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Más allá de las primarias

31 agosto de 2011

Las tres principales candidaturas opositoras quedaron en una situación de paridad, desechando la posibilidad de una polarización.

Las primarias dieron un contundente triunfo al oficialismo en el marco de una concurrencia electoral que llegó al 77,82% del padrón. Cristina Fernández superó el 50% de los votos y se impuso en todas las provincias, salvo en San Luis. La jornada no podía haber sido más auspiciosa con miras a las elecciones del 23 de octubre. La cifra alcanzada implica superar el 45% que la convierte automáticamente en presidente e incluso si hubiera alcanzado poco más del 40%, la enorme distancia con el segundo ?más de 37 puntos? la convertiría igualmente en mandataria electa.

Como se señaló meses atrás en esta columna ?el estadista N° 30?, existían al menos tres hipótesis básicas de coalición para la oposición. Si hubiera seguido la primera hipótesis de la Gran Coalición basada en el radicalismo y el peronismo disidente, el candidato (Alfonsín o un peronista disidente) probablemente hubiera alcanzado un piso del 32% en las primarias. Esta hipótesis, basada en la imagen del reencuentro de Perón-Balbín de los '70, resultaba más comprensible y hasta creíble que la estrambótica coalición distrital entre Alfonsín y De Narváez.

Con la segunda hipótesis de “mínima afinidad”, Alfonsín o Binner hubieran obtenido alrededor del 26% con el concurso de la Coalición Cívica, aventajando así al resto de la oposición. La tercera hipótesis era la de la “máxima afinidad” ideológica que, como se dijo oportunamente, era el mejor escenario para el oficialismo pues la fragmentación hacía prever la imposibilidad de un triunfo opositor. No obstante, en esta hipótesis se incluía un peronismo disidente no fragmentado, lo que hubiera arrojado un cifra del 20%.

Los opositores, aun habiéndolo querido no habrían logrado este sorprendente resultado de tres fuerzas opositoras casi en paridad: Alfonsín-González Fraga, 12,2%; Duhalde-Das Neves, 12,2% y Binner-Morandini, 10,5%. Este escenario, probablemente, era el único que podía enturbiar una primera vuelta que se presumía polarizada entre el primer candidato (oficialista) y alguno de los opositores, que podría haber sido la llave hacia el balotaje. La distribución de las preferencias ciudadanas se repartió en forma semejante. Si hubiera existido una diferencia significativa, el voto no kirchnerista hubiera migrado hacia allí.

¿Cómo fue que la oposición, luego de los resultados tan auspiciosos del 2009, llegó a esta traumática situación? No basta una referencia¡ a la crisis de partidos de 2001. Una mezcla de torpeza y miopía hubo entre los ganadores de aquella jornada. Solá, Macri y de Narváez se disolvieron, casi inmediatamente. El buen trabajo de los diputados opositores en la Cámara Baja no tuvo su correlato en los “diseñadores” de las coaliciones. ¿Qué ocurrió entre Alfonsín y Binner para no sellar el acuerdo? ¿Cómo se explica que el peronismo disidente haya concurrido dividido? Además, los opositores no reaccionaron frente a un tiempo que se aceleraba y que ellos no avistaban.

Los precandidatos pecaron de dos conductas que, paradójicamente, le atribuían al oficialismo: personalismo e ideologización. Las candidaturas fueron puestas en primer lugar, tanto en el espacio que venían conformando socialistas y radicales como en el peronismo opositor que culminó interrumpiendo patéticamente sus propias primarias. Y los aspectos más ideológicos primaron durante meses cuando los precandidatos

ponían “límites” a sus alianzas. Fue paradójico que, luego del triunfo de Macri en la Capital, los precandidatos que lo “vetaban” dijeran que votarían por él o bien lo apoyarían en la segunda vuelta. Todo esto también formaba parte de la campaña en una vidriera pública que es más atenta de lo que parece.

¿Fueron estas primarias una muestra de calidad institucional, como afirmó la Presidenta? En realidad, las principales candidaturas vinieron resueltas desde los aparatos partidarios. El ciudadano no decidió nada, salvo la no participación de quienes no llegaron a acceder al umbral electoral. Hacia el futuro es deseable que las primarias cumplan su función: que la ciudadanía habilite y decida las principales candidaturas de los partidos.

Quienes acusaron recibo de los resultados fueron Alfonsín y Duhalde. Ambos esperaban más. La gran derrotada fue Carrió, aunque lo suyo, de acuerdo a sus propias palabras, contempla siempre al fracaso electoral como un costo necesario en pos de un nuevo futuro político. Rodríguez Saá pudo exponer como trofeo haber derrotado al kirchnerismo en su distrito. Y Binner, sin duda, logró más de lo esperado saltando hacia el escenario electoral nacional y haciendo también de las convicciones su mejor bandera y propaganda política. Estas primarias inducen a clavar la mirada en

el 2015 y solo así se entiende el entusiasmo del Frente Amplio Progresista.

Hacia octubre, descontado el triunfo de Cristina, los candidatos tratarán maximizar la obtención de cargos legislativos para el nuevo Congreso. Finalmente, ¿por qué triunfó Cristina? Porque la gente apoyó la continuidad de una situación económica que es percibida como de bonanza, en contraste con el tembladeral que se mece en otros territorios del planeta. Puede ser, aunque el votante promedio no ingresa en comparaciones tan sofisticadas. Gran parte de la población no quiso arriesgar el presente en manos de una tan gelatinosa como invertebrada oposición. La cuenta de los aspectos positivos del Gobierno pesó más que los cuestionamientos referidos a sus prácticas republicanas y su estilo. Además, en muchas provincias del noroeste, del noreste y del sur, la identidad peronista del electorado sigue gozando de buena salud.

Desde una perspectiva de análisis institucional y desde la teoría de las reelecciones

presidenciales ?referida en mi columna de el estadista N° 28?, “el éxito de un presidente que es reelecto se debe a varias circunstancias, entre otras: el mandatario realiza, al menos, una gestión discreta y mantiene su popularidad con altos índices de apoyo; no existe un candidato opositor que logre convencer a la gente de su superioridad o conveniencia en relación al otro candidato ya presidente; una época de incertidumbre o intranquilidad puede favorecer al mandatario en el poder, salvo que

se imponga la visión de la absoluta necesidad de un cambio drástico; una inercia residual de la gente ante lo desconocido y los mayores recursos y resortes que maneja el Presidente y que se ponen en juego durante el primer turno y, específicamente, hacia el final y durante la campaña electoral”.

En la misma columna señalaba que los presidentes reelectos obtienen mejores marcas electorales, aumentan la distancia con la oposición y logran más escaños en el Legislativo. Es oportuno, entonces, que los perdedores de las primarias se ocupen de lograr más bancas en el Congreso. En este marco, Cristina Kirchner se encamina así a integrar el lote de presidentes latinoamericano reelectos en forma inmediata: F. H. Cardozo, Carlos Menem, Alberto Fujimori, Lula, Leonel Fernández, Alvaro Uribe, Rafael Correa, Hugo Chávez y Evo Morales.

(De la edición impresa)

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