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La CGT y el paro posible

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23 marzo de 2017

(Columna de Néstor Leone)

La central reunificada no logra superar su fragmentación latente y la ausencia de liderazgos. Acuerdos con el Gobierno y temor a la calle.

1 SUJETOS. Hay 6 de abril a condición de evitar otro 7 de marzo. La CGT dilató hasta el límite de lo posible las definiciones para conservar cierto control de los tiempos, para disponer de la potestad de los anuncios. Aunque sea a tientas y obligado por las circunstancias. Por eso, un paro general sin movilizaciones, como conjuro de los contratiempos de aquella otra fecha. Allí, en Plaza de Mayo, el triunvirato de la unidad experimentó, de primera mano, los límites de la conducción que ejerce. Se sintió desbordado, acotado a sus representaciones formales. Compelido por sus bases (dirigentes intermedios, delegados, trabajadores rasos), en una especie de cabildo abierto que no siente cómodo. Que no acostumbra a aceptar como interlocutor válido. Una dinámica de lo inesperado, en definitiva, que amenaza con acechar su endeble equilibro de fuerzas, su conducción sin liderazgos claros y su ascendencia entre gremios con realidades dispares. La caracterización de la medida de fuerza en ciernes que hizo Carlos Acuña, uno de los secretarios generales del triunviro, días pasados, muestra esa tensión. Y no podría haber sido dicha aquel día de oradores temerosos, discursos entrecortados y público inquieto, propenso a la silbatina o pedir a gritos la fecha que finalmente no se llevó si no con retraso. “El paro no es en contra de nadie, es un desahogo que tiene el trabajador para que el Gobierno reflexione porque tiene la obligación de solucionar las cosas”, dijo el dirigente de los operarios de estaciones de servicio, en una invocación de sujeto tácito y a tono con la predisposición que tuvo la central para acercar posturas con el Gobierno en las sucesivas mesas de negociaciones del primer año de gestión de Cambiemos.

2 TÁCTICA. La relación entre el Gobierno y el triunvirato de la CGT tuvo hasta aquí sus matices, pero fue cordial en términos generales. De acuerdos mediados por la buena voluntad de las partes y gestos de mutua conveniencia. La necesidad asumida de establecer un esquema de gobernabilidad básico para una alianza como la de Cambiemos con minoría en el Congreso, la predisposición para que no se vieran actitudes contrarias a ese proceso de parte de una central recién unificada y la inquina común con el kirchnerismo generaron condiciones para ello. Aun cuando se criticara cierto desdén para encabezar reclamos por el deterioro del poder adquisitivo de los salarios en un año de alta inflación o se cuestionaran actitudes prescindentes frente a los despidos en algunas ramas de actividad. La presión de las propias bases de algunos sindicatos para endurecer sus posiciones, el incumplimiento empresario (y también del Gobierno) al pacto tripartito para evitar despidos y algunos proyectos oficiales para flexibilizar el marco regulatorio vigente produjeron, de todos modos, un principio de quiebre. Con declaraciones cruzadas y críticas más concretas, sí. Pero sin romper los puentes tendidos. A pesar de la convocatoria al paro. En ese sentido, la táctica del Gobierno pareciera ser persistir en la doble vía de negociación parcial, que le obliga a retroceder en lo accesorio, y la decisión de seguir con su programa. Con la lógica de dividir (o intentar, al menos) al frente gremial, cuando éste adquiere la dinámica de conflicto en ascenso, como sucede con los docentes. Y la postura de estigmatizar a quienes no se avienen a sus formas, como sucede en el mismo conflicto, donde logró circunscribir mediáticamente una protesta extendida nacionalmente a los contornos de la provincia de Buenos Aires, y colocar en el dirigente de Suteba, Roberto Baradel, buena parte de los males.

3 RETAGUARDIA. La CGT nunca fue vanguardia de la protesta social. Y sólo de manera excepcional acompañó tempranamente procesos de movilización popular en ascenso. Por lo menos, su conducción formalmente instituida. Más bien, acostumbra a asumir un patrón adaptativo, de retaguardia. Con distinta capacidad de negociación según los tiempos políticos y las relaciones de fuerza. Y mayor rechazo concreto cuando el peronismo no suele estar en el Ejecutivo. En ese esquema pondera los liderazgos fuertes, verticales y orgánicos. La anterior experiencia de conducción colegiada se dio en 2004 y por poco tiempo, cuando el triunvirato que formaron el dirigente de Obras Sanitarias, José Luis Lingieri, y de Sanidad, Susana Rueda, junto al camionero Hugo Moyano, vino a restañar un proceso de retroceso sindical tangible frente a otras formas de organización como los movimientos sociales. Para entonces ya había en gestación un liderazgo claro de uno ellos, el de Moyano, que el kirchnerismo tendió a fortalecer al calor de la recuperación productiva. Como necesidad y como apuesta. Hasta 2011, por lo menos, cuando las fricciones pusieron en crisis aquella “alianza estratégica”. Lo que vino después fue una retahíla de desaires y un proceso de fragmentación creciente de la CGT, que también tuvo su réplica en la CTA, la central alternativa. Debido a mezquindades o intereses políticos divergentes de las partes, pero también debido a la permanencia de cierta heterogeneidad estructural del universo laboral y del aparato productivo argentino, que parecen intensificarse en épocas de crisis. Por eso, entre otras razones, la fragmentación persiste, a pesar de la unidad formal. Y por eso, también, los cuestionamientos a la conducción del triunvirato que complican la transición. De las críticas de Pablo Moyano respecto de la poca representatividad de los triunviros, a los pedidos de Facundo Moyano para que sea el bancario Sergio Palazzo, figura en ascenso, quien sintetice las variantes. De los gestos poco amigables del Movimiento de Acción Sindical Argentino, a la crítica por derecha de la oficialista 62 Organizaciones.

4 PARTIDOS. Por lo pronto, la CGT mostró cierta incapacidad manifiesta para convertirse en la columna ordenadora del peronismo en la oposición. No se lo propuso como tal, explícitamente. Aunque rondase como idea posible. Los vínculos de sus dirigentes con el Frente Renovador (de Héctor Daer, diputado nacional por el espacio, de manera directa, y de Juan Carlos Schmid y Acuña, más indirecta), pensados inicialmente como propulsores, parecen más bien una limitante. Mientras que la premisa, tanto del Gobierno como del kirchnerismo, de elegirse nuevamente como rivales, polariza el debate, con márgenes más escasos para los matices o las componendas. Sobre todo, en un año de campaña hacia elecciones de medio término que resultan clave, de movilización en marcha de otros actores sociales descontentos que la CGT no logra canalizar y de perspectivas socioeconómicas que no parecen revertir su curso.

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