuestra región. Es cierto que sólo uno de estos procesos implicó el ascenso al gobierno de un candidato neoliberal por vía electoral, pero la salida anticipada de la líder brasileña y el retorno neoconservador carioca, sumado al triunfo legislativo de la MUD, formaban un combo geopolítico que en menos de cinco meses cambió los colores políticos en los países más importantes del cono sur. Sin embargo, como apunta acertadamente Alfredo Serrano Mancilla, “de las 25 elecciones presidenciales en los últimos 15 años en 7 países (Venezuela, Bolivia, Uruguay, Nicaragua, Argentina, Brasil y Ecuador), solo una vez, una única vez, la oposición neoliberal ganó en las urnas? 1 de 25; el 4%”. Desde allí que nos interroguemos acerca de si Ecuador representa un corte con la avanzada neoliberal, o si por otro lado, las elecciones del 2 de abril ratifican que lo sucedido electoralmente en Argentina y Venezuela y la movida parlamentaria en Brasil, sólo se trató de un hiato entre las victorias del giro a la izquierda. A primera vista no parece ni lo uno, ni lo otro. La región aún continúa en disputa entre los proyectos posneoliberal y

neoconservador. Plantear este dilema en estos términos nos parece entonces insuficiente. La pregunta que deberíamos formularnos sería acerca de las posibilidades que tienen hoy los nuevos gobiernos neoliberales de mantener la estabilidad política que garantizó por más de una década las administraciones del giro a la izquierda. ¿Hay un nuevo ciclo estable y “exitoso” en marcha? La experiencia argentina y brasileña, a pesar de sus distintos orígenes evidencian serias dificultades a la hora de dotar de estabilidad al sistema político. En el caso argentino, el modelo económico implementado por la Alianza Cambiemos ha generado un conjunto de movilizaciones y protestas multitudinarias a escaso año y cinco meses desde su asunción. La insuficiente generación de nuevos recursos de poder, sumado a un contexto económico y social complejo, obligó al gobierno a motorizar una convocatoria popular a Plaza de Mayo en “defensa de la democracia”, con el objetivo de mostrar fortaleza política en momentos en que las encuestas de opinión revelaban un arcado descenso de la imagen presidencial. La deseada estabilidad política emerge como un horizonte lejano a recorrer para el gobierno, y las elecciones legislativas de octubre serán la primera gran pulseada electoral en vistas a que el primer mandatario logre dar señales de que su gobierno no correrá los riesgos de sus pares no peronistas. En Brasil, el gobierno de Temer transita por un sendero más peligroso, ya que el apoyo popular a la administración del PMDB se muestra sumamente escaso. La probable convocatoria a nuevas elecciones presidenciales antes del plazo establecido se convierte en la muestra palmaria de la imposibilidad del gobierno de Temer de lograr estabilidad política (y económica) luego de la salida anticipada de Dilma Rousseff. Los múltiples cambios de gabinete llevado adelante por el poder ejecutivo a causa de los casos de corrupción de los ministros designados, una economía que no muestra señales de vitalidad, y un conjunto de movilizaciones silenciadas por los medios de comunicación, revelan que la inestabilidad presidencial en Brasil vino para quedarse. A estas situaciones habría que agregar el muy acelerado deterioro en términos de popularidad del recientemente asumido Pedro Pablo Kuczynski, en Perú.

El triunfo electoral de la oposición en Venezuela, lejos de afianzar a la MUD como espacio alternativo al chavismo, los sumió en importantes conflictos internos en torno a quien debía conducir el proceso de “transición” hacia un nuevo llamado a elecciones. Esto le impidió

avanzar hacia una revocatoria de mandato del presidente Maduro (instituto presente en la Constitución bolivariana) la cual se presentó tardíamente y con graves inconsistencia. Es en ese contexto en el que se dan las protestas organizadas por la oposición venezolana que con episodios violentos en los que se denuncia, por un lado represión y por el otro golpismo, se ve deteriorada la posición política del gobierno de Maduro. Ninguna situación política es trasportable a otra coyuntura, pero la MUD en la oposición evidencia grandes dificultades para materializar la pretendida” unidad en la acción”, lo que a los ojos de los venezolanos genera muchas dudas acerca de su comportamiento en un hipotético gobierno. ¿Será el antichavismo capaz de generar esa estabilidad política tan ansiada hoy en Venezuela?

Recapitulando: el resultado electoral ecuatoriano abre nuevas preguntas e interrogantes en un momento de la región en el que las respuestas fáciles y apuradas pueden llevar a análisis esquemáticos. Las disputas están abiertas y ningún sector parece tener el éxito asegurado.

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